Ruanda es un caso completamente especial. A diferencia de casi todos los países del mundo, este Estado africano tiene una mayoría en su Parlamento de mujeres. Concretamente, su composición femenina alcanza el 61%. Esto es, casi un 20% más que el Parlamento de España. 

Este hito, sin embargo, esconde un trágico suceso detrás. Una de las páginas más oscuras de la humanidad. Corría el año 1994. La muerte del presidente ruandés, Juvénal Habyarimana, dio comienzo a una masacre que duró varias semanas y que se acabó conociendo como el genocidio de Ruanda

El horror se desató cuando los extremistas hutu culparon a los tutsi de derribar el avión en el que viajaba Habyarimana, que pertenecía a los primeros, mayoría étnica del país. Así, se iniciaron matanzas indiscriminadas que se cobraron la vida de alrededor de un millón de personas. Según ACNUR, 200.000 mujeres fueron violadas y casi 100.000 niños quedaron huérfanos. 

La guerra lo cambió todo. Cuando terminó el conflicto, de los 6 millones de habitantes que quedaron, la mayoría eran mujeres —prácticamente el 80% de la población. Muchos hombres habían huido o estaban en la cárcel. Con este panorama, ellas tenían algo que decir. Habían sido oprimidas durante toda su vida, pero era hora de alzar la voz, de pedir sus derechos de una vez por todas. 

Tal y como ocurrió en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, su incorporación a la vida pública era una necesidad. El cambio de los roles de género era algo obligatorio. Desde entonces, las mujeres han pasado de ser consideradas casi como una propiedad a ser mayoría en la política nacional.

El pastor tutsi Anastase Sabamungu (izquierda) y el maestro hutu Joseph Nyamutera visitan un cementerio de Ruanda donde están enterradas 6.000 víctimas del genocidio. Jon Warren World Vision

En 1999, a las mujeres se les permitió heredar. Hasta entonces, habían sido privadas de este derecho en favor de sus hermanos. También se les concedió el derecho a abrir cuentas bancarias sin el permiso de sus maridos o se realizaron grandes esfuerzos para que las mujeres pudieran acceder a la universidad. 

Aun así, la presidencia sigue siendo un terreno vedado para el género femenino. Paul Kagame, el excomandante militar cuyas fuerzas que pusieron fin al genocidio, ha gobernado con puño con hierro la nación desde el año 2000. 

Para algunos un dictador autoritario, para otros simplemente un líder visionario, Kagame consiguió eliminar cualquier mención —o más bien distinción— entre los hutu y los tutsi, y en cierta manera ha logrado ciertos progresos hacia la igualdad de género. Entre ellos, se ha establecido una cuota de que un 30% de los puestos gubernamentales deben ser ocupados por mujeres. 

[Ruanda (casi) reconciliada 25 años después del inicio del genocidio entre hutus y tutsis en 1994]

Un modelo para las niñas 

La alta presencia de mujeres en la esfera pública es algo fundamental porque “es un modelo para las niñas y eso es importante: darse cuenta de que las mujeres pueden tener un trabajo”, explica Maria Francisca Gonçalves, portavoz de Rwanda Men’s Resource Center (RWAMREC), una organización local masculina que busca la igualdad de género y la promoción de masculinidades positivas. 

Sin duda, el porcentaje importa y mucho. “Muestra a los niños y a las niñas que las mujeres pueden tomar parte en las decisiones importantes de la política o de la economía”, remarca. Pero también sirve para cambiar la visión cultural de la mujer, que antes estaba muy asociada al mundo doméstico. “La mujer tenía que levantarse todos los días para trabajar para su marido, para sus hijos: cocinar, limpiar… Esto ayuda a cambiar la mentalidad”, añade Gonçalves.

No obstante, no todo lo que reluce es oro. Los números son ciertamente engañosos. La contradicción se adueña del país que ha logrado una mayoría femenina en su cámara baja a la hora de hablar del ámbito privado. Si bien la mujer está representada en la esfera pública y puede tomar importantes decisiones que atañen a su nación, siguen sufriendo el dominio de los hombres en sus casas. 

Mujeres ruandesas en el campo iStock

"Una [parlamentaria] me dijo que su esposo esperaba que ella se asegurara de que sus zapatos estuvieran lustrados, que le pusieran agua en el baño y que le planchara la ropa", contó Justine Uvuza, experta ruandesa en políticas de género al medio estadounidense NPR. 

Este caso, por desgracia, no es aislado. No importa lo poderosas que sean en la esfera pública, cuando están en casa, puertas adentro, es el hombre el que manda. Para Uvuza, la definición de ser una “buena ruandesa” significa ser patriota a través de su trabajo público, pero también ser dócil y servir a su marido

Por ello, defiende Gonçalves, las mujeres que están en el parlamento "tienen muchas concepciones y estereotipos que tienen que cambiar”. Al ser preguntada sobre si existe el feminismo en Ruanda, la portavoz de RWAMREC señala que la "respuesta no es fácil". “No es un no, pero tampoco es un sí”. Algo especialmente llamativo para una de las naciones más pro-mujer del mundo.

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El problema es que si bien se han conseguido ciertos avances como las ya mencionadas leyes de los derechos sobre la tierra, no se están abordando las causas de fondo de la desigualdad de género. Por ejemplo, recuerda Gonçalves, este año el parlamento [incluido las mujeres] ha votado en contra de rebajar la edad para acceder a los servicios y productos de salud reproductiva y sexual, algo a lo que las niñas no pueden acceder sin la autorización de los padres.

A pesar de ello, Gonçalves prefiere ver la situación en clave positiva: "Queda mucho camino por recorrer, pero es un paso importante tener mujeres en el Parlamento". Los modelos están ahí. Sólo hace falta cambiar la visión.