Las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera, principales culpables del cambio climático, son la gran amenaza para la vida en el planeta tal y como la conocemos. Para hacerle frente, una de las estrategias troncales que Europa lleva impulsando años es la transición ecológica.
Es decir, erradicar por completo el uso de los combustibles fósiles para generar energía y utilizar en su lugar fuentes totalmente limpias.
En esta nueva economía verde se pretende mantener el crecimiento sin depender tanto del petróleo y sus derivados. Para ello, uno de los pilares fundamentales es la digitalización, es decir, aplicar las últimas tecnologías en los medios de producción y de la Administración para conseguir sociedades más eficientes, que generen menos residuos y que contaminen mucho menos.
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A raíz del Acuerdo de París de 2015, numerosos países y muchas empresas han comenzado por aplicar medidas y políticas orientadas a la neutralidad de las emisiones de dióxido de carbono. Esa neutralidad climática es uno de los objetivos a alcanzar en las décadas más inmediatas, y va acompañada de planes para utilizar materiales sostenibles para fabricar bienes en lugar del omnipresente plástico.
La economía del consumo rápido y del "usar y tirar" está siendo repensada y desplazada con alternativas donde la reutilización y el reciclaje están en el centro, donde los productos tienen más de una vida y tanto su fabricación como su tratamiento una vez que no sirven dejan un impacto ambiental muchísimo menor.
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El peso de las ciudades
Sin embargo, el cambio no es solo económico, sino que también es social e implica un cambio de mentalidad "que impulse el desarrollo y la paz, con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de todos", tal y como insiste el manifiesto del Plan Estratégico 2020-2023 de Naciones Unidas.
Las ciudades del planeta son otro de los nudos principales de toda la estrategia global de transformación ecológica. Según la ONU, en menos de 30 años dos tercios de la humanidad vivirá en ciudades, que actualmente ya consumen casi el 80% de todos los recursos naturales disponibles, son culpables de en torno el 70% de las emisiones nocivas a la atmósfera y generan más de la mitad de los residuos a nivel mundial.
Tal y como revela la Organización Mundial de la Salud (OMS), en todo el planeta nueve de cada 10 personas respira aire contaminado, por lo que las medidas orientadas a la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero aglutinan un peso especial en las estrategias de transición verde.
Digitalizar también contamina
La transición energética se centra en la digitalización y en aprovechar los avances tecnológicos para que los procesos de producción sean más eficientes y tengan un menor impacto ambiental. En este proceso, Internet y la informática juegan un papel crucial. En "la nube" está prácticamente todo, es accesible, rápida y su capacidad casi ilimitada.
No obstante, la nube ocupa muchísimo espacio, justo el que necesitan los cientos de millones de ordenadores encendidos durante las 24 horas y los 365 días del año que hacen posible que exista Internet. También son necesarios millones de kilómetros de cable rodeando el mundo, extendiéndose por tierra y sumergidos en el mar.
Todos esos ordenadores necesitan una cantidad descomunal de electricidad constante para funcionar, y en muchas ocasiones la producción de esa energía se realiza mediante la quema de combustibles fósiles. Por lo tanto, digitalizar no siempre es sinónimo de sostenibilidad, ni de bajo impacto medioambiental.
Transformar la economía y hacerla totalmente digital no solo afecta al ámbito productivo, creando máquinas que contaminen menos, sino también a los hábitos de consumo y a los modelos de negocio. Pasar de la dependencia total del petróleo y sus derivados a que todo funcione sin ellos puede suponer un equilibrio complicado.