La Revolución Industrial empezó a cambiar poco a poco la forma en que se organizaban las sociedades. El campo fue perdiendo peso, y las zonas rurales comenzaron a sufrir un éxodo de población hacia las ciudades en busca de trabajo en las fábricas.
Según el Banco Mundial, actualmente en torno al 55 % de la población mundial (unos 4.200 millones de personas) vive en ciudades, y la tendencia es que esa cifra no deje de crecer en las próximas décadas. Para 2050 se estima que siete de cada 10 personas en todo el planeta vivan en núcleos urbanos y más del 80% del PIB global ya se concentra en ellos.
En el caso de España, ese éxodo rural explotó plenamente en la década de los 60. En aquellos años, cientos de miles de personas provenientes de pueblos de la mitad sur del país emigraron a provincias donde florecía la industria, y allí se asentaron y construyeron sus vidas, dejando atrás muchos pueblos que con el paso de los años han ido vaciándose ante la falta de oportunidades.
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Pueblos vacíos y envejecidos
Según el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITECO), más del 60% de los pueblos españoles ha perdido población desde 2001, y en la última década ese porcentaje ha crecido hasta rozar el 80% (más de 6.000 municipios). A la despoblación se le unen otros problemas derivados de la baja densidad de población (poca gente viviendo en enormes áreas de territorio), como el envejecimiento y la baja tasa de natalidad (desde 2015 en España mueren más personas de las que nacen).
El dilema de la despoblación se ha metido de lleno en la agenda política en los últimos años. Además de la creación del MITECO, el Gobierno tiene pensado destinar 10.000 millones de euros a hacerle frente al reto demográfico, y el pasado febrero anunció el lanzamiento y aplicación del Plan 130, que incluye más de un centenar de medidas para hacerle frente.
Acción local contra la despoblación
Muchos de estos pueblos de la España vaciada no se han quedado de brazos cruzados viendo cómo se mueren poco a poco, y hay múltiples iniciativas locales que pretenden revitalizarlos y devolverles el futuro. Una de ellas es La Comuna Emprende, del empresario Juan Gorsh, y uno de los primeros pueblos en acercarse a ella fue L’Énova, una localidad de menos de 1.000 habitantes en la provincia de Valencia.
Su alcalde, Tomás Giner, explica que el municipio ha perdido la mitad de su población en los últimos 40 años, por eso su equipo de gobierno empezó a pensar cómo intentar paliar el problema: “Empecé informándome. Aquí la Consejería había dispuesto un plan para municipios que sufren despoblación, pero no entrábamos porque de los seis parámetros no cumplíamos uno, el de densidad de población”.
Giner se puso a pelear con la Administración para intentar que L’Énova entrase en el plan, y desde entonces “seguimos ahí, estamos a las puertas y esperando para poder acceder a esas ayudas y planes de la Comunitat Valenciana”, unas ayudas que son tanto directas como de concesión de servicios, como la implantación de cajeros automáticos en pueblos donde los bancos los han suprimido.
El mismo problema de pérdida de población lo tiene Sumacàrcer, también en la provincia de Valencia. Según su regidor, David Pons, en dos décadas “vamos perdiendo del orden del 1% de población cada año”. Como su homólogo de L’Énova, Pons cree “que el motivo principal por el que la gente abandona los pueblos no es una cuestión de servicios [...] Lo que nos preocupa es que la gente joven no se queda a vivir aquí, porque al final el puesto de trabajo es el que más delimita que una persona se quede o se vaya”.
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La despoblación acarrea otros problemas derivados como el envejecimiento de los habitantes de las zonas afectadas, o la pérdida de servicios. Además, emergencias como el cambio climático también influyen en los movimientos migratorios. Sin embargo, de momento ambos alcaldes basan sus soluciones en el fomento de la economía.
“Es verdad que el problema de la despoblación no solo se soluciona con empresarios asesorando negocios, pero al final la gente prefiere trabajar cerca de donde vive, y la creación de empresas locales es una buena oportunidad para ser un escaparate y que la gente venga a trabajar aquí”, comenta Giner.
