De las entrañas del volcán de La Palma aún brotan gases que recuerdan cada día la tragedia que acaban de vivir sus vecinos. Los rugidos del Cumbre Vieja han cesado para dar lugar a un desasosegante silencio. Donde antes había un jardín o una piscina, ahora hay un montículo negro; de aquella duna oscura como el carbón brotan unas hojas de palmera; las calles de Todoque han desaparecido para siempre bajo un manto de lava solidificada. Es la siniestra radiografía de un desastre vivido en directo a través de los telediarios y las redes sociales.
La trágica experiencia del volcán de La Palma ha hecho saltar las alarmas ante posibles desastres similares que puedan azotar a España en los próximos años o décadas, y el volcán del Teide siempre aparece en primer lugar. Hay parte de mito y parte de verdad en esta proclama: el Teide es un volcán activo que lleva 800 años sin entrar en erupción, cierto, pero de momento no hay ni un solo indicio que indique que exista un riesgo real de que estalle, principalmente porque no contamos con los conocimientos suficientes para preverlo y porque, a veces, los volcanes ni siquiera avisan.
"El Teide actualmente tiene unas características muy diferentes a las de hace mil años, e históricamente ha tenido erupciones de una gran explosividad, mucho mayores de las que hemos visto recientemente en el Tonga de Oceanía" señala el vulcanólogo del Instituto Geográfico Nacional (IGN) Stavros Meletlidis.
"Esas erupciones, afortunadamente, no son habituales, ya que las grandes calderas tardan casi 100.000 años en crecer. Erupciones de tales dimensiones se dan cada 2.000 o 3.000 años", explica, y considera arriesgado poner un calendario para que se produzca una actividad sísmica potencialmente peligrosa en la zona, ya que se necesitan décadas y hasta centurias para acumular gases en las cámaras magmáticas de los volcanes. "No se pueden poner fechas", recalca.
Estratovolcanes activos y peligrosos
El Teide es lo que se conoce como un estratovolcán, volcanes que a lo largo de su historia han entrado en erupción en reiteradas ocasiones. Muchos de ellos tienen la "capacidad para difundir sus materiales en la troposfera y en la estratosfera", ya que sus columnas de material volcánico "pueden llegar a medir más de 15 kilómetros", lo que las hace "conectar con corrientes que las distribuyen" por todo el globo, explica Meletlidis.
El potencial devastador de los estratovolcanes para el ser humano y los ecosistemas terrestres es notable. Un ejemplo de ello se vivió en 1991 tras la erupción del Pinatubo, en Filipinas, cuyos efectos se sintieron en todo el planeta. También hay otros estratovolcanes extremadamente peligrosos en Indonesia, donde se encuentra el Krakatoa: su erupción de 1883 provocó tsunamis de hasta 22 metros de altura y segó la vida de más de 36.000 personas. También está El Chichón, en México, que actualmente se mantiene en vigilancia extrema debido a su reciente actividad sísmica.
"El Teide está en el trópico de Cáncer, al igual que los volcanes de Indonesia o Filipinas", señala el experto del IGN
Históricamente el Krakatoa ha protagonizado la mayor explosión volcánica desde que el ser humano tiene registros. Así lo recordaba Bill Bryson en su libro Una breve historia de casi todo: "Fue de tal magnitud que reverberó por todo el planeta durante nueve días e hizo agitarse las aguas en zonas alejadas como el canal de la Mancha".
Aunque los dos mejores ejemplos de explosiones con tintes apocalípticos ocurrieron hace mucho, mucho tiempo. Uno fue en Yellowstone hace dos millones de años: "Emitió ceniza suficiente como para enterrar el estado de Nueva York hasta una profundidad de 20 metros, o el de California hasta seis metros", explicaba el divulgador norteamericano. El otro, en Toba, al norte de Sumatra, hace 74.000, provocó un "invierno volcánico" de seis años: "Se cree que llegó a poner a los seres humanos al borde de la extinción, reduciendo la población a sólo unos cuantos millares de individuos".
Efectos sobre el ecosistema
Más allá de los ejemplos traumáticos propuestos por Bryson en su ensayo, para el planeta este tipo de volcanes estratificados como el Krakatoa o el Pinatubo sí que pueden llegar a cambiar los ecosistemas terrestres.
"Todos los que tienen potencial para afectar en el clima comparten algo: están en los trópicos", señala Meletlidis. "Es un punto en el que el material de una columna, una vez llegado a una gran altura, puede influir en toda la Tierra. El Teide está en el trópico de Cáncer, al igual que los volcanes de Indonesia, de Filipinas o El Chichón, que aunque no es tan espectacular como otros, sí que ha emitido grandes cantidades de dióxido de azufre. Esos estratovolcanes más evolucionados son los que siempre juegan un papel determinante en los cambios de la temperatura global".
