Cuando te aproximas a Orango, las imágenes inventadas en tu niñez mientras leías La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson, se hacen realidad ante tus ojos. En esta isla situada a 60 kilómetros de la costa de Guinea-Bisáu también hay un tesoro, pero en vez de doblones, es natural.
Las Bijagós son un reducto de biodiversidad, tan rico como poco estudiado. Un archipiélago con 88 islas, de las cuales sólo 18 están habitadas, y en el que hay dos parques nacionales de extraordinaria biodiversidad: el de las Islas Orango, donde habita el hipopótamo marino, y el de Joao Vieira-Poilao, el lugar de desove de las tortugas verdes marinas más importante del Atlántico.
El Orango Parque Hotel, el único que existe en el parque, está gestionado por la Associação Guiné-Bissau Orango, una entidad sin ánimo de lucro cuyos principales socios son el Instituto da Biodiversidade e das Áreas Protegidas de Guinea Bissau (IBAP) y la oenegé española CBD-Hábitat.
Con mucho esfuerzo y recursos que se quedan escasos, trabajan duro para mejorar muchos de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se señalan en la Agenda 2030: la eliminación de la pobreza, combatir el cambio climático, la educación, la igualdad de la mujer y la defensa del medio ambiente.
El proyecto de ecoturismo en Orango sirve para mantener el hotel, pero su foco principal es mejorar las condiciones de vida de la comunidad y la protección medioambiental. Para ello, es fundamental armonizar las actividades humanas, agrícolas y ganaderas con la conservación.
En este tiempo han construido siete pozos y ofrecen formación a los empleados del hotel y a los habitantes de Orango: de limpieza, idiomas, guiado de grupos, servicio de mesas, de corte y costura y de teñido natural de ropa.
En colaboración con el IBAP, realizan proyectos sociales que la comunidad local demanda. “Es fundamental saber sus necesidades reales”, subraya Ana Maroto, bióloga y encargada de proyectos de cooperación al desarrollo en Guinea-Bisáu de CBD-Hábitat.
Además de escuchar sus necesidades y tratar de solucionarlas de forma sostenible, “el objetivo es capacitar a la población para que no se vean obligados a emigrar”, explica Maroto. La comunidad local es la principal centinela de la extraordinaria biodiversidad que aún se puede disfrutar en el área.
"El objetivo es capacitar a la población para que no se vean obligados a emigrar”, explica Maroto
“Esto es un refugio. En otros sitios matan a los grandes mamíferos, aquí se les respeta”, señala Raúl León Vigara, un biólogo manchego de 36 años que realiza circuitos sobre fotografía de naturaleza en el Orango Parque Hotel.
León reconoce que la biodiversidad que hay en Orango es abrumadora. “En el poco tiempo que llevo, he encontrado varios ejemplares de vertebrados que no están registrados. Y de invertebrados hay más aún”, subraya.
Una enfermería sin agua ni luz
El objetivo a largo plazo es ser sostenibles al 100%. Para ello, han aumentado las plazas hoteleras a 28, de manera que cubran gastos. Pero el mantenimiento es caro y la pandemia ha supuesto un retraso en los planes. En Orango solo ha habido dos casos de covid, en julio de 2021.
Aquí, en realidad, el riesgo lo traen los turistas, por eso exigen certificado de vacunación y una PCR al llegar. “Para nosotros, la gran preocupación es la malaria. Los bijagós no entendían por qué no venia la gente, no comprendían la pandemia. Incluso llegaron a hacer ceremonias para pedir el regreso de los turistas”, cuenta la etnóloga Mariana Ferreira, gestora del Orango Parque Hotel.
Cuando el proyecto comenzó, en 2007, la primera preocupación fue la lamentable situación sanitaria. En la isla había un puesto de salud, pero no funcionaba. “El edificio estaba en malas condiciones y sin personal”, explica Maroto.
Tras reformarlo, contrataron a tres enfermeros que se turnan para asistir a la población local. El hotel paga sus salarios. “Un sueldo medio de un ingeniero en Guinea-Bisáu es de 50 euros. Como nadie quería venir, ofrecimos 100 euros para animarles”, recuerda Ferreira.
