El drama humano que deja tras de sí la ofensiva de las tropas rusas en Ucrania es incalculable. Un ataque que no sólo crea muerte y destrucción en el curso del conflicto. El daño de los constantes bombardeos a sus infraestructuras críticas, recursos naturales y espacios protegidos dejarán una herida perdurable en el tiempo difícil de cicatrizar.
En instalaciones estratégicas como la planta de siderurgia y metalurgia de Azovstal, a orillas del mar de Azov, se dibujan nubes de humo negro en el cielo como en sus mejores años de producción. El problema es que son los continuos ataques aéreos los que visten de destrucción lo que hasta hace no mucho simbolizaba actividad industrial.
Desde que comenzó la guerra, esta ofensiva ha alcanzado barrios residenciales y otros puntos potencialmente contaminantes como refinerías y depósitos de combustible. Los explosivos crean incendios difíciles de sofocar sobre los que el gobierno ucraniano ha lamentado que, poco a poco, están empeorando la polución en el país.
Pero mientras esos nubarrones negros se esparcen por Ucrania, las armas generan gases tóxicos y partículas que o bien se quedan en suspensión o bien filtran metales pesados en suelo y agua. Es uno de los efectos invisibles de la guerra, que queda latente en zonas de conflicto.
Así lo demuestran investigaciones que recogen que, todavía en el año 2011, se encontraron en Bélgica concentraciones de contaminantes en sus suelos derivados de los proyectiles utilizados durante la Primera Guerra Mundial. Fue un daño colateral del conflicto por la corrosión de las municiones sin estallar, los fragmentos metálicos de las que sí explotaron o la fuga de gases de los proyectiles que contenían las armas de guerra.
Las armas arrojan gases tóxicos y partículas que o bien se quedan en suspensión o bien filtran metales pesados en suelo y agua
Aunque no hace falta poner el foco en el siglo pasado para conocer los efectos sutiles de los ataques aéreos sobre zonas pobladas. La guerra en Siria no sólo ha sembrado la devastación en el país. Desde el inicio del conflicto en 2011, los continuos bombardeos han generado sustancias nocivas que han intoxicado suelos y agua y expuesto a la población a unos niveles peligrosos de contaminantes.
Asimismo, como recoge el Observatorio de Medioambiente y Conflictos (ECOBS, por sus siglas en inglés), el uso de armas explosivas en áreas pobladas genera además contaminación en los suelos a partir de materiales de construcción pulverizados, que pueden incluir amianto, metales y productos de combustión o grandes volúmenes de escombros.
En Ucrania pervive además el fantasma del accidente nuclear de Chernóbil, y más cuando los ataques se están produciendo, precisamente, en un país con una alta disposición de infraestructuras potencialmente contaminantes como minas de carbón, líneas de gas o plantas químicas. Un hecho que exacerba los efectos contaminantes de cualquier bombardeo.
Hay que recordar que la mayor central nuclear de Europa, la de Zaporiya, dispone de seis reactores que producen la mitad de la energía consumida en Ucrania. El ataque que sufrió esta instalación a principios de marzo y su posterior incendio desataron el pánico en el país durante varias horas.
Las llamas volvían real el miedo a un nuevo accidente nuclear en la región de dimensiones catastróficas. Afortunadamente, el incidente pudo controlarse, pero el hecho de que siga en manos rusas no calma el temor y la incertidumbre en la región.
Ya a principios de este mes, Rafael Grossi, director general del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), explicaba que los niveles de radiación en el entorno de la antigua central nuclear de Chernóbil habían registrado un nivel más alto en puntos localizados. La razón: las maniobras rusas. El paso de sus vehículos puso en movimiento el polvo contaminado de la zona.
Gran parte de ese polvo, tras el accidente de Chernóbil, fue absorbido por decenas de kilómetros cuadrados de pinos. Desde entonces, los árboles que murieron se tiñeron de un color amarillento y rojizo. Por este motivo, a este lugar se le conoce como bosque rojo.
Un 'Plan Marshall' para Ucrania
Ucrania esconde en su territorio la Reserva de la Biosfera del mar Negro, donde cientos de miles de aves migratorias hacen una parada obligatoria durante el invierno para anidar en este espacio protegido. Un enclave que también alberga especies en peligro de extinción como la rata topo arena, u otras como el delfín mular.
Este lugar, de gran valor ecológico, está ahora ocupado por las tropas rusas. Su asedio también ha provocado incendios en la zona, aunque como ha trasladado Oleksandr Krasnolutskyi, viceministro de Protección del Medioambiente y Recursos Naturales de Ucrania, no se dispone de información sobre las pérdidas medioambientales.
Eso sin contar otros efectos colaterales e inevitables de un conflicto como el que se vive ahora en el país ucraniano. El paso de los tanques aplana la vegetación, se excavan trincheras o, como ha ocurrido en otras guerras, el enemigo puede recurrir a la defoliación.
Esta es una estrategia que se llevó a cabo durante la guerra de Vietnam, por la que un helicóptero rociaba unas sustancias defoliantes (productos químicos) en zonas boscosas para devastarlas y evitar que los soldados pudieran esconderse en estas zonas.
Y no sólo la flora sufre las consecuencias de la guerra. Un estudio sobre la situación alimentaria y económica tras el colapso de la URSS en 1991 comprobó cómo tras el aumento de los índices de pobreza en el país, las poblaciones de animales como los jabalíes disminuyeron considerablemente. Conclusiones que reflejan que la fauna silvestre también puede entrar en riesgo durante el conflicto.
Residuos al límite y reconstrucción
Otra cuestión será la reconstrucción. Ya se habla de una especie de Plan Marshall para el país. Pero más allá del tema económico, los materiales utilizados –arena, rocas, madera–, si provienen de su misma región, pueden llegar a tener un impacto importante sobre sus propios recursos naturales, como advierten desde el Grupo Ucraniano de Conservación de la Naturaleza.
Además de esto, los desechos generados tras la guerra seguramente vayan a crear una situación complicada en el país. Como ya contamos en un artículo en EL ESPAÑOL, Ucrania, ya antes de la guerra, se estaba acercando a una situación de riesgo en la acumulación de residuos.
Ernesto Estrada, investigador del IFISC-CSIC y líder de un estudio sobre el negocio de los residuos en el mundo, aseguraba que, aunque aún no estaban contabilizados, la cantidad de residuos que se estaban generando en el país va a tener un impacto muy negativo sobre el medioambiente y sobre las poblaciones cercanas a las zonas donde se acumulen. Como contaba el experto, “en Ucrania, había basura ya acumulada incluso de la época soviética”.
La importancia detrás de este hecho no es sólo que se profiere un daño al medioambiente. Parte de los residuos y los compuestos químicos acumulados pueden pasar al manto freático, a las aguas, y por tanto, afectar a la salud humana y animal.
Por este motivo, la conservación del medioambiente y la no relajación de las leyes de protección medioambiental tras conflictos de este calibre no hacen sino más que asegurar un futuro de salud y bienestar para sus ciudadanos. Para no respirar aire contaminado y para no consumir agua y alimentos intoxicados derivados de las actividades humanas.