"No podemos permitir que el mercado laboral sea una fuente de malestar social y psicológico". Con estas palabras, la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, presentaba el pasado 7 de abril la nueva Comisión de personas expertas en el impacto de la precariedad laboral sobre la salud mental.
Esa línea que une nuestra psique y nuestro trabajo se puede en el momento en que las condiciones del segundo se vuelven precarias o tóxicas. Esto, según la psicóloga Angélica Rodríguez, “se debe a la repercusión que tiene el ámbito laboral, porque necesitamos del trabajo para ganar dinero para poder vivir”.
La también portavoz del Colegio Oficial de Psicólogos de Asturias recuerda que, al final, el trabajo “no es algo que podamos cambiar, dejar, coger o poner en cualquier momento”.
De ahí, la necesidad de que la salud mental abandone ese espacio recluido del ámbito individual y privado, y vuelva a entenderse en un contexto social, económico y laboral, como pedía en esta entrevista a ENCLAVE ODS el profesor de Antropología Social y Psicoterapia británico James Davies.
Salud mental en precario
Para la escritora y científica titular del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Remedios Zafra, es especialmente “llamativo” que, como cuenta, el aumento de problemas de salud mental haya sido “paralelo al aumento de la precariedad” en el ámbito laboral.
Y es que, como asegura Natalia Díaz Santín, consejera de la Oficina de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para España, “los problemas de salud mental se han visto incrementados, especialmente entre los jóvenes, en los últimos años”. No por nada, los países de la Unión Europea dedican entre el 3% y el 4% del PIB a gastos derivados de problemas psicológicos.
En un amplio número de países de la OCDE, por ejemplo, los desórdenes de este tipo afectar a uno de cada cuatro jóvenes. Y, explica Díaz Santín, los que “ni estudian ni trabajan son especialmente vulnerables a la depresión y a otros tipos de problemas de salud mental, lo cual repercute negativamente en su capacidad para aprender y encontrar un empleo decente”.
Para Zafra, el problema radica en que al analizar algunos problemas de salud mental “pasamos por alto problemas que apuntan también una ‘enfermedad social’, es decir, a los contextos que normalizan la precariedad como hábitat y destino y que llevan a muchos trabajadores a enfermar y a sufrir en sus trabajos”. Aunque, recuerda la científica, “un trabajo no debiera hacernos enfermar”.
¿Qué es la precariedad?
Clara Llorens Serrano, socióloga en el Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS-CCOO), define la precariedad como “todas las condiciones de trabajo que sabemos que nos enferman”. Mientras que Rodríguez hace referencia a las “condiciones de trabajo que no deberían ser aceptadas, por lo menos en el siglo XXI, en la población”.
La psicóloga lo explica: “Si hablamos de precariedad laboral, estamos hablando de unos horarios más amplios de los normales, con menos tiempo de descanso y con unas condiciones físicas complicadas, la carencia del material de trabajo adecuado o incluso la distancia entre el hogar y la empresa”. Además, recalca, “las condiciones del entorno laboral influyen muchísimo, pues hacen que haya precariedad y, por ende, problemas de salud mental; muchos factores de personalidad que se van a ver afectados”.
Zafra sube un escalafón más la reflexión y habla también de “autoexplotación”. La define como algo que “parece una elección, pero es inducido por un sistema que alienta una sobrecarga de trabajo, fragmentado las tareas y convirtiendo el trabajo en actividades encadenadas, casi líquidas, que dan la sensación de no terminarse nunca”.
Además, admite que “esta estrategia que hoy normaliza la autoexplotación y proyecta sobre los trabajadores como algo que eligen no es nueva”. Y añade que así se “exime al sistema que les incentiva a una vida-trabajo en la que el trabajo se adhiere a nosotros, igual que la tecnología”.
El precario vocacional
Por otra parte, Zafra advierte de que “cuando los trabajos son vocacionales o se desarrollan en ámbitos que nos motivan y a los que llegamos con cierta dosis de entusiasmo, es fácil que quienes buscan abaratar costes y aumentar beneficios se lucren de esta coyuntura”. Y es que, explica, hay quien entiende que “el trabajo vocacional es en sí mismo un pago, o que la satisfacción de dedicarte a lo que te gusta lo es”.
El problema está en que la instrumentalización de esa pasión o sentido para “alimentar la maquinaria productiva y competitiva” es algo habitual, y se legitima “el pago con capital simbólico como pago suficiente”. Pero, alerta, tal vez sea algo que se pueda permitir “el rico, pues lo convierte en prestigio”. Sin embargo, “para el pobre, el capital simbólico sólo se convierte en frustración y bucle precario”.
