¿Está tu chocolate hecho por niños esclavizados? Suena brutal, pero esa es, justo, la pregunta que deberías hacerte ante la estantería de cacaos en el supermercado. Porque más de 2,2 millones de niños y niñas trabajan en la producción del cacao en condiciones durísimas, según un informe de quince ONG europeas en 2018.
Con motivo del Día Mundial del Chocolate, Unicef denuncia que hay más de 200.000 niños esclavos en la industria del cacao sólo en África occidental, la región que abarca el 70% de la producción mundial. Ojo, no sólo hablan de trabajo infantil, que ya es grave, sino de esclavitud. Que organizaciones que son tan cuidadosas con lo que es políticamente correcto lo definan así, da una medida clara de las dimensiones del problema: gigantescas.
Con la pandemia, la situación se ha agravado. De hecho, un reciente estudio de la Universidad de Tulane (EEUU) señala que más de dos millones de menores trabajan en condiciones peligrosas en la producción de cacao en Ghana y Costa de Marfil.
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Y Unicef alerta de que en Costa de Marfil, donde se calcula que se produce el 40% de cacao del mundo, podría haberse producido un aumento de más del 20 % en el trabajo infantil por las cadenas de suministro rotas, la imposibilidad de los padres de conseguir alimentos, el cierre de escuelas y la disminución de las ganancias.
El trabajo infantil en la industria del cacao es un problema difícil de abordar porque atiende a muchos factores, pero los dos principales son la pobreza y la falta de educación. Por eso, es necesario abordarlo de forma también múltiple, con transferencias de efectivo, en especie, una reforma de la infraestructura educativa y generando riqueza en los países donde ocurre. Pero, como consumidores, tenemos la llave para acabar con el cacao explotador: simplemente, no consumiéndolo.
Por eso y por una simple cuestión de justicia social, el movimiento Bean to Bar propone que consumamos cacao ético. Para asegurarte de que esos bombones tan dulces no lleven el rastro amargo de la esclavitud infantil. “Entre todos, podemos lograrlo”, afirma convencida Carla Barbotó, cofundadora y CEO de chocolates Pacari.
Tanto Pacari, empresa chocolatera creada en 2002 por Santiago Peralta y Carla Barbotó y cuyo chocolate está hoy considerado "el mejor del mundo", como Kaitxo, empresa familiar de cacao y café de Bizkaia, cuya tableta de pistacho caramelizado recibió en Florencia el oro mundial en la categoría de chocolates blancos aromatizados de los International Chocolate Awards, demuestran que se puede hacer un cacao ético.
La trazabilidad, crucial
Bean To Bar es un movimiento que apuesta por identificar el chocolate desde su origen, para garantizar así que sepas lo que compras. Que quien lo consume pueda elegir con conocimiento de causa. Además de consumir chocolate de la más alta calidad, de ese modo se puede tener la garantía de que quienes trabajan en la producción del cacao tienen unas condiciones dignas del trabajo. Si no te informas sobre la procedencia del mismo, puedes estar, sin saberlo, apoyando la esclavitud infantil.
En el caso de Pacari, más que Bean To Bar, se podría hablar de Tree To Bar, apunta Barbotó. “Nosotros trabajamos directamente con los productores, de ese modo podemos garantizar que las condiciones tanto de producción como de forma de trabajar, son las adecuadas. Para nosotros, eso es fundamental por todo lo que implica”, explica la CEO de Pacari.
Otro modelo de producción es posible
A lo que se refiere Barbotó es a la calidad del producto, tanto en su producción, como en el resultado final. Desde que montaron su empresa, Barbotó y Peralta tenían claro que querían desarrollar su pasión por el chocolate y hacer un producto gourmet. Soñaban con lograr el mejor del mercado, pero sobre todo sabían lo que no querían: “No queríamos hacer chocolate sin conciencia social”.
Pacari, y otras empresas que siguieron su estela, son responsables de que haya aumentado la producción de cacao ético en América y mejorado las condiciones laborales.
