"¿Qué significa casa para ti?", pregunta una voz en off. "¿Casa?", responde una persona con tono tímido, casi en un susurro. "Es un sitio seguro, un lugar en el que sabes que puedes estar y del que no puedes irte. No es un lugar temporal". Las palabras pertenecen a Amin, un refugiado que escapó de la barbarie en Afganistán. Su verdadera identidad permanece en secreto: no quiere que el director de Flee, Jonas Poher Rasmussen, desvele su verdadera identidad. Tiene miedo a posibles represalias. Hasta tal punto le persiguen aún los fantasmas del pasado, los horrores que vio con sus propios ojos.
Hoy vive en Dinamarca junto a su novio, lejos de la crueldad y la injusticia que impera en un país desangrado por la corrupción, la pobreza, la desigualdad y el terrorismo. Este 2022, tras la retirada de tropas estadounidenses de la capital, el país vuelve a sufrir la opresión del fanatismo. Amin (siempre nombre ficticio) emigró de Kabul a finales de los años ochenta, cuando los muyahidines, en parte financiados por Estados Unidos para acabar con las tropas soviéticas, arrasaron la ciudad.
La URSS, por su parte, venía "depurando" desde hacía años a los perfiles opositores a su régimen. Prometían igualdad y liberación, pero la letra pequeña dictaba hegemonía del pensamiento. Amin pasó su infancia en el contexto de un país desmembrado por la geopolítica y la religión. El propio padre de Amin fue represaliado por sus ideas políticas: desapareció tras pasar varios meses en la cárcel por criticar al régimen comunista.
Las hermanas de Amin tampoco lo tuvieron fácil: cuando él y su familia emigraron a Moscú para escapar del fanatismo religioso, tuvieron que enfrentarse al caos social que derivó del desbaratamiento de la antigua Unión Soviética. Llegaron a un país hostil, con la inflación disparada y aquejado por la escasez de alimentos. Mientras unas autoridades corruptas "que apestaban a vodka", en sus propias palabras, las chantajeaban y robaban por no tener los papeles en regla, las mafias se aprovechaban de su ingenuidad. Ellas llegaron a contratar a unos traficantes de personas para emigrar a Suecia. Por poco mueren encerradas en el contenedor de un barco, asfixiadas, junto a medio centenar de personas. Salieron el shock.
Animación minimalista
Éstas son tan sólo algunas de las escalofriantes historias que desvela Amin en Flee, una de las piezas más brillantes nominadas a los Óscar este 2022 (mejor documental, mejor película extranjera y mejor cinta de animación). Sus versiones de los recuerdos varían sobre la marcha mientras coge confianza en su discurso: primero confiesa que prácticamente todos los integrantes de su familia, incluido su hermano mayor, murieron antes o durante el viaje; después sostiene que, en realidad, no es así, pero había "mentido" para protegerlos y evitar que les pudiera pasar algo.
"Los refugiados son seres humanos complejos y psicológicos como cualquier otro", recuerda el director Jonas Poher Rasmussen
Flee mezcla las declaraciones reales de Amin con el estilo minimalista propio de una película de animación infantil. Nunca vemos a Amin ni conocemos su verdadero nombre; lo único que podemos saber de él es que vive en Dinamarca, que quiere usar un seudónimo para no levantar sospechas y que es homosexual, lo cual se convirtió en un hándicap durante su huida desde Afganistán a Rusia y, después, a Dinamarca.
Es la voz herida de un emigrante cuyo hogar y familia han sido vapuleados por los horrores de la guerra. La delicadeza e ingenuidad con la que Amin cuenta su periplo infernal, y la sencillez con la que Rasmussen elabora la narración de la película, la convierten en un perfecto alegato para recordar la relevancia y vigencia de los ODS 10 (fin de la desigualdad) y 17 (paz, justicia e instituciones sólidas).
Tal y como confesaba el propio director, su intención con Flee no era sólo retratar el complejo estado psicológico de Amin, a quien conoce desde hace 25 años, y adaptar la narración de sus recuerdos a un estilo narrativo suave, pausado y con tintes expresionistas, sino "mostrar los horrores de la guerra" y el drama psicológico que padecen los refugiados, "que son seres humanos complejos y psicológicos como cualquier otro".
Es precisamente a través de la combinación de la sencilla animación en 2D y la cadencia narrativa que se adapta al tono de voz sosegado y dolorido de Amin, lo que hace que Flee sea una pieza original, impactante y desgarradora. La sucesión de brutales imágenes de archivo y los toques oníricos de algunas secuencias animadas (como aquella escalofriante secuencia en la que un traficante "psicópata" amenaza al hijo de un anciana con ejecutarla si retrasa a su comitiva de migrantes ilegales) resaltan la capacidad creativa de Rasmussen.