Los enfermeros hacen una labor de concienciación para que la población local, aunque use la medicina tradicional, también acuda a ellos. Pero están muy limitados. Por eso, los tres barcos del hotel están a su disposición para casos graves. “Este puesto de salud es el mejor abastecido de la zona, pero no se puede operar”, señala Ferreira.
Han salvado varias vidas. Pero las que no lo consiguen duelen en el alma.
“Un sueldo medio de un ingeniero en Guinea-Bisáu es de 50 euros”, recuerda Ferreira
“Hace unas semanas, apareció una embarazada en plena noche. Su parto era complicado y estaba de ocho meses. En un barco, pusimos un colchón para llevarla al hospital de Bubaque, a una hora y media. Ella se salvó, pero el bebé no. Otras veces, sí salen adelante y le ponen el nombre de alguno de los marineros al recién nacido”, recuerda la gestora del hotel.
En el centro de salud no hay agua corriente, ni luz. Las urgencias y los partos se atienden con las linternas de los teléfonos móviles. Sólo hay dos camas, no tienen colchones, ni –a veces– mosquiteras. Las necesidades son múltiples y urgentes, y con la covid se han encontrado sin fondos. Por eso, están barajando la posibilidad de hacer un crowfunding en enero para mejorar la enfermería de Eticoba, la tabanka (aldea) de Orango.
El paraíso de los hipopótamos 'salados'
Los hipopótamos marinos son uno de los tesoros de Orango. Estos animales de agua dulce se han adaptado al hábitat de la isla para convertirse en una excepción única. Uno de sus lugares favoritos para pasar el día es la laguna Ancanacube, a una hora de camino por manglares, zonas inundadas y pastos altos. Salimos a buscarlos con Belmiro López, uno de los guías del hotel que hace circuitos de naturaleza y antropológicos y habla un castellano casi perfecto.
Al llegar al observatorio de la laguna Anor, una manada con una cría se baña ante nuestros ojos. Las cabezas suben y bajan, chapotean y nos observan sin pudor. “Están tranquilos, saben que no les vamos a hacer nada, pero hay que tener cuidado”, dice López, que explica que el hipopótamo es un animal muy territorial dentro del agua y con un sistema social que varía según el sexo.
Las hembras tienden a agruparse, los machos se retan entre ellos. Por eso, ellas se retiran a parir y si la cría es hembra, la llevan a la manada, pero si es macho, la separan un mes del grupo. Cuando la incorporen, se vivirá un momento de peligro máximo ya que el macho dominante –sea o no su padre– podría matar al pequeño. Cosas de la vida en la jungla y de las rivalidades varoniles.
La isla sagrada de las tortugas
Los hipopótamos de Orango compiten en popularidad con otra joya de las Bijagós, las tortugas verdes de la isla sagrada de Poilao. Esta pequeña isla es una de las cinco colonias más grandes del mundo de esta especie en vías de extinción, que llega a sus playas para desovar cada año de julio a noviembre.
Las mujeres son la conexión principal con el mundo espiritual a través de las okinkas o baloberas, las sacerdotisas bijagós
En ningún otro lugar del mundo puedes ir a ver un día hipopótamos y al siguiente tortugas marinas. Asistir a la puesta de huevos es conmovedor. La futura mamá –que nunca conocerá a sus crías– se desvive por protegerlas. Estremece ver el enorme esfuerzo físico que realizan y escuchar sus suspiros cansados. Ver a las crías de tortuga nacer e instintivamente correr hacia el mar es otro espectáculo que se queda en la memoria.
La isla de Poilao es considerada sagrada por el pueblo Bijagó. Eso significa, por ejemplo, que no se puede dormir con otra persona en las tiendas de campaña que hay en el refugio de madera donde se pernocta. “No hay que mezclarse”, confirma López con una sonrisa.
Hay que evitar el sexo de la misma manera que hay que evitar ir hacia el interior: sólo se puede pisar la arena de la playa, el resto es espacio sagrado.
