En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el periodista y fotógrafo Gervasio Sánchez presenta su última obra, VIOLENCIAS, MUJERES, GUERRAS (Blume, 2021), con decenas de historias que relatan los patrones de violencia que viven las mujeres en los conflictos armados.

    Sus 90 fotografías reivindican historias de las víctimas civiles en las guerras y muestran cómo no terminan cuan cesa el fuego. Los conflictos armados dejan a las mujeres en situación de especial vulnerabilidad, especialmente ante la pobreza y el acceso a los recursos económicos. 

    Los servicios básicos de salud y de atención materno-infantil se desmoronan, la violación es utilizada como arma y agresión entre contendientes y la violencia de género, la trata de seres humanos, y el matrimonio infantil se exacerban durante el conflicto.

    Al mismo tiempo, casi la mitad de las personas desplazadas por la violencia en el mundo son mujeres y a menudo atraviesan mayores dificultades por motivos de género en estas situaciones.

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    Dos mujeres muestran el retrato de un familiar desaparecido. Campamento saharaui de Auserd, octubre de 2016

    Unos 400 saharauis han desaparecido desde principios de los años setenta en el marco del conflicto armado y la represión política de Marruecos contra la población civil de las zonas ocupadas. Durante décadas no hubo ningún tipo de información sobre el paradero de los desaparecidos.

    El Gobierno marroquí reconoció en 1999 que 43 desaparecidos saharauis habían muerto durante la detención. En diciembre de 2010, el Consejo Consultivo de Derechos Humanos de Marruecos publicó en internet un informe con referencia a 207 casos de desaparecidos, dándoles por muertos “debido a las condiciones del encarcelamiento”,  “en medio de sufrimientos” o en “enfrentamientos militares”.

    Según la Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis (AFAPREDESA), las informaciones proporcionadas fueron limitadas, fragmentadas e imprecisas. Tampoco se informó sobre el destino final de los cuerpos de las víctimas. La desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad y  tiene carácter de delito permanente.

    Gervasio Sánchez
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    Haurin Khader. Erbil (Kurdistán iraquí), abril de 2006

    Haurin Khader, de 15 años, es curada de sus heridas en el hospital Emergency de Erbil, capital de la Región Autónoma del Kurdistán de Iraq. Su cuerpo es una llaga enrojecida de carne implantada y chamuscada desde que se intentara suicidar a lo bonzo en su pequeña aldea.

    El amor fue la causa que destruyó su cuerpo y puso en entredicho su futuro. Cometió la osadía de enamorarse de Arcan, un primo de su misma edad, cuando sus padres ya habían pactado su matrimonio con un familiar lejano, mucho mayor que ella. Haurin es una de las escasas víctimas que da detalles sobre su suicidio frustrado. En el 90% de los casos, los familiares utilizan la tapadera del accidente doméstico o del descuido para justificar el suicidio.

    “Me había comprometido con mi primo en secreto y se lo estaba contando a una amiga cuando entró mi hermano Barzan y me obligó a interrumpir la conversación. Venía con la intención de matarme. Me tendió una lata de queroseno, me ordenó que me la vaciase por encima de mi cuerpo y encendiese una cerilla”, cuenta la adolescente.

    La joven cumplió la orden, pero antes amenazó con una sorprendente valentía: “Me voy a suicidar, pero voy a decirles a las autoridades que tú eres el culpable”. Su cuerpo quedó envuelto en llamas ante la pasividad de su hermano. La familia la mantuvo en casa durante dos días envuelta en emplastos de plantas y barro. Ante la gravedad de las heridas no les quedó más remedio que llevarla al hospital.

    Gervasio Sánchez
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    María Eugenia Urrutia Moreno. Bogotá (Colombia), noviembre de 2011

    María Eugenia Urrutia Moreno, de 38 años, fue violada por paramilitares delante de su marido. “Una noche entraron en mi casa, golpearon a mi pareja y sujetaron a mi hija de cuatro años. Dos me violaron delante de mi familia. Mi marido se sintió humillado y me dijo que hubiera preferido que le pegasen un tiro. Sentía más odio contra mí que contra los violadores. Organicé un movimiento de mujeres afroamericanas y soy su representante legal", explica la activista.

    "La Corte Interamericana de Justicia ordenó medidas cautelares a mi favor por el alto riesgo de vulnerabilidad. Hace dos años me secuestraron con una amiga, nos llevaron a un descampado, nos introdujeron los cañones de sus armas en las vaginas, nos obligaron a hacer sexo oral y nos quemaron con cigarrillos. Todavía siento miedo y pesadillas. Recientemente, estaba en mi trabajo junto a mis dos escoltas cuando un hombre se me acercó con una pistola. Uno de los escoltas se abalanzó sobre mí y me tiró al suelo; estuvieron repeliendo el fuego durante 20 minutos. Si no es por ellos, estaría muerta. Sé que el día que me calle habrán ganado la partida”, cuenta.