Pionera en ese sentido, Pacari y otras empresas que siguieron su estela son responsables de que haya aumentado la producción de cacao ético en América. Países como Ecuador han alcanzado las 365 mil toneladas al año de cosecha. Pero, no se trata sólo de que sea mayor, sino de que, además, las condiciones de trabajo para los agricultores son mucho mejores. “Luchamos porque sea una industria sostenible, ese es nuestro objetivo”, confirma la CEO.
“Si la golosina que tú compras sólo tiene entre un cinco y un diez por ciento de cacao, no tiene ni el componente nutricional adecuado, ni el social. No estás aportando nada más que grasas y azúcar”, explica. “Nuestra intención era llegar mucho más allá. Hacer un chocolate que supusiera un producto delicatessen y que, al mismo tiempo, fuera una herramienta de transformación social”, destaca.
“Decidimos hacerlo porque vimos que existía la oportunidad de cambiar un modelo de producción que no daba valor al producto ni a los productores, al precio que se vendía. Pagándole bien al agricultor y a su trabajo, fue una chispa que prendió, cuenta la CEO.
Con su chocolate, Pacari ha logrado más de 350 premios internacionales y eso les ha servido para despertarse y darse cuenta de que "también desde nuestros países podemos crear un chocolate de clase mundial, no sólo en la calidad del producto, sino en su calidad social”. Y añade: “Al final todos salimos ganando, también el consumidor consciente que está apostando por un chocolate que puede crear un mundo más justo”.
La importancia del cacao ético
“Por eso, Pacari es un sueño”, admite Carla Barbotó. Su modelo de negocio es empático y parte de la observación. Así, han logrado ir transformando el modo de producción. Por ejemplo, antes sólo se entregaba el dinero por los sacos de cacao a los hombres. Ahora se da también a las mujeres y ello ha supuesto un cambio porque ellas lo emplean, además de en la alimentación de la familia, en la educación de sus hijos. “Eso marca una gran diferencia”, subraya Barbotó.
“Queríamos demostrar que se pueden hacer las cosas de forma diferente, diferenciarnos de empresas alejadas de quienes cultivan el cacao, que, en muchos casos, deben sus ganancias, y voy a decir una palabra muy fuerte, a la esclavitud”.
Carla Barbotó, CEO y cofundadora de Pacari.
Para Barbotó, cambiar el modelo de negocio era una cuestión imprescindible: “Queríamos demostrar que se pueden hacer las cosas de forma diferente, diferenciarnos de empresas que están muy alejadas en todos los sentidos de quienes cultivan el cacao, que en muchos casos deben sus ganancias, voy a decir una palabra muy fuerte, a la esclavitud. A esos niños que están trabajando y no se les paga nada. Familias que ganan 20 dólares al mes, entre todos, por un trabajo muy duro que no está siendo valorado”.
Por eso, señala la importancia de apostar por el comercio justo, ya que cuando compras en el comercio regular, sólo se impacta en un 6% en los países de origen, una cantidad ínfima. “Cuando uno quiere hacer un cambio real, tiene que ayudar a dar un valor añadido a los países que producen la materia prima. Así estás contribuyendo de verdad a que el mundo se pueda distribuir de una mejor manera, más justa”, subraya.
“Logramos hacer un trabajo en equipo con los agricultores, pagándoles bien, motivándole, acompañándole y entendiéndoles. Así logramos el mejor cacao del mundo, en el que puedes encontrar sabores a maderas, flores, cítricos, nueces…”, explica Barbotó, algo que se refleja en el producto que hacen.
“Hay dos tipos de cacao en el mundo, el de granel y el fino de aroma. Del segundo, Ecuador tiene el 60%. Tenemos un cacao floral y frutal, muy especial en boca que no se puede encontrar en ningún otro. Por eso se dice que es el mejor cacao del mundo”, presume con razón la empresaria.
Da gusto escucharla hablar de los matices del chocolate. “Me apasiona”, reconoce, “es un todo un mundo, muy complejo. Se puede comparar con el del vino, porque tiene multitud de sabores únicos, de cada región y hay que aprender a paladearlo para que te guste aún más”, asegura Barbotó.
