Parece imposible que la ciudad espectral de Prípiat y sus bosques aledaños hayan sido hasta hoy el lugar elegido para vivir por las manadas de lobos y bisontes europeos. La vida siempre surge hasta en los lugares más inhóspitos, especialmente si la mano humana ha cesado su actividad. Hicieron falta una catástrofe nuclear como la de Chernóbil y la evacuación de más de 350.000 personas para que los ecosistemas resurgieran cerca de aquellas ciudades olvidadas que hoy se erigen como fantasmas de cemento en una ciudad devastada. Lamentablemente, la reciente toma de la zona de exclusión nuclear por parte de las tropas de Rusia en el marco de la guerra con Ucrania pone en jaque el equilibrio de los ecosistemas locales que tanto había costado recuperar.
"La zona de Chernóbil y todas sus instalaciones nucleares han sido tomadas por control de grupos armados rusos", alertaba hace tan sólo unas horas el primer ministro ucraniano Denys Shmyhal. Las consecuencias, por tanto, además de imprevisibles en lo que se refiere a la invasión de Ucrania y sus gravísimas consecuencias geopolíticas y económicas, podrían ser notables también para todas aquellas especies de animales, aves y anfibios locales que, tras años de inactividad huamana, se ven azotadas, de nuevo, por la presencia del hombre.
Germán Orizaola es biólogo e investigador de la Universidad de Oviedo. Es el responsable de algunos de los más avanzados estudios sobre la fauna de Chernóbil. También es experto en zoología. Él es tan consciente como cualquier científico que esa imagen de crecimiento de la fauna salvaje cerca del reactor número 4 que explotó hace 35 años es una excepción y que ahora, con la invasión de Ucrania, todo lo que se ha conseguido puede cambiar. "La zona de exclusión radiactiva se había convertido en una de las mayores reservas naturales de Europa", explica, "pero ahora muchas de nuestras colaboraciones sobre el terreno se van a ver paradas".
Después del despliegue de tropas rusas, Chernóbil ha recuperado aquel sombrío escenario de finales de los ochenta. La paz de la zona de exclusión ha sido sustituida por hileras de tanques y hombres uniformados. El frágil equilibrio de los ecosistemas recuperados durante más de tres décadas podría romperse. "Indudablemente [la toma de Chernóbil] tendrá repercusiones importantes en el desarrollo de la reserva radiológica de la biosfera que se estaba creando allí y en programas que ya estaban en marcha para hacer del lugar una zona de observación de aves", añade Orizaola.
"Incluso a nivel de descontaminación de la región, va a tener un impacto importante. Más allá incluso de los ecosistemas naturales: dependerá un poco de cómo sea la invasión, porque normalmente ésta suele estar centrada en zonas urbanas. Todo lo que se ha conseguido hasta ahora quedará parado. Será un impacto económico importante para Ucrania", señala el experto.
"En principio no tiene que representar ningún problema de seguridad a nivel radiactivo", explica el biólogo Germán Orizaola
Sobre las posibles implicaciones medioambientales que pueda tener la toma de Chernóbil, Orizaola pide que se mantenga la calma. "Las fuerzas rusas han tomado las zonas de exclusión y las zonas aldeñas a la central. En principio esto no tiene que representar ningún problema de seguridad a nivel radiactivo: el edificio de confinamiento es seguro y las instalaciones que hay con material en vías de descontaminar tienen que estar seguras".
Y añade: "Por lo que he oído del Organismo Regulador Nuclear de Ucrania, la gente que trabaja en la planta sigue allí, ahora bajo mando de tropas rusas, y no hay problemas de funcionamiento. Sí se han producido enfrentamientos con mucha intensidad, aunque no hay constatación de cómo han sido, pero en principio no debe suponer un problem a nivel de radiactividad. Se han oído demasiadas cosas, pero hay que estar tranquilos", apacigua Orizaola.
