La Pescadería es un coqueto restaurante del madrileño barrio de Malasaña que se anuncia en su página web como "un lugar en el que conviven tatuajes y barbas hípster con personajes de la cultura, la moda y el cine, además de familias y turistas que se atreven a adentrarse en el Madrid más auténtico".
Quienes se sientan en su terraza del esquinazo de las calles Corredera y Ballesta a degustar un delicioso steak tartar solo tienen que levantar un poco la vista para darse un baño de la otra realidad capitalina. A pocos metros, una cola de gente que da la vuelta a la manzana espera para recibir una bolsa con un bocadillo y una pieza de fruta.
Son parte de las más de 100.000 personas que reciben algún tipo de ayuda alimentaria de las redes vecinales madrileñas desde el inicio de la pandemia. En España, un millón y medio de familias depende hoy de las colas del hambre para poder comer, según los últimos datos del FEGA (Fondo Español de Garantía Agraria).
La Real Hermandad del Refugio lleva muchas décadas alimentando a personas en riesgo de exclusión social en el centro de Malasaña. Pero con la llegada de la pandemia el número de beneficiarios de disparó y entraron nuevos perfiles, gente que hasta hace bien poco no se planteaba tener que pedir ayuda para comer.
Federico es carpintero, y viene desde hace dos meses: "Antes me hacían encargos todas las semanas, pero de pronto dejó de sonar el teléfono". Pedro es repartidor de Seur, y viene a la cola de la Hermandad "de vez en cuando, cuando mi cuenta se pone en números rojos, algo que nunca me había pasado antes".
Hoy es el primer día de Marisa: estudió Contabilidad y su último trabajo fue para una empresa que la despidió antes de la pandemia, por un recorte de plantilla. "Ya estábamos en crisis hace años. La diferencia es que, si te echaban a la calle, no tardaban en volver a contratarte en otro sitio, algo que hoy no sucede". Ha vivido de sus ahorros hasta el día que EL ESPAÑOL habla con ella. "El dinero no es infinito y hay que tomar decisiones extremas como esta", lamenta.
"Y doscientos. Ya, corta el grifo", dice un empleado de la Hermandad. Es el número de personas que atienden cada día; antes de la pandemia, eran menos de la mitad.
En España, un millón y medio de familias depende hoy de las colas del hambre para poder comer
A varios kilómetros de allí, en el distrito Latina, la Asociación de Vecinos de Aluche, uno de los barrios con menor renta per cápita de la Madrid, atiende a más de 400 familias todos los sábados. Les entregan una bolsa con fruta, conservas, leche… "Sobre todo proteínas", puntualiza Rogelio Poveda, presidente de esta entidad ciudadana, que funciona con precisión relojera.
Son las diez de la mañana y hay mucho ajetreo en el local que hace de despensa receptora de las donaciones que provienen de comercios, vecinos, empresas alimentarias y el Banco de Alimentos de Madrid. Una decena de personas voluntarias -cada una con un papel muy definido- se encarga de confeccionar las bolsas, recibir a los beneficiarios y organizar las colas en tres franjas horarias para evitar masificaciones.
"Somos muy estrictos con eso por la covid", señala Poveda. En los momentos más agudos de la pandemia, llegaron a atender a más de mil familias cada semana.
Dos mujeres con sus respectivos ordenadores portátiles conceden las tarjetas preceptivas tras comprobar los datos de los solicitantes, que deben cumplir una serie de requisitos, como ser residentes del barrio o acreditar un máximo de ingresos mensuales.
"Esto es relativo y somos flexibles porque cada caso tiene sus circunstancias, pero es la forma de mantener cierto orden", explica Poveda. En ocasiones registran esos datos en paralelo a Servicios Sociales del ayuntamiento, para agilizar las ayudas: "A veces tardan meses en darles los papeles, deberían ser más rápidos porque el hambre no espera".
No es la única reclamación que hace esta asociación a la Administración. El alquiler del local que sirve de despensa cuesta unos mil euros mensuales, que por el momento paga un donante del barrio. "Pero en unos tres meses no tendremos esa ayuda, y por eso estamos reclamando que nos cedan un quiosco a pocos metros de aquí, de propiedad municipal, que lleva tiempo cerrado, y nos deniegan todo el rato", explica Poveda.
