Los usuarios de cualquier red social estarán acostumbrados a que las empresas de moda los bombardeen con publicidad sobre su nueva colección cada semana. Hay firmas que llegan a sacar más de cincuenta colecciones al año, lo que equivale casi a una por semana. Bajo estos parámetros, es evidente que la fast fashion (moda rápida) se ha impuesto en nuestra sociedad y que modela nuestros hábitos de consumo de moda, lo queramos o no.
Lo que no es tan evidente es el impacto que esto tiene en términos medioambientales. El viaje de una prenda suele empezar en algún lugar del este de Asia, donde están las plantas de producción de las principales firmas del mundo; después esa prenda es comercializada y disfrutada por algún individuo que, no obstante, en algún momento picará el anzuelo del fast fashion y la desechará.
El destino final de esa prenda es poco conocido, y esta es una de las cuentas pendientes que la moda tiene con la sostenibilidad. Aunque muchos de los grupos textiles más importantes del mundo, como Inditex o H&M, han puesto en marcha medidas para reducir la huella ecológica de sus productos, la mayoría fallan en esta última parte del proceso.
El mayor importador de ropa usada
Uno de los destinos más habituales de la ropa usada es Chile, el mayor país importador de desechos textiles de toda Sudamérica. El puerto de entrada es Iquique, una zona franca al norte del país que recibe al año 39.000 toneladas de ropa usada.
Muchos tratan de sacarle beneficio a esta mercancía, comprándola y vendiéndola luego a mayor precio. Sin embargo, la mayor parte de la ropa usada que no consigue finalmente venderse acaba en vertederos ilegales como el de Alto Hospicio, una localidad del Desierto de Atacama que está a 12 kilómetros de Iquique.
“Lo que no se vende a Santiago ni se envía a otros países se queda en zona franca ya que nadie paga las tarifas necesarias para quitárselo. El problema es que la ropa no es biodegradable y tiene productos químicos, por lo que no es aceptada en los depósitos sanitarios municipales”, explicaba Franklin Zepeda, fundador de Ecofibra, en un artículo de AFP.
Los desechos textiles tardan en torno a 200 años en biodegradarse y, además, contienen químicos muy tóxicos y contaminantes. Para minimizar el riesgo de incendio, la ropa es enterrada con la ayuda de camiones municipales, aunque ello no evita que se liberen al aire los contaminantes ni que estos se filtren a los canales de agua subterránea.
Para atajar este problema, el gobierno chileno quiere incluir los desechos textiles en su ley REP o de Responsabilidad Extendida del Productor, que se promulgó en 2016 para obligar a los productores a gestionar correctamente los residuos que generan.
La segunda industria más contaminante
Pero la relación entre moda y contaminación no es tan sólo una cuestión de leyes. La industria de la moda es la segunda más contaminante del mundo, y hace falta algo más que legislar para revertir esta situación.
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Según un informe de la ONU, publicado en 2019, entre los años 2000 y 2014 se duplicó la producción de ropa en el mundo. Una producción que "es responsable del 20% del desperdicio total de agua a nivel global" y, también, del ocho por ciento de las emisiones de carbono.
El mismo informe expone también que "cada segundo se entierra o quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura”. A ello hay que sumar que el 73 por ciento de la ropa es tirada a la basura después de su consumo y que menos del 1 por ciento se recicla.
Estos son los datos, pero detrás de ello hay una realidad más profunda que tiene que ver con nuestros hábitos de consumo y con nuestras ideas sobre la moda. Estas son en realidad subsidiarias del modelo de moda fast fashion propagado por las grandes firmas de moda, pues son ellas quienes han contribuido a crear en nosotros la necesidad de cambiar de ropa a menudo y desechar nuestro armario cada cierto tiempo.
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Por eso mismo, los expertos recomiendan una vuelta al slow fashion para garantizar que la industria de la moda sea menos contaminante. Al mismo tiempo, y mientras tanto, hacen falta leyes que exijan máxima trazabilidad a los productores de ropa y que estos se responsabilicen del desecho que generan.