Agbogbloshie, en Ghana, es conocido como el vertedero que, cada año, recibe una media de 40 millones de toneladas de residuos electrónicos procedentes de países europeos. La obsolescencia programada de los aparatos o, simplemente, la necesidad marketiniana del primer mundo de disponer del nuevo modelo de móvil o de ordenador genera una basura electrónica que, por momentos, está siendo inasumible.
Sólo en la Unión Europea se cambian al mes 10 millones de teléfonos inteligentes y gran parte de estos residuos que se generan nunca llegan a reciclarse, se acumulan. Según datos de Eurostat, menos del 40% de toda la basura electrónica recibe un tratamiento. Y aunque esto pueda parecer inofensivo, no lo es.
Desde lavadoras hasta ordenadores y móviles, los Residuos Electrónicos y Eléctricos (RAEE) en la UE dejan una huella ecológica importante y plantea todo un reto de cara a las próximas décadas, con un cambio climático cada vez más acuciante.
Sólo en la UE se cambian al mes 10 millones de teléfonos inteligentes que nunca llegan a reciclarse
La basura electrónica contiene metales pesados que no sólo son muy contaminantes, sino que son peligrosos para la salud humana. El mercurio, el plomo, el arsénico o el antimonio, presentes en teléfonos, tablets y todo tipo de artilugios propios de la vida moderna, tienen efectos perjudiciales en el cerebro y en el sistema circulatorio. Otros como el cadmio, por ejemplo, pueden producir alteraciones en la reproducción e incluso llegar a provocar infertilidad.
Además, la quema de la basura electrónica produce gases tóxicos que pasan a la atmósfera y líquidos que penetran en la tierra. Los metales pesados acaban contaminando ríos y mares hasta el punto de que, paradójicamente, terminan en el pescado que comes habitualmente. Así lo demostraba un estudio español que siguió la ruta de estos elementos tóxicos y comprobó cómo esa contaminación que generamos acaba volviendo a nuestra mesa.
Sin embargo, hay formas de volver sostenible unas prácticas que, hasta ahora, demuestran ser abusivas, no sólo con el medio ambiente, sino para con la salud humana. Ya en el siglo pasado nacía la necesidad de producir tal cantidad de recursos secundarios para la producción a gran escala de materias primas.
Los metales pesados acaban contaminando ríos y mares y terminan en el pescado que consumimos
Como explica en un artículo el investigador Félix Antonio López, experto en reciclado de materiales del CSIC, la idea por aquel entonces consistía en implementar plantas de reciclaje de metales como el hierro, el aluminio y el cobre y aprovechar la energía procedente de los residuos. De esta manera, esa combinación podría satisfacer las necesidades energéticas de la ciudad (calefacción y refrigeración, electricidad) y mejoraría su sostenibilidad.
Una 'mina' urbana
Si damos un salto a este siglo, aún con una realidad muy distinta, este objetivo se puede alcanzar. Veena Sahajwalla, directora fundadora del Centro de Investigación y Tecnología de Materiales Sostenibles de la Universidad de Sydney (UNSW), ya comenzó en 2015 un proyecto que pretendía crear una mina urbana. Este concepto que, de buenas a primeras, puede sonar poco ecológico, resulta que genera toda una economía circular muy beneficiosa para el medio ambiente, pero también a nivel económico.
En su mina –la primera conocida en todo el mundo–, Sahajwalla extrae materias primas de toneladas de televisores, celulares y otros aparatos electrónicos que son desechados cada año.
Y no es de extrañar porque, como apunta un estudio de las universidades de Tsinghua de Beijing y Macquarie de Sydney, cada móvil contiene al menos 0,35 gramos por kilo de oro. Si hacemos cuentas, de una tonelada de móviles se podrían extraer 350 gramos de oro, mucho más que lo que se puede encontrar en un yacimiento minero, donde por una tonelada se extraen unos cinco gramos por cada tonelada.
Sahajwalla extrae materias primas de toneladas de televisores, celulares y otros aparatos electrónicos desechados
Como el oro, los aparatos electrónicos esconden otros muchos materiales como el estaño (Sn), el tántalo (Ta) o el wolframio (W). Muchos de ellos no sólo se extraen en zonas de conflicto o donde los derechos humanos brillan por su ausencia –como es el caso del coltán en El Congo–). Estos elementos también forman parte de la lista de metales y minerales críticos de la Unión Europea.
Los yacimientos –ya en explotación– no son recursos ilimitados, y una vez que se extraigan, no pueden volver a producir el mismo mineral. Esto supone un problema económico y de desarrollo, sobre todo en una época en la que la demanda de aparatos eléctricos y electrónicos no para de aumentar.
Además, las posibles consecuencias catastróficas de las que alerta la ciencia debido al cambio climático, también están obligando a los países a tomar medidas e implementar políticas menos contaminantes. Entre ellas, está el uso de coches eléctricos o la dependencia de energías limpias como la solar.
De una tonelada de móviles se podrían extraer 350 gramos de oro
Para todo ello se necesitan baterías. Y para esas baterías, se requieren minerales y metales que acaban obteniéndose de minas y zonas sobreexplotadas. Es un círculo vicioso de residuos que vuelven a contaminar y a contaminarnos.
La mina Sahajwalla podría así cambiar la dirección de ese círculo hacia la sostenibilidad. Este nuevo método, según calcula la científica, daría beneficios pasados dos años. En esta misma línea, el estudio publicado por las universidades chinas señalaba que la minería tradicional era 13 veces más cara que la minería electrónica.
"Los primeros que comiencen con estas prácticas serán seguramente especialistas en metales, especialmente pequeñas empresas de emprendedores que son conscientes de la escala del problema de los residuos electrónicos", aseguraban los autores. Sobre todo porque la cantidad de basura electrónica no dejará de aumentar, como tampoco las necesidades de materias primas para el desarrollo sostenible de las economías.