La cata más dulce
Cae ya el sol de una tarde fresca de este verano caliente. Nos conectamos por Zoom para realizar en directo online una cata de chocolates. Al otro lado de la pantalla, Raquel González, la única catadora de cacao y chocolate titulada en España y que, con su sobrino, creó en 2017 la empresa Kaitxo, donde producen cacao ético y de una calidad excepcional. Además, González es una de las mejores catadoras de España e impulsora del movimiento Bean to Bar en nuestro país.
Al otro lado de la pantalla, nos saluda con una sonrisa enorme. A su alrededor tiene colocados en perfecto orden los elementos que nos va a ayudar a descubrir todos los matices del cacao: melaza, coco, tabaco toscano, blanca manteca el cacao, habas y un papel con ocho onzas de once chocolates muy distintos entre sí. Además de para aprender a apreciar toda la inmensidad del cacao, su gran pasión, organiza estas catas para hacer comprender la necesidad de apostar por el cacao ético.
Nos cuenta un gran número de cosas muy interesantes acerca del chocolate. Como que si tiene una capa blanca, no está malo, sino que le ha salido la grasa por los cambios de temperatura. O que si nos deja la lengua áspera es porque ese cacao tiene muchos taninos, como el vino. O que no siempre el chocolate más puro es más oscuro. Y nos da un truco para saber si el chocolate se produjo en las mejores condiciones. Si así fue, tiene que sonar un clac al partirlo. Cuanto más seco y claro suene el sonido, mejor habrá sido su elaboración.
[¿Cuál es el origen de la palabra española 'cacao'?]
Durante casi dos horas, no paramos de aprender y probamos hasta ocho onzas de chocolates muy diversos, llenos de matices, tantos, como podríamos encontrar en una cata de buenos vinos, y mucho más sorprendentes. En un momento de parón, cuando le pregunto por qué es importante consumir cacao ético, responde sin dudarlo: “Por pura justicia”. Por eso, desde el comienzo tuvo claro que iban a trabajar “con cacaos muy controlados que garanticen una absoluta trazabilidad”, explica.
González ha estado en muchas de esas plantaciones, con los productores. “Los conocemos, sabemos lo compleja y delicada que es su labor. Ten en cuenta que, por ejemplo, las mazorcas en las que crece el cacao están muy pegadas al tronco y hay que cortarlas sin dañarlo, porque si no, deja de crecer varias temporadas”, cuenta.
“Además, hay que esperar a que estén secas, pero a los productores les pagan por saco de cacao ya listo, así que, si esperan mucho, son más días hasta cobrar y, además, el cacao seco pesa menos”, añade. Por eso, deja claro que calidad y buenas condiciones para los trabajadores van de la mano.
“El cacao es un producto mal pagado. Quienes hacemos chocolate podemos ayudar a garantizar que se haga en condiciones dignas, o no, y quienes lo consumen, también”.
“Pero la realidad es que, en general, es un producto mal pagado, sin incentivar. El mayor problema suele estar en África. Además, en países como Ghana, Camerún o Costa de Marfil, muchas de las personas que producen el cacao ni siquiera han probado una tableta de chocolate en su vida”, cuenta.
“Quienes hacemos chocolate dependemos de lugares donde se haga muy bien y podemos ayudar a garantizar que se haga en condiciones dignas, o no, y quienes lo consumen, también”, explica. Para garantizarlas, considera muy útil el movimiento Bean To Bar.
Para poderles apoyar como consumidores, González sugiere pensar en qué se va a comprar. “Si pagas dos euros y medios por cien gramos de chocolate, algo está mal y, por desgracia, ese precio tiene que ver con los procesos y con lo que se paga a quienes trabajan en esos países, un montón de ellos, niños".
Y recuerda que "cuando compras una prenda de diez euros hecha en Bangladés, compras esclavitud. Para que nos hagamos una idea, si tú adquieres un jamón que pone ibérico y no es de cebo, a tres euros, sabes que no es posible. Pues con el cacao, igual”. Además, mirar la trazabilidad ayuda a determinar en qué condiciones se ha producido el chocolate.
