A tres días de las elecciones, nos quedamos con esta última imagen de Albert Rivera: la de un hombre de 36 años con cierto aire de aseado querubín al que la fortuna ha convertido en la versión española de Richard Neville- Warwick the Kingmaker, el aristócrata inglés del siglo XV que decidió la suerte de la dinastía Lancaster en la guerra de las rosas. 

La expresión “hacedor de reyes”, desde entonces un clásico en el vocabulario político anglosajón, le viene hoy como anillo al dedo a este joven abogado catalán. Los números indican que Rivera será determinante a la hora de facilitar la presidencia del Gobierno de España a Mariano Rajoy. 

En las europeas de mayo de 2014 obtuvo medio millón de votos y dos escaños. Se subió a la ola de la revolución política puesta en marcha por Pablo Iglesias y en septiembre de este año- hace apenas tres meses- ganó su primer gran trofeo: el liderazgo de la oposición en el Parlamento de Cataluña. El 20 de diciembre, según la última predicción electoral de Kiko Llaneras, Ciudadanos puede conseguir el 19% de los votos.

Albert Rivera en el acto de Vistalegre este domingo. Moeh Atitar

LA TEORIA DE LA FRUTA MADURA 

Pero además de ponerle, o no, la corona al más votado Rajoy, ¿qué pasa este domingo con el propio Rivera? Para él, empieza lo bueno. Su etapa política más brillante, ésa en la que podrá demostrar un arte que domina: la ambigüedad calculada. 

Más que con políticos, hay que hablar con altos ejecutivos para saber qué guarda Rivera en la chistera. Así lo recomiendan sus contrincantes, que no perdonan a la élite económica española haber adoptado al ex nadador de waterpolo como “marca blanca del PP”. Los que se arrogan la capacidad de leer la mente de Rivera afirman que su cálculo va más allá de la prevista investidura de Rajoy: una legislatura corta y bronca que deriva en unas elecciones anticipadas en las que el "hacedor de reyes" se convierte él mismo en monarca.

Esa capacidad de cálculo recuerda al joven Felipe González de 1979, el año en el que nació Albert Rivera. 

Rivera llenó Vistalegre el pasado domingo. Moeh Atitar

UN INMENSO CAPITAL 

Ese inmenso capital político hace que el resto de los números, entre potenciales escaños y soñados porcentajes, palidezcan. También Adolfo Suárez gozó de esa popularidad antes que Felipe González. Con un apoyo así, Rivera no ha tenido que hacer grandes gestos durante la campaña. Se ha limitado a exhibir su suerte y sus ganas; su capacidad de estar en el momento adecuado en el lugar adecuado y su sonrisa permanente, símbolo de esa esperanza (él lo llama ilusión) que quiere personificar. Emociones contagiosas. 

Un hombre sin pasado (o casi) y con mucho futuro que ha vivido esta campaña como un presente por el que había que transitar esquivando las minas. Por eso, políticamente, ha hablado lo menos posible. Cuando se decantó por la igualdad penal en casos de violencia de género se metió en problemas. Antes, cuando flirteó con la imagen de Adolfo Suárez, el custodio de esa marca, Adolfo Suárez Jr. le mandó parar después de dejarlo sin saludo en el avión de la Fundación Princesa de Asturias que los llevaba juntos a la entrega de los premios del mismo nombre en Oviedo. 

Sabemos que quiere una nueva reforma laboral porque repite las bondades del contrato único, y que aboga por cambios en educación y en fiscalidad. Eso le permite apoyar al PP. Pero su modelo de regeneración democrática hace posible encontrar un puente hacia Podemos. Con el PSOE comparte zonas de centrismo que le permiten sentarse a negociar. 

Los pesos pesados del partido en Vistalegre. Moeh Atitar

Desde este centro idóneo llega Rivera al domingo cansado, estresado, nervioso y agotado. Lo vimos en el debate de Atresmedia, donde no paró de moverse. Pies, manos, y hombros. Todo ha pasado muy rápido desde el pasado mes de marzo cuando en un mitin en Granada se dio cuenta, por primera vez, de que podía acariciar con las yemas de sus largos dedos el sueño que persigue desde niño: ganar. Esta semana se le está haciendo eterna. Normal: lo mejor, para Rivera, está aún por llegar.

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