Wangari Maathai fundó el movimiento Cinturón Verde de Kenia en el que mujeres plantaban árboles como acto de esperanza y rebeldía frente a la desertización en África. Berta Cáceres, feminista y activista ecologista de Honduras, fue asesinada por defender la protección del río que le daba la vida. Y, la ya referente en política ecologista, Petra Kelly fundó el partido alemán Los Verdes.
Todas ellas encontraron un hilo de unión entre la lucha por sus derechos como mujeres y la defensa de los ecosistemas en los que vivían. Surgieron en diferentes partes del mundo, mediante miradas también muy distintas, pero todas terminaron por converger bajo un mismo movimiento: el ecofeminismo.
Según el manifiesto de la Red EQUO de Mujeres, “el ecofeminismo amplía la teoría y la práctica feminista al introducir la perspectiva de cómo la dominación de la naturaleza y la dominación de las mujeres están relacionadas y, por tanto, deben de ser analizadas y consideradas como parte de un todo”.
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Orígenes y fundamentos
Si el feminismo es un movimiento emancipatorio contra la opresión del patriarcado, el ecofeminismo es, en palabras de la filósofa ecofeminista Alicia Puleo, “la conciencia ecológica y social del feminismo de nuestro siglo”. Es decir, si nuestros cuerpos forman parte de la naturaleza, la violencia que se ejerce contra ella, se ejerce contra nosotras también.
Olga Muñiz, portavoz de la Red Equo Mujeres de Asturias, cuenta a ENCLAVE ODS que “el objetivo común es claro: salir de la dominación y la opresión que, tanto la naturaleza (incluidos todos los seres vivos que la habitan) como las mujeres, sufrimos en este sistema antropocéntrico”. Un mundo en el que los problemas ecológicos no han hecho más que agravar las desigualdades de género ya existentes.
El término ecofeminista surgió por primera vez de la mano de la pensadora francesa Françoise d'Eaubone. En 1974, con su ensayo Feminismo o la muerte planteó la existencia de una relación interdependiente entre la preocupación ecologista por la sobrepoblación y la lucha feminista.
Puesto que el feminismo pretende que las mujeres sean capaces de elegir la maternidad de forma libre, d'Eaubone concluye que no existiría sobreexplotación en el tiempo presente si las mujeres hubieran tenido ese poder siempre. Por lo tanto, “el feminismo, al liberar a la mujer, libera a la humanidad entera”.
En la misma línea, Muñiz explica que “el futuro del ecofeminismo pasa por un posicionamiento claro a favor del acceso de las mujeres a la libre y consciente decisión en materia reproductiva”.
A lo que añade que “es importante reconocer las actitudes y conductas de la empatía y el cuidado atento, hay que enseñarlas en la infancia, también a los varones, y aplicarlas más allá de nuestra especie, a los animales y a la Tierra en su conjunto”.
Esta propuesta originaria de los años 70 conecta ahora con una población joven que ha extendido los límites de su sensibilidad fuera del tradicional plano antropocéntrico. Es decir, una juventud que no ve el daño humano como único escenario reprochable, porque ya tampoco tolera la humillación, el maltrato o la muerte del mundo natural.