    Gervasio Sánchez
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    Mariatu Kamara. Freetown (Sierra Leona), enero de 2001

    Mariatu Kamara, de 15 años, sufrió la amputación en 1999 de sus dos manos durante la guerra de Sierra Leona. Cortar manos, piernas, orejas o lenguas se convirtió en una práctica habitual de la guerrilla. La amputación fue la macabra singularidad de la guerra sierraleonesa.

    La guerrilla del Frente Revolucionario Unido generalizó su práctica a partir de 1995. Daba igual la edad. Algunas víctimas tenían meses. Mariatu lleva años viviendo en un centro especial para amputados en Aberdeen, un barrio de Freetown, la capital sierraleonesa. Allí tuvo su primer hijo, que murió al poco de nacer.



    Gervasio Sánchez
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    Madre e hija. Sarajevo (Bosnia-Herzegovina), septiembre de 1993

    Una madre y su hija, cargadas de bidones de agua que han llenado en una fuente pública, observan el traslado al depósito de cadáveres de una persona víctima de un bombardeo. La vida, anclada en la más pura supervivencia, se cruza con la muerte en una calle de Sarajevo durante su brutal cerco que duró tres años y medio.

    Este tipo de escenas eran muy cotidianas y diezmaban la capacidad de resistencia de los ciudadanos que vivían sin agua, luz y calefacción. Los sitiadores, armados con artillería pesada y sólidamente pertrechados en las colinas que rodeaban la capital bosnia y en algunos de sus barrios, sometieron a un infierno diario a los centenares de miles de ciudadanos. Los cementerios crecían cada día por culpa de un espantoso e inútil goteo de muerte.

    Gervasio Sánchez
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    Una niña víctima del huracán Mitch. Tegucigalpa (Honduras), enero de 1999

    Una niña víctima del huracán Mitch a su paso por Centroamérica se peina en un centro de damnificados de Tegucigalpa, la capital de Honduras. La naturaleza nunca ha tenido piedad del istmo centroamericano. Cada pocos años, un nuevo terremoto o un huracán provocan una catástrofe humanitaria.

    Durante las interminables guerras civiles varios países fueron afectados por terremotos. Los combatientes tuvieron que parar la guerra temporalmente para rescatar a las decenas de miles de muertos entre los escombros. Los vaivenes de la tierra llegaron a provocar más muertos que las propias guerras.

    El Mitch destruyó gran parte de cultivos, las infraestructuras y la industria. Cerca de 10.000 muertos y otros tantos desaparecidos y hasta tres millones de damnificados fueron las cifras de aquella tragedia, además de inmensos daños en viviendas, cosechas y pérdidas económicas difíciles de cuantificar.

    Gervasio Sánchez
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    Margaret McKinney. Belfast (Irlanda del Norte), septiembre de 2001

    Margaret McKinney muestra la fotografía de su hijo Brian ante su tumba. El IRA asesinó al muchacho en 1978, hizo desaparecer su cadáver y negó su implicación en el crimen hasta que en 1999 facilitó información del paradero de sus restos bajo presión del gobierno estadounidense.

    La mujer le cuenta a Rogelio Alonso sus sentimientos más íntimos: “Morí con Brian y mi obsesión fue encontrarle. No he podido dejar de imaginarme el momento en que lo asesinaron. Veo su cara y sus manos atadas y sé que estaría pensando en mí. En 1999 me visitó el político Gerry Adams (algunos documentos oficiales británicos e irlandeses, desclasificados por haber transcurrido treinta años, le señalan como una importante figura del IRA Provisional a principios de la década de los setenta) y se comprometió a recuperar sus restos. Jamás me pidió perdón. Ni siquiera en privado, cuando estábamos a solas él y yo".

    Y añade: "Durante años negó que el IRA lo hubiera asesinado. Cuando finalmente lo admitió dijo que son cosas que pasan en una guerra y que todo el mundo sabe la opinión que en Irlanda se tiene de los confidentes. Él sabía muy bien que mi hijo no era un confidente, ni jamás tuvo nada que ver con el grupo armado. Si lo hubiese sido, habrían dejado su cadáver abandonado en cualquier cuneta, como hacían para disuadir a otros".

    Gervasio Sánchez