La asociación Hispania Nostra ha sacado de su Lista Roja del patrimonio para incluirla en la Lista Verde a la finca El Paso, en Caudete (Albacete), cuyo interiorha recuperado su esplendor pasado, después de que sus nuevos propietarios adquirieran el edificio y pusieran en marcha su proceso de restauración. Esta buena noticia contrasta con la incorporación de otros dos monumentos castellano-manchegos a esa Lista Roja por su estado de abandona: el convento de los franciscanos de Tamajón (Guadalajara) y las ferrerías de San José del Mazo, en Los Navalucillos (Toledo) que se encuentra "en pésimas" condiciones y que ya han perdido "muchos elementos".
En una nota de prensa, Hispania Nostra recuerda que la finca El paso, ahora recuperada tiene su origen en el Conde de San Carlos, Francisco Albalat Navajas, quien construyó a principios del siglo XX en Caudete un notable conjunto arquitectónico del que forman parte el barrio y la iglesia de San Francisco, así como la plaza de toros y la finca El Paso. Sin embargo, en 1916 el conde falleció y sus proyectos en la ciudad se interrumpieron, "condenando a esta finca, lentamente, al estado de abandono y ruina".
El interior de la villa es el espacio más fastuoso de toda la finca. Dentro de ella se puede observar un bellísimo ejemplo de arquitectura ecléctica con especial fijación en la arquitectura neoárabe de gran influencia alhambreña, muy de moda en la época. Presenta una planta que se desarrolla en torno a un patio central con columnas, formando una galería a su alrededor. Este espacio se ilumina a través de una vidriera que representa el cuadro de «La rendición de Granada» de Francisco Pradilla.
Entre las estancias encontramos gabinetes, alcobas, comedor, baño, fumador, despacho, cocina, despensa y bodega. Consta de tres plantas: planta baja, primer piso y desván, distribuidas alrededor del patio interior, del que arranca la escalera principal.
Dos monumentos en peligro
Mentras, el convento de la Concepción de la Madre de Dios de Tamajón (Guadalajara) comenzó su declive cuando tuvo que ser abandonado en 1835 por la Desamortización de Mendizábal. Como explica Hispania Nostra, desde entonces fue utilizado como corral, almacén o trastero e incluso se empleó la piedra del edificio para la construcción de nuevas casas en el pueblo. Las cubiertas se perdieron en su mayoría hace tiempo y las paredes de todo el conjunto están surcadas de grandes grietas.
En la actualidad está en ruinas, quedan algunos arranques de los arcos de la iglesia y el claustro, así como las bases de las pilastras del mismo, cubiertas por la vegetación. Pasó por varias manos y a partir de 1920 figura como solar.
Su historia comienza de la mano de María de Mendoza de la Cerda, quien dejó escrito en su testamento que se entregara a los franciscanos el terreno para levantar la nueva casa y una cantidad de 12.000 ducados para las obras. En 1592 el arzobispo de Toledo otorgó la licencia y se iniciaron las obras. Hasta Tamajón llegaron veinticuatro frailes que ocuparían, inicialmente, unas casas particulares. A principios del siglo XVII ya podrían instalarse en el convento. Ya en el siglo XIX, en 1812, el convento se convertiría en cabeza de la comarca al haber sido destruido, por causa de la Guerra de Independencia, el convento de Cogolludo, antiguo rector de la zona.
El convento de Tamajón no goza de ninguna protección legal. En su día, contaba con una planta rectangular articulada alrededor de un claustro y un patio interior, con habitaciones para los monjes, una biblioteca, una iglesia con cinco altares y numerosas imágenes de santos.
Las ferrerías de San José del Mazo tampoco cuentan con ninguna protección oficial y se encuentran completamente arruinadas. En 1844, don José Safont, rico hacendado catalán y especulador que había hecho su fortuna adquiriendo bienes desamortizados, compró un molino en las orillas del Pusa y construyó todo un complejo metalúrgico movido por energía hidráulica. Se abastecía de una presa sobre el río, y para su funcionamiento fue necesario construir un canal de gran longitud con acueductos para salvar arroyos y perforaciones costosas en el terreno pizarroso de las orillas.
Se conservan también restos de naves, hornos, viviendas de administración y operarios, etc. Lo construyó el ingeniero francés Elías Michelín, enterrado en los Navalucillos. Esta industria llegó a emplear a trescientos hombres, y supuso un gran impulso demográfico para la población de los Navalucillos, ya que mantuvo su actividad fabril hasta principios del siglo XX.