La vida que brotó tras Chernóbil
Osos, linces, caballos de Przewalski y más de 200 especies de aves, entre ellas la cigüeña negra o el águila pomerana, componen, además de los lobos y bisontes, la fauna principal de los 4.700 km2 de zona de exclusión que rodean el epicentro de la catástrofe nuclear más grave de la historia. Una imagen de crecimiento y fertilidad que contrasta radicalmente con la de la sexta extinción de las especies que afronta el resto de planeta. Parece que, siempre que la actividad del homo sapiens sapiens esté lejos, la vida brota de forma natural y pacífica.
Chernóbil no es el único ejemplo. Durante la sangrienta guerra civil que padeció Mozambique entre 1977 y 1992 prácticamente toda la fauna del parque nacional de Gorongosa desapareció sin dejar rastro. "En unas pocas décadas se ha recuperado de forma importante", recuerda Orizaola. "Era una zona absolutamente devastada por la acción humana y ahora es un territorio fundamental para la biodiversidad mozambiqueña".
Al contrario de lo que dicta la lógica, son pocos los efectos que ha tenido la radiactividad sobre la fauna de Chernóbil. Lejos quedan aquellas caricaturas de animales de dos cabezas y peces de tres ojos. Salvo algunas aves albinas y un puñado de insectos cuya esperanza de vida es más corta de lo habitual, no se perciben anomalías significativas.
"Parte de la zona de exclusión mantiene unos niveles perfectamente compatibles con este tipo de vida", explica el biólogo Germán Orizaola
"Hemos detectado un mayor nivel de mutación, pero también es una mutación de poblaciones que están en expansión y recolonizando zonas", valora el científico. "Muchas de esas mutaciones pueden ser adaptativas, como la de las ranas, que tienen una coloración más oscura y poseen más melanina, lo que las protege contra la radiación. Ese tipo de respuesta sí que la hemos observado, pero no hemos encontrado nada en otros aspectos a nivel fisiológico".
Una de las causas es que la radiación es un tipo de contaminación muy particular que se va degradando. De hecho, ya se permiten viajes guiados de turistas hasta el corazón de Chernóbil. "Parte de la zona de exclusión mantiene unos niveles perfectamente compatibles con este tipo de vida", señala Orizaola. "La radiación que queda está compuesta por partículas muy dispersas y es poco probable que un lobo, por poner un ejemplo, esté moviéndose durante una parte importante del día en una misma zona con radiación alta como para que eso le haga daño".
La sexta extinción de las especies
La imagen de esperanza que irradiaba Chernóbil queda trastocada por la invasión de las tropas rusas. Todo ocurre mientras el resto del planeta sigue padeciendo las consecuencias de la actividad antropogénica, especialmente los ecosistemas más vulnerables, como las selvas tropicales y amazónicas. Lo que ocurre en Ucrania es tan sólo algo anecdótico de lo que ocurre en otros lugares del mundo. La agricultura intensiva que deteriora los suelos y destruye los hábitats, las talas indiscriminadas de árboles, el uso extendido de pesticidas, la expansión de las ciudades, la crisis demográfica y los efectos del cambio climático abocan al planeta a lo que la periodista ganadora del Pulitzer Elizabeth Kolbert calificó de "Sexta Extinción".
No se trata de catastrofismo ni de una visión distópica: los datos están ahí y los secundan todo tipo de expertos. Los últimos en hacerlo fueron Robert H. Cowie, Philippe Bouchet y Benoît Fontaine, tres biólogos de la Universidad de Hawái, quienes publicaron en enero de 2022 La Sexta Extinción Masiva: hechos, ficción o especulación un artículo científico en el que alertaban de que el 13% de las especies de invertebrados, como los moluscos o los caracoles, podrían haberse extinguido en los últimos 500 años. Es decir, que desde el año 1.500 podrían haber desaparecido, sólo en esta categoría invertebrada, entre 150.000 a 260.000 especies.
Según los autores, incluir a las especies invertebradas en la lista roja de especies amenazadas establecida por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) elevaría considerablemente el número de especies en riesgo de extinción de todo el planeta. La conclusión del paper es que, sin una actuación de emergencia, la Tierra está abocada a una sexta extinción de las especies, principalmente por culpa de la actividad humana. "Incluir a los invertebrados fue esencial para confirmar que estamos en el inicio de la sexta extinción masiva en la historia de la Tierra", concluía Robert H. Cowie.