Preguntado por esta situación, el concejal del distrito Latina, Alberto Serrano Patiño, responde que ese local "carece de suministros básicos como luz y agua, y por tanto no tiene las condiciones sanitarias adecuadas". Patiño añade que le han propuesto a la asociación otras opciones, que han rechazado.
"No nos han dado ninguna alternativa válida", replica Poveda. Y añade: "Estamos en una verdadera emergencia porque no sabemos si la situación va a volver a empeorar; en poco tiempo podemos vernos con toneladas de alimentos donados en la calle, sin tener donde guardarlos".
“La Administración a veces tardan meses en darles los papeles; deberían ser más rápidos porque el hambre no espera”, explica Rogelio Poveda
En las colas de Aluche, que se organizaron en el primer estado de alarma con improvisación trompicada, también aguardan ahora historias inopinadas, gente que ha perdido su trabajo de la noche a la mañana, con familia, hipoteca… “Tenemos arquitectos e incluso un par de pilotos”, apunta Poveda.
Sergio aguarda pacientemente esta mañana soleada de sábado que EL ESPAÑOL visita esta asociación, apoyado en su carrito de la compra. Es la primera vez que viene. Su mujer trabaja para el Ayuntamiento, y él tiene un puesto de mantenimiento en una inmobiliaria.
“Acabamos de tener una hija y llevamos meses esperando a que la Seguridad Social nos pague la baja de paternidad, que va con mucho retraso”, explica este treintañero. “Estamos al límite, en casa solo nos queda un pañal”. En la despensa de Aluche también proveen de todo lo necesario para el cuidado de bebés.
La labor de las redes solidarias ciudadanas es fundamental para paliar el drama alimentario de un sistema que se ha visto desbordado. “Algunas personas salen de estas redes de apoyo porque encuentran un trabajo, pero al mismo tiempo entran otras que nunca habían necesitado recurrir a una despensa porque tenían un dinero ahorrado, por ejemplo, pero lo han agotado”, explica Javier Cuenca, vicepresidente de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid (FRAVM).
Cuenca advierte: “Al inicio de la pandemia pensábamos que iba a ser algo muy puntual y que más tarde se resolvería, pero vemos que la situación se está enquistando. Llevamos ya año y medio, y hay muchas despensas que han tirado la toalla y cerrado porque no tienen personal que se haga cargo de ellas”. En 2020 llegaron a ser casi 80, hoy no llegan a 50.
“Nuestro papel es muy importante porque no estamos tan burocratizados como la Administración”, prosigue Cuenca. “Una persona que necesita ayuda la recibe de forma prácticamente automática. Pero si entran en el sistema de ayudas de Servicios Sociales requieren una tramitación que en algunos casos se les alargan hasta los cuatro meses. Paramos el golpe en primera instancia, y luego estas personas ya regularizarán su situación para acceder a ayudas estatales o municipales. Pero hasta que encuentra esa salida, tiene el movimiento vecinal”.
"Unas persona salen de estas redes de apoyo porque encuentran un trabajo, pero entran otras que nunca habían necesitado recurrir a ellas", explica Javier Cuenca
En lo más agudo del confinamiento, llegaron a atender a más de un tercio de las familias con necesidades alimentarias críticas. Cuenca considera que su papel en esta pandemia debería ser más reconocido con una mayor colaboración de la Administración. Por ejemplo, con la provisión de locales que reclaman en la Asociación de Vecinos de Aluche.
“Yo entiendo que en el cambio de Gobierno municipal ha coincidido que esa cesión de espacios caducaba, pero podrían haberse buscado otras alternativas”, opina Cuenca. Y explica: “Ante una situación excepcional como esta se podría haber hecho algo excepcional como, por ejemplo, una prórroga de la cesión de estos locales hasta encontrar una salida".
Cuenca recuerda que se han visto obligados a abandonar locales que a día de hoy siguen cerrados. "Nunca nos vamos a negar a que salgan a concurso si lo dicta la ley, pero mientras eso no suceda, deberían haber mantenido las cesiones, aunque sea con renovaciones semestrales", afirma.