Sentados frente al mar, López nos revela el nombre de su abuelo, Openo, que significa valiente y que será el suyo en un futuro cercano, cuando pase el fanado, una ceremonia de iniciación de los bijagós. Y, así, nos adentramos en la faceta más espiritual de este pueblo.
La leyenda del matriarcado
La comunidad bijagó es opaca con lo que ocurre en el fanado, pero pasarlo es fundamental para adquirir una posición social en una sociedad de estructura gerontocrática. Además, es un pueblo de creencias animistas, lo que explica en buena parte su respeto hacia la naturaleza y su profunda espiritualidad. Esta proviene de la idea de que todos los seres tienen alma y el mundo de los vivos y el de los muertos están relacionados.
Las mujeres son esenciales en la base socioreligiosa de esta comunidad. Además de encargarse del cuidado de la familia y de la agricultura de subsistencia –los hombres son los responsbales del cultivo del arroz y el anacardo–, ellas son la conexión principal con el mundo espiritual a través de las okinkas o baloberas, las sacerdotisas bijagós.
La llamada mística para serlo puede ocurrir en cualquier momento. Cuando sucede, la mujer deja atrás la familia para iniciar una vida de celibato, lo que la permitirá crear un vínculo absoluto con los espíritus.
Si bien es cierto que no se cumple la idea occidental del matriarcado, la mujer ostenta un lugar preponderante en la sociedad bijagós, de ascendencia matrilineal. Aunque luego ellas no suelen poseer las tierras ni los bienes materiales, sí son quienes heredan.
Por eso, tener una hija está considerado un regalo. Pese a afrontar una sociedad patriarcal estilo tropical –ellos son quienes toman las decisiones y practican la poligamia; muchos tienen una mujer y su correspondiente familia en otra isla–, en Orango no hay matrimonio infantil y la mujer puede separarse de su pareja en cualquier momento. Además, es respetada en la sociedad y también temida, por su fuerza espiritual.
“Las mujeres bijagós tienen una gran conciencia medioambiental y comunitaria”, asegura Ferreira
A la sombra de la reina Okinka Pampa
Tras conocer el mausoleo de Okinka Pampa, la venerada reina de los bijagós enterrada en la aldea, toca reunión con la Asociación de Mujeres Ambientalistas local, para conocer sus necesidades de cara a los nuevos proyectos del Orango Parque Hotel. Esta organización la crearon las mujeres con su propio esfuerzo, pagan sus cuotas y realizan diversas tareas en la isla, como concienciar de la importancia de preservar la naturaleza.
También han creado grupos para limpiar las playas de plásticos y, cuando comenzó la pandemia, compraron lejía y mascarillas para enseñar a desinfectar y la importancia de lavarse las manos. “Las mujeres bijagós tienen una gran conciencia medioambiental y comunitaria”, asegura Ferreira. Las de esta asociación son el ejemplo perfecto de ello.
“Para nosotras, la naturaleza es muy importante, estamos en un parque nacional y queremos protegerlo”, asegura la presidenta de la asociación, Manuela Alves, que también lidera el equipo de limpieza del hotel. Luego expone las necesidades más urgentes, como cercar las huertas de las mujeres para evitar que los animales se coman los cultivos y las dificultades que tienen para adquirir semillas, y solicitan un curso para aprender a envasar alimentos y secar fruta.
De regreso al Orango Parque Hotel, nos cubre un cielo cuajado de estrellas. Tantas, que obliga a admirarlo. La ausencia de luz eléctrica parece dar relieve a los astros.
De repente, comienzan a revolotear a nuestro alrededor decenas de diminutas luces. Aunque hay más de 2.000 especies de luciérnagas en el mundo, todas ellas están en peligro de extinción por la acción humana. Además de por el uso de pesticidas y la pérdida de su hábitat, esos fascinantes insectos sufren por la contaminación lumínica.
Pero aquí, en una zona libre de ella, las luciérnagas nos despiden y nos recuerdan que hemos pasado una semana en un auténtico paraíso natural.