Los dos insisten en que la Administración tiene a los pueblos un poco olvidados. Giner explica que “no se ha invertido en los municipios pequeños, las políticas siempre se enfocan hacia las grandes ciudades, y los pueblos pagamos las consecuencias de la despoblación porque el atractivo está en la grandes ciudades, nosotros tenemos que reinventarnos”
Pons considera que “debería haber un cambio de mentalidad, porque mucha gente tenemos el chip de que hay que salir al pueblo para prosperar”. “Al final es ver qué modo de vida queremos, si estar el 20% del tiempo en un atasco u otro tipo de vida”, apunta Giner. “Tengo la sensación de que con las despoblación pasa lo mismo que con el cambio climático, todos sabemos que está ahí, se hacen políticas para intentar revertirlo pero son mínimas”.
Ambos alcaldes ven futuro para sus pueblos, pero admiten dificultades. “Es difícil, porque al final todas las acciones que se llevan a cabo son muchas y los efectos son escasos, pero no por eso hay que dejar de intentarlo […] la Administración y el poder político deben estar ahí para continuar trabajando en ello y garantizar la vida de estos pueblos”, sentencia el regidor de Sumacàrcer.
“Estoy convencido de que hay futuro, lo que tengo dudas es cuándo este futuro se hará realidad [...] falta conciencia colectiva. Las grandes ciudades van a existir siempre pero las zonas rurales necesitan un estímulo”, dice el dirigente de L’Énova.
‘Una cerveza social’
Precisamente en L’Énova es donde Alejandro Pons ha lanzado La Comuna Beer, una cerveza artesana con extracto de naranja de la comarca. “Intentamos buscar una receta de cerveza artesana que pudiera gustar, que pudiera echar ciertas raíces en la zona, por eso buscamos un estilo donde pudiera tener relevancia la naranja”. El plan tenía fundamento, ya que Valencia es la embajadora de esta fruta en España, y la Ribera Alta está repleta de monocultivos.
Pons dice que su cerveza “es una cerveza social”, porque “a veces tomar una cerveza artesanal es un acontecimiento más allá de ir al bar simplemente […] es más parecida a un vino blanco, no hay que beber a morro, es más para disfrute del paladar que para refrescar por la cantidad de aroma que te llevas”.
Animado por su hija, Pons se embarcó en el proyecto en diciembre de 2021, “y lanzamos al mercado en marzo”. En estos meses el artesano reconoce que su cerveza “está teniendo una muy buena aceptación, ya tenemos 20 puntos donde se comercializa”. El negocio se está consolidando en la zona, y su intención es consolidarse “poco a poco para conseguir crear empleo local que fije población en el municipio”.
Huertos en cestas de picnic
Alberto Torregrosa es de Xátiva, a pocos kilómetros de L’Énova. “El panorama laboral era bastante negro, lo que siempre te decían era: ‘estudias carrera, y si tienes suerte igual trabajas de lo tuyo’”, comenta. Por eso, cuando todavía tenía 17 años, y aprovechando su formación en jardinería y agricultura, inició un proyecto para fabricar huertos portátiles en cestas de picnic.
“Para mí fue una oportunidad enorme, porque mi sector de trabajo es bastante limitado, y para mí me supuso poder cambiar un poco la vida sacrificada que tienen mis padres y mis hermanos”. Así nació REGEA, una iniciativa que pretende acercar la naturaleza a quienes viven lejos de ella: “en estos tiempos donde todo está acelerado desconectar un poco y acercarnos a la naturaleza nos ayuda un montón […] Con todos los beneficios a nivel psicológico que esto tiene, mi objetivo es que cuando no puedes ir a la naturaleza puedas llevártela a casa”.
La idea de Alberto consiste en una serie de módulos donde se puede plantar y sembrar un pequeño jardín o huerto. “Estéticamente queda mucho mejor [...] luego tenemos unas cestas de picnic donde se puede tener un huerto portátil, plantar lo que quieras y llevarlo donde te apetezca. Además se integra como un elemento decorativo más en el hogar”.