Ha tenido gran repercusión el artículo del periodista guadalajareño Antonio Pérez Henares publicado este martes en la tercera del diario ABC y titulado "La memoria borrada", en el que denuncia la intención de una parte de la izquierda política española de acabar con "las tres memorias, la de la Transición y la Constitución, el terrorismo etarra y la traición separatista que pretenden extirparnos y darnos el cambiazo con su relato mentiroso".
Por su interés y actualidad reproducimos íntegro el artículo de Pérez Henares:
La memoria borrada
El primer e inexcusable paso para infectar las mentes no puede ser otro que borrar nuestra memoria. Por ello el empeño máximo de los sembradores del odio y el enfrentamiento entre los españoles es, antes que nada, proceder al lavado del cerebro y extirpar en él lo acaecido para alcanzar la actual situación de libertad y democracia que nuestra nación disfruta desde el año 1977.
No es posible colocar como verdad la mentirosa Ley de Memoria Histórica y ahora la nueva vuelta de tuerca de la Democrática tan tuerta y sectaria como la anterior, si no se logra al tiempo borrar del consciente colectivo la verdadera y generosa epopeya de reconquista de la libertad y la soberanía por y para
el pueblo español. Es preciso, y en ello están desde hace años, deslucir, ensuciar, tergiversar y hacer aborrecer lo que fue la más brillante salida de aquella desgarradora época: la Transición y esfuerzo compartido para alumbrar y defender luego contra sus muchos y terroríficos enemigos, la Constitución y las libertades.
Esa es la Memoria, la verdadera y hermosa memoria, que nos pretenden extirpar, la del éxito de nuestro pueblo para volver a ser dueño de su destino y su futuro. Es la gran y pacífica gesta de la sociedad española para salir de la Dictadura con un abrazo de reconciliación, con la generosidad del perdón y con un pacto de libertad y convivencia. Esa es la Memoria, todavía aposentada en muchos corazones, que quieren borrar quienes pretenden reventar los muros maestros de nuestra democracia porque les deja con todas sus vergüenzas al descubierto. Es la memoria primero de la Transición, luego de la larga lucha de medio siglo contra el terrorismo asesino y, finalmente, la del combate, ahora en plena lid, contra la traición separatista.
Los decisivos años del final del franquismo se substanciaron de manera positiva porque por el lado de la izquierda, su fuerza hegemónica entonces, el PCE (el PSOE fue inexistente, con perdón de Nicolás Redondo y los suyos, en la lucha contra la Dictadura) entendió que no había otro camino que el de la reconciliación que convirtió en consigna y por el de la derecha, tanto la que se había separado poco a poco del régimen o la que desde dentro ya presentía su fin, comprendieron que no había más salida que la cesión mutua y el acuerdo.
No todos, claro. Estaban una extrema derecha, de verdad, y una extrema izquierda de variopintas siglas y escuálido número de militantes, que preconizaban quiméricas luchas armadas y que concluyeron en episodios terroristas, como los dos primeros asesinatos del FRAP el 1º de mayo de 1973. Son aquellos partidillos extremistas, irrelevantes pero tóxicos, los que el populismo ultraizquierdista de hoy reivindica como preclaros luchadores antifranquistas cuando, en realidad, su trastorno y vesania fueron el mejor asidero propagandístico del Régimen.
Herederos de aquellas corrientes fueron los Grapo que prosiguieron con sus desatinos criminales y de nuevo sintonía objetiva con el otro extremo, la ultraderecha. En el trágico enero de 1977, los unos perpetraron la matanza de Atocha al tiempo que los Grapo secuestraban a Antonio María Oriol y Urquijo y al teniente general Villaescusa, colocando al incipiente proceso democrático al borde del infarto. El coraje y templanza del gobierno de Suárez y su ministro Martín Villa, la liberación policial de los secuestrados y el impresionante clamor del silencio del entierro de los laboralistas asesinados señaló el camino: el de la no violencia y el reencuentro. Se legalizó al PCE y se aprobó la amnistía, que supuso la puesta en libertad de los antifranquistas presos, de muchos etarras y de algunos ultraderechistas también. Esa amnistía, que con la palabra libertad configuraban el grito unido de todas las manifestaciones, y que hoy se vitupera.
La Constitución llegó al año siguiente, aprobada por una inmensa mayoría y que, por haber renunciado al ¡trágala! ha sido la más fructífera de nuestra historia. Sobre ella se vierte ahora la infamia, insultando a todos quienes sufrieron y hasta dieron su vida, de pretender asimilarla al franquismo tildándola de «Régimen del 78».
En ello han están incluso desde el propio Gobierno, con rango de co-presidencia quienes buscan su voladura y que vienen a coincidir en este propósito con quienes desde que comenzó a andar lo intentaron criminalmente y que perseveraron en la atrocidad hasta ayer mismo. La siniestra y letal ETA y su medio siglo de asesinatos, secuestros y extorsión. 50 años de muerte desatada. 852 asesinatos, miles de heridos e inválidos y decenas de miles obligados a abandonar su tierra.
Fueron los años del plomo. De nuevo sus crímenes confluyeron en objetivos con la extrema derecha golpista. Las continuas masacres dieron la excusa para el golpe del 23-F, salvado, justicia es reconocerlo, aunque hoy él haya empañado su legado, por el rey don Juan Carlos. ETA, sin embargo, seguiría siendo la llaga sangrante de la democracia española hasta que la resistencia y respuesta masiva de la población, la acción policial, el aislamiento internacional y el empeño de los diferentes gobernantes y gobiernos logró acorralarla y la obligó a rendirse. Algo que, luego, en su manera de substanciarse resultó, para sus víctimas y buena parte de la ciudadanía, algo muy amargo y que propició que de inmediato sus herederos camparán a sus anchas, enalteciendo a los asesinos y humillando a los asesinados.
La última memoria que pretende borrarse ahora es la de la traición separatista. La joven ingenua y generosa democracia española otorgó a Cataluña los niveles de autogobierno y respeto a sus señas de identidad más altos de su historia y que ningún territorio europeo disfruta. Lejos de agradecerlo, los separatistas señalan a España como perverso estado represor y, a través del adoctrinamiento masivo, infectan a su población en el odio hacia ella y a todo elemento común y unitario. Son nuestros últimos golpistas con su intento de ruptura sediciosa del orden constitucional que, aunque detenido momentáneamente, persevera amenazante.
Estas son las tres memorias, la de la Transición y la Constitución, el terrorismo etarra y la traición separatista que pretenden extirparnos y darnos el cambiazo con su relato mentiroso. Y son los mismos, o herederos, o aliados, o confluyentes que intentaron acabar con la primera y estuvieron, acompañaron o «comprendieron» a los segundos y terceros.