Tal y como explica Orizaola, las especies se están extinguiendo y transformando constantemente. "Sabemos que a lo largo de la historia de la vida en la Tierra se han producido al menos cinco momentos de extinciones masivas". La más famosa de ellas fue la de los dinosaurios, cuya desaparición estuvo provocada, en parte, por el impacto de un meteorito sobre la corteza terrestre. "En otros momentos hubo grandes cambios climáticos y de movilización de masas de tierra que provocaron transformaciones severas con extinciones masivas. La del Pérmico-Triásico llegó a acabar con el 90% de las especies vivas", recuerda el biólogo.
"Estamos en unas tasas de extinción de 10 o 15 veces por encima de lo habitual"
Sin embargo, la diferencia entre el resto de extinciones y esta sexta que anticipan Cowie, Bouchet y Fontaine es la velocidad. "Incluso la de los dinosaurios tardó millones de años, pero lo que estamos viviendo aquí es un proceso que lleva trescientos años en marcha, desde la Revolución Industrial. Estamos en unas tasas de extinción de 10 o 15 veces por encima de lo habitual. Lo que tiene de especial y preocupante es la velocidad tan inmensa que lleva y que, a diferencia de todas las demás, está causada por la mano humana".
Daños irreversibles pero mitigables
La extinción masiva de insectos, por ejemplo, puede provocar un colapso total de los ecosistemas, ya que las especies no son individuos aislados, sino que se alimentan unas de otras y tienen la tarea de polinizar las flores. "Si quitamos un elemento de esa cadena puede que el impacto no sea severo, pero si quitamos muchos los ecosistemas se vienen abajo y no son capaces de seguir funcionando", señala Orizaola. "En Asia, por ejemplo, ya están polinizando algunos árboles a mano".
"Se ha hecho mucho daño, y gran parte es irreversible, pero claro que se puede mitigar. La vuelta a la vida en Chernóbil es un ejemplo de ello"
En otras muchas zonas se está viendo una pérdida de diversidad a escala local muy preocupante. Los insectos, quizás los grandes olvidados, son quienes más están sufriendo: "Hay extinciones locales del 70% u 80% de su abundancia, y eso es algo dramático. Quizás no se ve tanto porque no es tan espectacular como un gran felino, pero igualmente son importantes para el funcionamiento de los ecosistemas".
Oraizola señala a los abejorros, un grupo de insectos que está en peligro por varios motivos: "En primer lugar, son especies de climas templados o templados-fríos, con lo cual el calentamiento global les afecta. Están tirando cada vez más hacia el norte, hacia las montañas, y eso hace que muchas especies locales se extingan. También están siendo cercados por especies exóticas y condenadas por el exceso de pesticidas que se liberan en muchos cultivos". Es tan sólo un ejemplo, pero hay miles.
La paradoja de esta situación es que el ser humano es de las pocas especies del mundo que no está en peligro de extinción. Podemos barrer ciudades enteras con bombas, provocar la desaparición de millones de especies, hacer estallar reactores nucleares o aniquilar a miembros de nuestra misma especie en conflictos bélicos que, a pesar de todo, somos una de las especies más resistentes del planeta.
"Lo que estamos haciendo es complicarnos la vida", señala el biólogo. "No nos vamos a extinguir, pero a la gente más desfavorecida del planeta le va a pasar factura la alteración ambiental. Al final el mejor ejemplo que tenemos es el de Chernóbil: no vamos a desaparecer pero si lo hiciéramos la vida en el planeta seguiría funcionando durante millones de años. La buena noticia es que estamos a tiempo de revertirlo todo. Se ha hecho mucho daño, y gran parte es irreversible, pero claro que se puede mitigar. La vuelta a la vida en Chernóbil es un ejemplo de ello". Aunque ahora, tristemente, hasta ese frágil equilibrio está en juego.