Un estudio liderado por investigadores de la Universidad Rey Juan Carlos advierte de que el cambio climático y la alteración de los ecosistemas puede modificar la distribución de las especies venenosas.
Publicado en la revista Global Change Biology bajo el título de Venomous animals in a changing world, el artículo alerta sobre las repercusiones que esta alteración puede tener tanto para la salud humana, como para los beneficios médicos que se puedan extraer de los venenos.
Con el cambio climático, según señala el estudio, se espera que algunas especies puedan cambiar drásticamente su distribución geográfica, pues “tienden a rastrear aquellas condiciones climáticas que son óptimas para su supervivencia y reproducción”.
Algunas podrían ver su hábitat disminuido y podrían llegar a extinguirse. En cambio, otras podrían incluso llegar a expandir su área geográfica, llegando a países donde no se encontraban antes.
Clave en la medicina
Los venenos animales pueden tener una amplia variedad de aplicaciones en la medicina. Según señala el estudio, algunos venenos constituyen una fuente rica de moléculas para el desarrollo de fármacos y diversos tratamientos. Un campo que está en gran medida inexplorado.
“Se utiliza para desarrollar algunos tratamientos para enfermedades como el cáncer”, señala Talita Amado, una de las autoras de la investigación. Además, añade, “hoy en día se está utilizando un tipo de veneno de serpientes para el tratamiento de la hipertensión y los problemas de corazón”.
Otras aplicaciones potenciales son para las enfermedades de la artritis, la diabetes, la trombosis o los accidentes cerebrovasculares.
La interacción con humanos
La acción humana en la alteración de los ecosistemas puede provocar grandes cambios en los hábitats naturales de algunas especies venenosas, lo que puede provocar tanto su desaparición como su expansión geográfica.
“Muchas pueden disminuir su área de distribución o incluso extinguirse, perdiéndose así especies que son muy importantes para el control de plagas, como por ejemplo los roedores, que son unos de los principales alimentos de muchas serpientes”, asegura Miguel A. Olalla-Tárraga, otro de los autores del estudio, en declaraciones recogidas por la Agencia EFE.
Otras especies tienen una gran capacidad de adaptación a las condiciones urbanas. “Son un riesgo para los seres humanos si entramos en contacto con ellos por la ocupación de sus hábitats”, afirma Amado.
El contacto entre los seres humanos y el ganado con las especies venenosas puede generar lesiones graves o incluso la muerte. Según señala el estudio, se estima que cada año se producen entre 1,8 y 2,7 millones de envenenamientos por mordedura de serpiente. Esto provoca entre 81.000 y 138.000 muertes, y que 400.000 personas acaben con secuelas físicas y psicológicas permanentes.
Si seguimos aumentando la presión humana hacia esos hábitats naturales, advierte Amado, “muchos animales se tendrán que marchar de estos lugares, y especialmente algunas especies de arañas o escorpiones pueden incluso beneficiarse de la ocupación humana, pudiendo acabar en lugares como nuestras casas”.
Un ejemplo que señala el estudio es una especie de serpiente víbora llamada Bitis rhinoceros que, para el año 2070, podría expandir su hábitat hacia países como Guinea Bissau, Níger o Senegal.
Si bien es improbable que en España se dé una expansión de especies venenosas, según señala Amado, todo dependerá del tipo de contacto que tenga con países o con regiones en las que vivan este tipo de especies y las medidas que aplique para frenar esta expansión.
“No puedo predecir específicamente qué especie podrá llegar a España, pero existe una posibilidad”, zanja.
Desafíos futuros
El estudio advierte de que la reducción de las emisiones de CO₂ y la deforestación serán fundamentales tanto para garantizar la conservación de las especies como para evitar la interacción de estas especies con los seres humanos y las consecuencias que ello pueda tener para la salud pública.
Los envenenamientos, señala, afectan predominantemente a las poblaciones empobrecidas que a menudo no tienen acceso a los tratamientos. Una expansión del hábitat de algunas especies podría incluso empeorar la situación.
“Algunos países que todavía no tienen problemas graves con especies venenosas no tienen la preparación médica, política y científica para construir barreras médicas y sociales para que esto no tenga impacto en la población local”, explica Amado.
Por ello, los autores del estudio solicitan una mayor inversión para avanzar en la investigación sobre la distribución de las especies venenosas, así como una mayor integración interdisciplinar para anticipar los cambios futuros y diseñar intervenciones efectivas.