"María Dolores de Cospedal, víctima de sí misma", artículo clave de Lucía Méndez en El Mundo
María Dolores de Cospedal, víctima de sí misma
El destino se suele aparecer donde menos te lo esperas y cuando menos te lo esperas. Y en muchas ocasiones de forma cruel y despiadada. María Dolores de Cospedal, la poderosa mujer que sentía sobre su cabeza las antenas de todos los espías de España, ha acabado siendo víctima de su propio espionaje. La ex secretaria general del PP, que siempre quiso abandonar la política con la cabeza bien alta, no tiene más remedio que irse por una indecorosa puerta falsa. La candidata a liderar el PP en el último Congreso, máxima enemiga de Luis Bárcenas, sale de Génova catapultada por los efectos políticos retardados del caso Gürtel. La dirigente del PP que denunció al ex ministro Rubalcaba como el cerebro de una operación contra su partido, se va porque quiso espiar al hermano del propio Rubalcaba. La mujer que siempre quiso distanciar a su marido de sus actividades políticas acaba salpicada por las grabaciones de un policía amigo de su marido. Difícil superar este dramático final político de una mujer que disfrutó con pasión del poder y del mando.
Con pasión, con rabia y con fuerza. Porque María Dolores de Cospedal siempre quiso hacer honor a su propio relato. El que fue construyendo trabajosamente en torno a sí misma desde aquel congreso de Valencia en el que Rajoy -para sorpresa de todos- la nombró secretaria general. Su relato era el de una mujer con nervio, garra y personalidad. Enérgica, fuerte, valiente, testaruda, capaz, decidida, ambiciosa. De frente y sin complejos. Hay personalidades políticas que buscan persuadir -incluso seducir- a sus compañeros de partido para lograr sus objetivos. Otras prefieren la voz de mando para que los demás obedezcan. María Dolores de Cospedal eligió la segunda opción: el ejercicio del poder a palo seco.
Lejos de trabajar su lado empático para meterse a la gente en el bolsillo a base de simpatía, decidió hacerse respetar por las bravas. En su biografía autorizada escrita por el periodista Antonio Martín Beaumont -titulada La reina en la torre de marfil- se puede leer lo siguiente: "Es capaz de clavar espadas toledanas en el corazón de sus enemigos, mientras saca tiempo de debajo de las piedras para estar con su hijo".
Esta fuerte personalidad suya es la clave de su éxito y de su supervivencia al lado de Mariano Rajoy como número dos del PP durante diez años. Al ex presidente popular -por lo menos en los primeros tiempos- le gustaba el carácter de esta mujer. Le quitaba muchos problemas y engorros de encima. Por eso le permitió lo que seguramente no le hubiera permitido a nadie. Compatibilizar dos cargos incompatibles -primero secretaria general y presidenta de comunidad- y después otros tres: secretaria general, presidenta del PP regional y ministra de Defensa. A ella su superior no le negó nunca nada. Y cuando quiso relevarla como secretaria general -después de las municipales de 2015, y en los congresos de 2012 y 2017- ella le paró los pies y se salió con la suya. Rajoy no quiso nunca discutir. Ni con ella, ni con su vicepresidenta. Y así las cosas llegaron hasta donde llegaron.
María Dolores de Cospedal se veía a sí misma como a la heroína que batalla contra los bárbaros que quieren desalojarla del puesto. Fue así desde el minuto uno de su entrada en la sede. Sus adversarios eran en unos casos muy reales, pero en otros también imaginarios. No importa que fuera verdad o posverdad, ella se sentía espiada, y por tanto actuaba como la víctima de numerosas conspiraciones. De Rubalcaba, de Soraya Sáenz de Santamaría, de Javier Arenas, o de Fernando Martínez-Maíllo. La antipatía que despertaba la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría acabó haciéndola simpática para un parte del partido, que la consideraba una víctima de los manejos de La Moncloa de Rajoy.
Cospedal, a quien sus amigos y amigas consideran "una mujer irrepetible" y "valiosa" acarició muy en serio la posibilidad de ser presidenta del PP y presidenta del Gobierno. Ahora, es mejor no imaginarse siquiera qué hubiera pasado si los militantes y compromisarios del PP hubieran elegido a María Dolores de Cospedal presidenta del partido en el congreso del pasado mes de julio. Con algo más de astucia y finura en el análisis, habría dejado la política cuando fracasó. Ese carácter firme y enérgico la llevó a alargar su presencia política más allá de lo prudente. Y las amargas consecuencias están a la vista.
Lucía Méndez. El Mundo