José Luis Barrera, vulcanólogo del Ilustre Colegio Oficial de Geólogos, secunda esta opinión sobre los estratovolcanes: "Son más grandes y tienen más posibilidades de experimentar una explosión mayor". El científico señala que el problema del Teide no se encuentra tanto en este volcán sino en una de sus laderas, en concreto la sur, donde está localizado un "edificio geológico" (una acumulación de piroclascos blancos de piedra pómez) llamado Montaña Blanca: "Esa sí que ha sido destructiva: tuvo una erupción de tipo pliniana, parecida a la del Vesubio en Pompeya", afirma el experto.
"La vida se inició en un ambiente volcánico", incide Stavros Meletlidis
Sobre el miedo a una posible erupción del Teide el vulcanólogo del ICOG es tajante: "Es pura especulación. La última erupción se cree que se produjo hace 800 años, aunque no hay documentación escrita, y es imposible saber cómo fue. Las últimas actividades volcánicas del Teide han sido casi todas de lava y no de grandes explosiones. Además, no se conoce muy bien la columna entera del Teide porque no ha habido una perforación para analizar cuál es su historial".
Si hubiese más financiación a nivel estatal, probablemente se sabría analizar con más detalle cuál es el potencial comportamiento del Teide. "Si se tuviera dinero se podría hacer una investigación geofísica, que es el primer acercamiento necesario, sobre sus características y determinar la estructura interna que tiene. [...] Cualquier conocimiento sobre el interior del volcán ayuda a hacer una predicción a futuro", sentencia Barrera.
Consecuencias climáticas de Cumbre Vieja
Es prácticamente imposible prever qué podría ocurrir en Tenerife si el Teide o Montaña Blanca entraran en erupción, pero lo que está claro es que sería mucho más devastador que la erupción en La Palma. De esta última al menos podemos aprender cuáles son los principales efectos nocivos que puede llegar a tener una erupción sobre el ecosistema local, especialmente el terrestre.
En primer lugar se encuentra la infertilidad de los terrenos arrasados por la colada. "Se deben dar por perdidos", incide Meletlidis. "En Canarias harán falta cientos de años para que se genere un suelo como el que conocemos en el que puedan crecer árboles o plantas pequeñas. Todavía en la zona de la colada de San Juan, de 1949, sólo crecen pequeñas plantas que no superan los quince centímetros. No hay árboles en esa zona. Y luego está la ceniza, que como tiene mucho hierro y magnesio, aún en pequeñas cantidades puede afectar a los cultivos".
"En la atmósfera está claro lo que hacen los gases", continua el experto del IGN. "El penacho volcánico cubre una superficie y los gases desplazan el oxígeno, lo que provoca un problema de fotosíntesis para los árboles. La cobertura del penacho genera una sombra continua, y luego están los gases, con una gran presencia de dióxido de carbono y sobre todo dióxido de azufre, que cuando entra en la atmósfera y encuentra humedad o suficiente agua pasa a convertirse en ácido sulfhídrico, es decir, lluvia ácida. Esa lluvia puede matar a las plantas o dejarlas amarillentas".
Finalmente, el científico del Instituto Geológico Nacional señala un tercer factor a tener en cuenta: el propio penacho o, dicho popularmente, la columna de "humo" que sale de los volcanes. "El tipo de volcanismo de La Palma se define como monogenético o basáltico y su penacho oscila entre los dos y los cinco kilómetros de altura. Eso significa que no tiene tanto gas como el de Oceanía u otros históricos cuya emisión pudo afectar a toda la atmósfera del planeta y bajar la temperatura global". Y señala que este tipo de volcanes solo generan efectos climáticos muy locales que no suelen extenderse más de siete o diez kilómetros.
Volcanes que generan vida
Sin embargo, todo lo malo que generan sobre la superfciente terrestre, incluyendo el coste económico humano, se traduce en una pequeña luz al final del túnel en el mar. Los dos vulcanólogos consultados parecen coincidir en que los volcanes, más allá de los efectos devastadores que puedan tener sobre la raza humana, también son generadores de vida. Sobre las zonas colindantes y, especialmente, en el mundo submarino, las erupciones volcánicas ejercen una influencia positiva a medio y largo plazo. Tanto Barrera como Meletlidis ponen el ejemplo de la erupción de El Hierro en 2011.
"Tras la erupción cambiaron el PH, la temperatura y la acidez", explica el experto del IGN. "Una vez que termina la erupción, por la naturaleza que tiene el material volcánico, que es muy rico en minerales como el hierro y el magnesio, esenciales para los organismos, vemos que la vida en el mar se multiplica. Todo crea un ambiente favorable para que evolucionen los ecosistemas. Nunca debemos olvidar que la vida se inició en un ambiente volcánico".
"Algunos peces murieron, les pillaron los gases, pero enseguida todos volvieron y ahora vienen más de los que estaban", continúa José Luis Barrera. "La fertilidad del fondo marino es mucho mejor. No todas las erupciones son malignas. Además, el suelo más fértil del mundo es el suelo volcánico. Por eso en Indonesia casi toda la población está adosada a los volcanes: al lado del Merapi y del Tambora, por ejemplo, que son activos. Se quedan ahí porque los cultivos son los más fértiles". Al final, parecen señalar ambos expertos, la vida se abre paso hasta en los lugares más improbables.