Desde el consistorio madrileño defienden que su actitud ha sido de colaboración en todo momento, y que han “liderado la gestión de la crisis”, en la que más de 255.000 personas han recibido ayudas a la alimentación gracias al trabajo de una plantilla de Servicios Sociales que han aumentado en un 22%, según sus datos.
Su principal medida ha sido la creación de la Tarjeta Familias, con la que personas azotadas por la crisis pueden ir a comprar alimentos directamente a los comercios, sin tener que exponerse en las colas del hambre. “Ya hemos concedido 7.500, de las que se benefician unas 22.000 personas”, cuenta José Aniorte, concejal del Área de Gobierno de Familias, Igualdad y Bienestar Social en el Ayuntamiento de Madrid. “Con eso evitamos la estigmatización que sufren quienes van a las colas del hambre”, asegura.
Respecto a la labor de las redes ciudadanas, Aniorte añade: “Sin duda estamos agradecidos a todas las empresas, parroquias y entidades sociales que se han volcado, pero la respuesta de la Administración no puede ser paliativa. Una vez pasado lo peor del momento tenemos que centrarnos en respuestas dignificadoras y reformistas, aprovechar la crisis como una oportunidad y hacer grandes reformas pendientes en la política social madrileña y que nadie se quede atrás”.
Un reto enorme si tenemos en cuenta que Madrid es la quinta comunidad con la mayor tasa de pobreza extrema, casi un 10%, según el último estudio de la Red Europea contra la Pobreza (EAPN-ES).
Con la Tarjeta Familias, las personas azotadas por la crisis pueden ir a comprar alimentos directamente a los comercios sin tener que exponerse en las colas del hambre
La labor “paliativa” de las despensas solidarias sigue siendo hoy fundamental, y tal vez lo sea más en los próximos meses. “Después del verano nos enfrentamos al fin del escudo social, de los ERTE, a una subida generalizada de precios…”, apunta Belén Giménez, portavoz de la Fundación Banc dels Aliments de Barcelona.
“Hoy atendemos a un 35% de personas más que antes de la pandemia, casi 150.000, y en el confinamiento llegamos a una subida del 45%, porque las oficinas de Atención al Ciudadano del Ayuntamiento cerraron de golpe”. Giménez alerta de que la economía sumergida ha mostrado su peor cara en esta crisis: “La red de subsistencia de muchos trabajadores que no figuran en las estadísticas, como limpiadoras domésticas se vino abajo y afloró una pobreza extrema”.
Desde el Banco de Alimentos de Sevilla no tienen queja de la colaboración del sector público. “Afortunadamente en este momento y, sobre todo durante el 2020, en que las peticiones aumentaron un 25%, hemos contado con el apoyo de las administraciones autonómicas, provinciales y locales, haciendo posible que nuestra actividad no se viera mermada”, explica el presidente de esta fundación, Agustín Vidal-Aragón.
“Pero no hay que olvidar que ha sido posible gracias a todas las donaciones procedentes de la sociedad en general, tejido empresarial, fundaciones y asociaciones”, añade Vidal-Aragón.
La experiencia de la ONG Despensa Solidaria, una de las instituciones más activas de Alicante durante la crisis, es bien distinta. “El Ayuntamiento nos pidió ayuda al inicio de la pandemia y multiplicamos nuestro trabajo por tres; en lo que va de año hemos tenido un gasto de 50.000 euros, y el Consistorio solo nos ha aportado la quinta parte”, reclama una portavoz de la organización.
La coordinación de los poderes públicos con la ciudadanía más allá de partidismos e ideologías es fundamental para superar esta crisis, en la que lo primero son las personas
Las colas del hambre seguirán siendo una estampa tristemente habitual durante mucho tiempo, como coinciden la mayoría de expertos consultados. Aunque ahora hay menos entidades ciudadanas que al principio de la pandemia, están mejor organizadas ante lo que está por venir, y apoyadas “por una sociedad cada vez más solidaria”, señala Javier Cuenca.
El vicepresidente de la Federación Regional de Asociaciones Vecinales de Madrid tiene claro cuál podría ser la solución del futuro: “Ahora toca que la colaboración de las administraciones locales, regionales y estatales sea un hecho generalizado; la coordinación de los poderes públicos con la ciudadanía más allá de partidismos e ideologías es fundamental para superar esta crisis, en la que lo primero son las personas”.