Precariedad sobremedicada
Como cuenta Rodríguez, “el estrés laboral es el paraguas que va a desencadenar, a futuro, posibles patologías”. Entre las más comunes, como indica la Organización Mundial de la Salud (OMS), están la ansiedad y la depresión. Y, como dice la psicóloga, aunque la primera sea la más común, la segunda "incapacita de cara al desarrollo profesional, especialmente en lo relacionado con la productividad".
Ante esta situación de precariedad que desencadena estrés, ansiedad y, en última instancia, depresión, Zafra argumenta que “el sistema productivo ha venido ofreciendo alternativas rápidas, como botones (que en la pantalla permiten bloquear lo que perturba) o pastillas, que rebajan la ansiedad, pero nos permiten seguir activos”.
Es decir, “medicar y no tratar ha sido la inercia ante una seguridad social saturada”. Esa normalización de “necesitar tomar pastillas para trabajar es un asunto grave también a nivel social”, concluye.
En esto, Zafra coincide con la tesis que compartía Davies. "Cuando alguien pide ayuda se encuentra con un sistema muy medicalizado que enmarca la angustia en unos términos que privilegian los tratamientos psicotrópicos", explicaba el británico.
Y es que, para él, el problema está en que la salud se ha convertido “en un sinónimo de productividad, actividad o todo aquello que el sistema económico quiere que seamos”. La recuperación, por tanto, se traduciría en “estar al servicio de los intereses económicos para los que las empresas trabajan”.
Esto, sin embargo, no es “nada nuevo”, explica Llorens. Y hace referencia a Tiempos modernos, la película de Charles Chaplin de 1936 en la que el protagonista “trabaja en una situación de altas exigencias” y al que “acaba yendo a buscar una ambulancia para llevárselo a un sanatorio porque tiene un importante trastorno de salud mental, además de músculo-esquelético”.
Esa forma de organizar el trabajo que muestra el filme sigue vigente hoy en, por ejemplo, “las fábricas chinas de Foxconn que producen todos nuestros dispositivos electrónicos y en las que hubo una ola de suicidios en 2010”, recuerda la Llorens. Y añade: “Está mucho más cerca aún, como en algunas empresas subcontratadas del automóvil o en los servicios, el telemarketing…”.
Remedios y soluciones
Las soluciones son complejas. Pasan desde “desmantelar el sistema tal y como lo conocemos”, como indica Davies, a aportar por la Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el trabajo decente, como recomienda Díaz Santín.
“Esto significa la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres”, recalca la representante de la OIT.
Eso sí, recuerda que para conseguirlo es necesario ratificar los convenios de la OIT. Algo en lo que nuestro país está en proceso, en particular con el Convenio 177, 188, 189 y 190. “España tendrá un plazo de un año para adaptar la legislación interna y deberá regular la cuestión de salud mental”, concluye.
Para Rodríguez, un tema tan complejo tiene muchas capas, pero es esencial que las empresas se preocupen por sus empleados. “Es importante hacer ver al trabajador que la empresa se preocupa por él, que es alguien en la empresa, no sólo un peón, sino que forma parte de esa comunidad”, asegura.
Por su experiencia, esta psicóloga afirma que “cuando se hace algún tipo de política de acercamiento o de unidad, aumenta la productividad, la eficacia y la eficiencia de los trabajadores”. Y recuerda que no se tratan de políticas caras, sino de trabajar en equipo e involucrarse.
Aunque, para ella, el remedio estaría en “crear empresas resilientes, y a partir de ahí tenemos un campo abierto muy bueno para que la precariedad laboral se vaya a un segundo plano”.
Por su parte, Llorens aboga por “cambiar las prácticas de gestión laboral” como “remedio” a la mala salud mental de los trabajadores. Y de paso, a la precariedad. Aumentar plantillas cuando hay sobrecarga de trabajo, subir los salarios para que “atender a las necesidades básicas del hogar y que no nos generen trastornos de salud” o eliminar los ambientes laborales tóxicos son claves para esta socióloga.
Eso sí, Llorens no olvida que “la salud mental depende de muchos otros factores, además de las condiciones de trabajo”, aunque enfatiza que “las empresas e instituciones tienen la obligación legal de evitar que las condiciones de trabajo enfermen a trabajadoras y trabajadores”. Porque, concluye, “la salud en el trabajo y la prevención de riesgos laborales psicosociales son un derecho”.