En una época en la que todo el mundo lo sabe todo sobre las vacunas contra la covid-19 –su efectividad, los laboratorios que las fabrican, cuántas dosis es recomendable administrarse y más–, una importante noticia sobre otro tipo de inmunización ha pasado completamente desapercibida.
Pocos periódicos decidieron colocar en su portada que el pasado 6 de octubre la Organización Mundial de la Salud (OMS) aprobó por primera vez una vacuna contra la malaria, un compuesto denominado RTS,S/AS01 –el nombre comercial es Mosquirix– que lleva más de dos décadas probándose en humanos y que tiene, además, cierto sello español.
El hospital más involucrado en su investigación clínica, el Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM) se creó con el apoyo del Hospital Clínic de Barcelona y el actual director del Programa Mundial sobre Malaria, pieza decisiva en su desarrollo, es el español Pedro Alonso.
"La vacuna no tiene una eficacia muy elevada y sólo protege al 36% de los niños que se la inyectan"
La razón por la que esta aprobación no ha abierto informativos no es sólo por el tradicional ninguneo a una enfermedad que afecta mayoritariamente a países pobres. La realidad es que la vacuna no tiene una eficacia muy elevada y sólo protege al 36% de los niños que se la inyectan, según los últimos estudios.
Pero si aplicamos este modesto porcentaje a las elevadísimas cifras de muertes por malaria, la cosa cambia. Porque, ¿qué supone salvar de la muerte al 36% de los más de 260.000 niños menores de 5 años que fallecen cada año por malaria en el África subsahariana? El cálculo es sencillo: Mosquirix puede evitar 93.600 muertes sólo de niños de esta edad. Pongamos la cifra en perspectiva: según los datos oficiales, en España ha muerto de Covid-19 menos gente y por supuesto de muchísima más edad, 87.955 personas.
Así, existe en el mundo un medicamento preventivo que puede evitar semejante número de muertes infantiles en el mundo. Ahora sólo falta que se administre, algo para lo que hacen falta dos cosas: voluntad política y dinero.
Alguien que sabe mucho de ambas cosas ha publicado una desgarradora tribuna en el prestigioso diario The Guardian precisamente para impulsar la vacunación masiva de niños contra la malaria. Se trata de Ngozi Okonjo-Iweala (Nigeria, 1954), la actual directora de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Su artículo titula sin ambages: El mundo finalmente tiene una vacuna frente a la malaria. Ahora hay que invertir en ella.
En el texto, la economista cuenta cómo la malaria casi destroza a su familia cuando ella tenía 15 años y su hermana pequeña tres. En plena guerra civil de Nigeria –cuando ocurrió el asedio de la autoproclamada República de Biafra–, la entonces adolescente vio cómo su hermana comenzaba a arder en fiebre y fue ella la encargada de llevarla a una clínica. Hablamos de Nigeria en la década de 1960: Ngozi tuvo que caminar 9 kilómetros con la pequeña en brazos.
"Llegamos a la clínica y nos encontramos con una multitud aglomerada intentando entrar a través de las puertas cerradas con pestillo. Yo sabía que la enfermedad de mi hermana no podía esperar, así que me tiré al suelo y empecé a arrastrarme entre piernas, con mi hermana apoyada en la espalda, hasta que llegué a una ventana abierta y entré a través de ella", escribe.
Y continua: "Para cuando conseguí entrar, mi hermana apenas se podía mover. El médico actuó con rapidez, inyectándole fármacos antimaláricos y suero para rehidratarla. En unas horas, empezó a revivir. Si hubiéramos esperado algo más de tiempo, mi hermana podría no haber sobrevivido".
La actual presidenta de la OMC mira ahora al pasado para darse cuenta de lo mucho que se ha avanzado en la lucha contra la malaria pero deja claro algo: no es suficiente. Como buena economista, Okonjo-Iweala acude a los datos. Primero a los positivos, que demuestran que desde 2019 más de 800.000 niños africanos han recibido al menos una dosis de la vacuna dentro de programas piloto de vacunación.
Y después, a los que no lo son. La nigeriana relata cómo la malaria empobrece a los países y cómo el nivel de renta per cápita en las naciones con malaria endémica es un 70% más bajo, relata los miles de millones de dólares en productividad perdida que supone la enfermedad y el dinero que gastan estos países en tratarla.
"La malaria es emocional –porque golpea de repente y mata a nuestros niños–. Pero yo soy economista, así que dejo mis emociones de lado para analizar si la vacuna es una buena inversión", escribe.
Okonjo-Iweala continúa su escrito agradeciendo a la OMS, a los gobiernos y a los organismos –como la alianza Gavi- involucrados en la administración de la vacuna en ensayos clínicos y programas piloto el camino recorrido hasta ahora y que ha llevado a la aprobación de la vacuna. Pero sigue con una petición.
"Urjo a la comunidad sanitaria global a ser valiente e invertir en la vacuna de la malaria a mayor escala, para que podamos recoger los frutos de este hallazgo rompedor para la salud de los niños", escribe en el rotativo británico. "Es nuestra responsabilidad colectiva invertir en la vacuna de la malaria que ahora tenemos en nuestras manos y asegurarnos de que ella a aquellos que la necesitan", añade.
Entretanto, el giro feliz. Aquella niña de tres años a la que la directora de la OMC cargó a sus espaldas afectada por malaria es hoy médica y se dedica a "salvar las vidas de los otros". Justo lo mismo que hace la vacuna recién aprobada.