Hace ya tiempo que Susana Díaz comenzó a tomar clases particulares de inglés, una lengua que no domina. “Tenemos que estar preparados para todo”, afirmaban con ironía desde su entorno. Ya desde los últimos compases de José Antonio Griñán como presidente de la Junta de Andalucía, su hoy sucesora comenzó a labrarse un perfil político propio. Su proyección nacional creció como la espuma y superó rápidamente a la que tuvo en su día Griñán, salpicado junto a Manuel Chaves por el caso de los ERE.
Desde entonces, Díaz ha amagado en varias ocasiones con dar el salto a Madrid. La primera vez fue cuando Alfredo Pérez Rubalcaba anunció su marcha, tras las elecciones europeas de 2014. Pero el método de elección del nuevo secretario general cambió y en vez de decidirse a través de un congreso con delegados, como siempre, se celebraron unas primarias en las que votó toda la militancia. A Eduardo Madina, el favorito, le salieron dos contrincantes y Susana Díaz dio un paso atrás, apoyando al mismo tiempo a Pedro Sánchez. Cuentan quienes la conocen bien que Díaz se arrepintió casi al momento de haber apostado por el hoy candidato a la presidencia del Gobierno. La paz interna no duró ni seis meses y Díaz lo hizo saber a los suyos y a los referentes del partido fuera de Andalucía. Desde entonces volvió a especularse con un posible desembarco de la líder de los socialistas andaluces en Madrid para disputarle a Mariano Rajoy la presidencia. Pocos dudan, tanto en la capital andaluza como en la sede del PSOE en la calle Ferraz, de que si Sánchez no Gobierna, Díaz moverá ficha.
El trayecto entre Madrid y Sevilla se cubre en AVE en alrededor de dos horas y media, pero la gélida relación entre Sánchez y Díaz hace que la distancia política parezca un abismo. Si Madrid es el lugar donde la Ejecutiva federal toma las decisiones que afectan a todo el partido, Sevilla es el centro simbólico del poder socialista en España. Es la única capital de provincia española de más de medio millón de habitantes en la que hay un alcalde del PSOE. La Junta de Andalucía es la orgullosa joya de la corona del poder institucional que a duras penas resiste en otras partes de España las embestidas de los partidos emergentes.
Sin embargo, lejos de sentirse como en casa, Pedro Sánchez visita este sábado una ciudad donde no se siente a gusto. Compartirá mitin en un centro deportivo con Díaz y tres de sus más estrechos colaboradores: Verónica Pérez, la secretaria general del PSOE de Sevilla, cuya trayectoria es comparada a menudo con la de la propia presidenta, Antonio Pradas, el hombre de Susana en la Ejecutiva de Sánchez, y Juan Espadas, el alcalde de la ciudad.
Desde la dirección del PSOE se insiste en que tanto Díaz como Sánchez reman en la misma dirección. Hay que ganar las elecciones y aunque el candidato se juegue la Moncloa, Díaz también tiene el desafío de mantener los diputados que la región aporta al Congreso. La última encuesta del CIS apunta a que los socialistas perderían en Andalucía de dos a seis diputados, lo que sería un mal resultado para Díaz.
Hasta ahora, Díaz está haciendo una campaña muy respetuosa con la estrategia de Ferraz, pero muy centrada en defender su gestión como presidenta y comparándola con la del PP en el Gobierno central. Así, hace insistentes referencias a los recortes que se han evitado en Andalucía, a la financiación de la Ley de la Dependencia o a la calidad de la sanidad pública. Además, ataca duramente a Podemos, a quien acusa de hacer pinza con el PP en el parlamento andaluz y ahora querer hacerla en la política nacional. Esta semana atacó al líder del partido morado por manipular la historia al comparar el referéndum sobre el proceso autonómico en Andalucía con uno de autodeterminación en Cataluña. Si lo hizo, según Díaz, es “para dar coartada a los independentistas catalanes”. Aunque también critica a Ciudadanos y advierte de que votar a Albert Rivera puede suponer que Rajoy siga en la Moncloa, su pacto en Andalucía tamiza los reproches.
Susana Díaz se juega su orgullo y la vigencia de su liderazgo en estas elecciones. Un buen resultado la reforzará como referente en el PSOE. Si el suyo es bueno y el de Sánchez malo, estará en su mano plantarse en la calle Ferraz para resucitar a un partido muy dado a las convulsiones internas tras las derrotas electorales. Díaz repite a menudo que se está dejando la piel para que Sánchez sea presidente.
Sin embargo, la campaña más presidencialista es la suya. Antes que nadie confirmó a referentes del partido como José Luis Rodríguez Zapatero, que fue a Granada y no se marchó antes de que acabara el mitin, como hizo en su primer acto conjunto con Sánchez. El cierre de campaña, de nuevo en Sevilla, reunirá a la presidenta con Felipe González mientras que Sánchez apurará los últimos minutos pidiendo el voto en Fuenlabrada (Madrid). Incluso Eduardo Madina, cuyo futuro como líder del PSOE frustró Díaz al apoyar a Sánchez, también se dejará caer por Andalucía para un mitin en Jaén este martes.
Díaz y Sánchez escenifican una unidad de circunstancias, pero los desencuentros han sido constantes. Desde la política comunicativa (a Díaz no le gustó que Sánchez llamase a Sálvame, por ejemplo), a la presencia de la mujer del candidato en una reunión con el secretario general de la ONU, pasando por las listas electorales o el programa electoral.
“Si Pedro no gobierna, probablemente se agoten los billetes de AVE entre Sevilla y Madrid”, dice un antiguo dirigente en contacto con ambos. Si las encuestas se cumplen, el viaje sin vuelta cerrada podría acelerarse.