Al menos uno de los españoles a los que Pablo Iglesias quiere bloquear las puertas giratorias- Aznar, Blesa, Rato, Matas, Felipe González, Javier Solana, Borrell, ha mencionado entre otros el líder de Podemos- conoce bien la estatua de Beau Brummell en Jermyn Street, donde los ricos de todo el mundo compran sus trajes. El espíritu del bello Brummell, creador de la corbata en el Londres decimonónico de Jorge IV, ha sobrevolado esta noche el primer debate a cuatro de nuestra joven democracia.
Lo ha hecho porque, anodino como ha sido en el contenido excepto en la agarrada sobre la corrupción, la larga noche se ha prestado a distraerse con el look y los gestos de los candidatos. De entrada, solo Mariano Rajoy y Pedro Sánchez han optado por una corbata de inevitable toque presidencialista. Iglesias, por la camisa blanca y limpia, sin más. Albert Rivera se ha quedado en ese centro descamisado pero con chaqueta en el que suele deambular. Incluso anoche, cuando tanto se jugaba: acusó a Rajoy de quedarse 343.000 euros de los papeles de Bárcenas- nunca ningún político lo había hecho con tanta precisión- y peleó por salir del sándwich en el que él y Sánchez quedaron atrapados tras el 20D.
Pero lo polarización funciona: si hay que puntuar a los candidatos, pienso que Rajoy e Iglesias salieron victoriosos; que Rivera se hizo el duro y que Sánchez continuó perdido en su propia traducción. Tan desdibujado que al acabar el debate el líder socialista optó por sustituir su corbata por su mujer, Begoña, que lo acompañó de la mano hasta salir del edificio.
“Hablar está muy bien, dar trigo es otra cosa”, ha empezado diciendo Rajoy, que nos ha deleitado con su dosis habitual de dichos castellanos, tablas políticas y cara dura: si no asumió la responsabilidad política por la corrupción del partido que preside en 2013 cuando emergieron sus mensajes consoladores a Bárcenas no va a hacerlo ahora, tres años después.
Pero Rivera, que tiene un sueño para España que no termina de contar, se convirtió en el “ruiz” de este debate, como lo fue Sánchez en diciembre. Rajoy también lo acusó de pagar en negro, y Rivera lo admitió: lo hizo antes de entrar en política, como también ha admitido Sánchez, y no en sobres como supuestamente lo hizo Rajoy desde años antes de llegar a Moncloa.
Rivera ha querido también ser el “ruiz” de Iglesias, al que ha echado en cara la “financiación inmoral (que no ilegal)” de Venezuela. Cuando se trata de corrupción, equiparar a Rajoy con Iglesias no vale, como ha indicado Sánchez: “No es lo mismo la beca de Errejón que los 40 millones de Bárcenas en Suiza”. El líder de Podemos no ha respondido con demasiado interés al ataque: lo suyo esta noche ha sido insistirle a Sánchez que tire la toalla y que gobierne en coalición con Unidos Podemos. Incluso le da la opción Iglesias de que lo haga como presidente “si saca más votos” (en el entendido de que no lo hará y de que el presidente será Iglesias).
¿Y? A las dos de la mañana los cuatro líderes seguían pululando por sus sedes en Madrid. Una hora estupenda para levantar España. El mantra repetido: todos saben que necesitarán de pactos para gobernar, pero solo Rajoy e Iglesias han dicho cómo. El líder del PP pactará “con los españoles” [sic] tras ser el partido más votado e Iglesias sólo pactará con Sánchez, que no lo hará con él y tampoco con Rajoy.
¿Rivera? “Si no hay regeneración, Ciudadanos no estará en el gobierno. Tenemos que tener un gobierno con las manos libres y limpias. Un nuevo gobierno con nuevas políticas”, ante la Academia de Televisión en una imagen tan vetusta como la figura de Manuel Campo Vidal, que esta vez ha sido acompañante y no moderador. Hasta cuatro veces han preguntado los periodistas a Rivera si eso significa que vetará a Rajoy en un gobierno P-Cs tras el 26J. La respuesta: “No hay vetos”. ¿Terceras elecciones en Navidad?