En Yamalia Nenetsia, uno de los cuatro distritos autónomos del norte de Siberia, llevaban al menos siete décadas sin vivir un brote de ántrax. Esta enfermedad infecciosa y muy virulenta está provocada por la bacteria Bacillus anthracis, escondida hasta 2016 bajo el permafrost –la superficie congelada– de la región rusa. Aquel año, el deshielo la dejó escapar. Como consecuencia de aquel episodio, falleció un niño de 12 años y se contabilizaron al menos una veintena de casos de infecciones graves.
Era el peor brote que sufrían desde 1941, y parecía incontrolable. Tanto que el gobierno ruso propuso matar a 250.000 renos, a los que consideraban culpables de la transmisión interminable de aquel virus contagioso y –en algunos casos– potencialmente mortal. Y es que al ántrax se le conoce como la enfermedad del ganado y en extrañas ocasiones afecta a las personas.
La cosa cambia cuando estos virus milenarios, en contacto con los humanos, buscan sus técnicas para mutar y poder saltar a organismos como los nuestros. Es lo que se conoce como zoonosis y que, de acuerdo a un nuevo estudio global publicado recientemente en Proceedings of the Royal Society B, se produce en mayor medida en aquellas zonas donde ha fluido gran cantidad de agua como consecuencia del deshielo de los glaciares.
Esta conclusión se desprende del análisis minucioso de Hazen, el lago de agua dulce más grande del mundo situado al norte del Círculo Polar Ártico, en Canadá. Como ocurre con el permafrost siberiano, la superficie helada de esta acumulación natural de agua, atesora multitud de microorganismos milenarios.
Virus y bacterias que pueden volver a recuperar su actividad tras el deshielo producido por el aumento de la temperatura media del planeta asociado al cambio climático. Sobre todo, en las últimas dos décadas.
Los investigadores de la Universidad de Ottawa tomaron muestras de los sedimentos y del suelo del lago ártico, muy cerca de donde corrían pequeños ríos fruto del deshielo de los glaciares y secuenciaron su ARN y ADN para compararlas con los virus conocidos. Aunque no pudieron identificarlos, sí que ejecutaron un algoritmo por el que determinaron la posibilidad de que los virus contenidos bajo el lago Hazen infectaran a otros organismos, como puede ser el de los humanos.
La posibilidad, por tanto, de que desencadenen o no una pandemia no puede determinarse. Como declara Stéphane Aris-Brosou, uno de los autores del estudio, predecir un alto riesgo de contagio no es lo mismo que predecir pandemias. “Mientras los virus y sus 'vectores puente' no estén presentes simultáneamente en el medio ambiente, la probabilidad de eventos dramáticos probablemente siga siendo baja”, puntualiza Aris-Brosou en declaraciones a The Guardian.
Lo que sí pueden aseverar, no obstante, es el aumento del riesgo en este entorno en particular. Además, el equipo de investigadores abre la posibilidad de que ese riesgo sea también equiparable al que plantean los virus en el barro de un estanque local.
Así las cosas, otra investigación reciente citada por el medio británico, sugería que ciertos virus desconocidos podrían encontrarse en el hielo de los glaciares. Los investigadores de la Universidad Estatal de Ohio en los EEUU comprobaron la presencia de material genético de 33 virus, 28 de ellos nuevos, en muestras de hielo tomadas de la meseta tibetana en China. Estos microorganismos tenían aproximadamente 15.000 años.
También, en el año 2014, científicos del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia en Aix-Marseille, revivieron un virus que aislaron del permafrost siberiano que se volvió infeccioso aún habiendo pasado 30.000 años. En aquel momento, las declaraciones de su autor a la BBC reflejaron que el deshielo de este tipo de superficies congeladas son toda “una receta para el desastre”.
Los datos que refleja la comunidad científica en torno al deshielo no son nada halagüeños. El Ártico se está calentando hasta cuatro veces más rápido que el resto del planeta, lo que ocasiona que en las últimas dos décadas el Polo Norte haya perdido alrededor de un 30% del volumen de hielo marino que existe durante el invierno.
En la Antártida el deshielo tampoco se queda atrás, de hecho, según otra investigación reciente de Science Advances, es entre un 20% y un 40% más rápido de lo que se pensaba. De hecho, a principios de este año, se conoció el colapso total de Conger, una plataforma de hielo de unos 1.200 kilómetros cuadrados en la Antártida. Algo que ocurrió tras un episodio de ola de calor extremo en la región.
El papel 'pandémico' del calor
Una verdad inalienable para los autores del primer estudio citado es que el deshielo de los glaciares y superficies heladas del planeta no trae nada bueno para la salud pública. Más, si cabe, en un contexto de cambio climático.
La subida de la temperatura media global del planeta –de hasta 1,2 grados con respecto al período preindustrial– como consecuencia de las continuas emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera está creando un mapa distinto en torno a la zoonosis.
Como reflejó un artículo anterior publicado en EL ESPAÑOL, a medida que el clima se va calentando, los animales se van a ver obligados a trasladar sus hábitats a otras regiones. El estudio de Nature señalaba así que, en base a esta evidencia, iba a aumentar drásticamente el riesgo de que se produjera un brote entre especies con potencial de convertirse en una pandemia como la de la Covid-19.
Lo que va a originar la crisis climática es un cambio en la distribución tanto de los animales que hospedan a los patógenos como de los que son vectores de ellos. Y el aumento de las temperaturas va a aumentar las probabilidades de que el intercambio de microorganismos entre especies que no habían tenido contacto antes sea mayor.