“Quienes apuestan por el cacao ético, presumen de ello en los envases. Así que una buena pista es mirar si es un chocolate con trazabilidad”, anima Carla Barbotó, de Pacari.
La fuerza del consumidor
Tanto el proyecto de Pacari, como el de Kaitxo demuestran que se puede hacer chocolate ético, que no lleve detrás el sudor y el dolor de manos infantiles, de niños y niñas que en vez de ir a la escuela están trabajando en condiciones durísimas que les conducen además a una pobreza extrema perpetua en sus vidas. Entre todos, podemos ayudar a no robarles el presente, ni el futuro. Simplemente al adquirir un chocolate ético, que sólo tenga un toque amargo en su sabor, no en su origen.
Si se piensa en la magnitud del problema del trabajo infantil y, en general, indigno, se puede comprender su vinculación a los desplazamientos humanos. Muchas de las personas que han vivido en su infancia en condiciones de esclavitud, huyen hasta nuestras fronteras para tratar de romperlas. Lamentablemente, a veces lo que encuentran en un mar oscuro que les engulle, mafias que tratan de robarles lo poco que tienen y, en ocasiones, fuerzas de seguridad que les apalean, como ocurrió recientemente en la frontera de Melilla y Marruecos.
La igualdad garantiza un sociedad mejor y más segura para todas las personas. Lo contrario, genera violencia. Por eso, supone un escalofrío leer el informe de Oxfam Intermón Una economía para el 99%, que denuncia que ocho hombres en el mundo concentran la misma riqueza que 3.600 millones de personas pobres. En España, por ejemplo, las fortunas de tres personas equivalen a la del 30% más pobre de nuestro país. En el mundo del chocolate, la desigualdad supone que prevalezca el trabajo infantil y, en los casos más extremos, en condiciones de esclavitud.
Los proyectos de Pacari y Kaitxo demuestran que se puede hacer chocolate ético, que garantice que no se ha elaborado con el sudor y el dolor de manos infantiles, de niños y niñas que en vez de ir a la escuela están trabajando en condiciones durísimas que les conducen, además de a un presente oscuro, a un futuro desolador.
Pacari, en concreto, es la empresa con certificación orgánica más antigua de Latinoamérica y aparece en el número uno del listado británico Ethical Comsumer, que revisa muchos aspectos de la ética del chocolate, desde el trabajo infantil al cambio climático, pruebas en animales, derechos humanos, marketing responsable, incluso estar involucrados en industrias como de las armas…
“Si sacas menos de 12 puntos, son empresas en las que es mejor no comprar y todas son multinacionales que compran esclavitud. Los consumidores finales tenemos un rol clave en la sociedad, tenemos que reflexionar sobre a quién quieres empoderar”, señala Carlota Barbotó.
Y acaba con una reflexión: “El cacao es un alimento que nos genera mucha felicidad y muchas veces lo regalamos a las personas que queremos, pero hay que tener en cuenta esa cadena abusiva que puede haber detrás. Como consumidores finales tenemos un gran potencial para hacer el cambio. Creo que educar es la clave. Que esos bombones que regalas con tanto cariño sirvan para mejorar el mundo”.
Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) contra el trabajo infantil
Hay tres ODS que son claves para poner fin al trabajo infantil. En el ODS 4, Educación de calidad, se busca garantizar que los menores tengan acceso a la educación universal y gratuita. También para los menores que trabajan a tiempo completo desde edades tempranas. Los que combinan sus trabajos con la escuela, tienen mayores tasas de abandono y fracaso escolar.
El ODS 8, el que proclama Garantizar el trabajo decente, sería el siguiente directamente relacionado con acabar con el trabajo infantil, ya que permitirlo es todo lo contrario a la decencia. Por último, el ODS 10, sobre la Reducción de desigualdades, está vinculado a la lucha contra el trabajo de los menores, uno de los mayores factores de desigualdad que existen y genera lo que llaman las cadenas de la pobreza extrema, características del trabajo infantil en parte de la industria del cacao y tan pesadas que son imposibles de romper sin la ayuda y el compromiso de toda la sociedad.