Londres comienza el año con temperaturas superiores a los 10 grados tres semanas después de una alerta por frío polar. En otras capitales como Berlín, París o Zúrich los termómetros también se alejan de la normalidad, con anomalías cercanas a los ocho grados. Es la tónica que se está extendiendo por el continente europeo estos días. El clima casi primaveral parece haber engullido el invierno.
Las temperaturas más cálidas, unidas a otros inputs como las importaciones alternativas de gas, están ayudando al continente a mantener a raya las reservas de energía de cara a los próximos meses. Casi en el ecuador del frío propio del invierno, el gas acumulado en Europa está aún por encima del límite seguro, con un 83,2% acumulado hasta ahora.
Hay que recordar que, el pasado 19 de mayo, la Comisión Europea llegó a un acuerdo con sus Estados miembro para tener al menos un 80% de gas acumulado antes del 1 de noviembre. Lo hizo en previsión de las “potenciales interrupciones de suministro” por parte del presidente ruso Vladimir Putin, el principal suministrador hasta entonces y que ahora alcanza mínimos.
Esta recomendación sobre el almacenaje de gas debe crecer hasta el límite del 90% a partir de 2023 o, al menos, se tendría que garantizar un 35% del consumo medio anual de los últimos cinco años. En el caso de países que no tengan tanta capacidad de almacenaje, deberán tener garantizadas reservas estratégicas en otros países de la UE para asegurar el 15% del consumo nacional.
De acuerdo con los datos de Gas Infrastructure Europe, todos los países comunitarios mantienen sus reservas del hidrocarburo por encima del 80%, excepto Hungría (71,4%), Letonia (47,1%), Países Bajos (77,1%), Eslovaquia (75,5%). Los que encabezan la lista con mayor almacenaje son Portugal (98,3%), Polonia (96,4%) y España (93,2%).
No obstante, que determinados países sean capaces de acumular cierto volumen de gas no asegura el suministro. Todo puede depender de la forma en que se abastezcan los países. Por ejemplo, si tienen mayor capacidad de almacenaje del gas natural licuado –como es el caso de España– o si son países que dependen más de gasoductos con una capacidad limitada.
En cualquier caso, estos últimos meses, algunos países europeos han ido contemplando medidas adicionales ante un posible escenario de escasez. En Alemania, por ejemplo, se comunicó la posibilidad de realizar, a partir de enero, cortes intermitentes de unos 90 minutos, aunque en todo momento se han descartado los apagones. El suministro energético, aseguran, estará garantizado para este invierno. Sobre todo, tras las temperaturas del otoño más cálidas de lo habitual en todo el continente.
La presidenta de la Comisión Europea Úrsula Von der Leyen confesaba hace unas semanas en rueda de prensa que este invierno los países comunitarios podían estar tranquilos con las reservas de gas actuales. Aunque, según la mandataria, la situación no está tan clara para el próximo invierno. Para entonces la UE podría llegar a enfrentar una brecha de unos 30.000 millones de metros cúbicos de gas.
Lo que está claro es que, por el momento, el clima anormalmente cálido que está sufriendo Europa está ayudando a encajar el golpe de la crisis energética y las consecuencias a este respecto de la guerra de Ucrania. Y no solo porque facilita la reducción del gas ruso y el alto almacenaje de las reservas de gas, sino por la caída que han experimentado los precios ante un menor riesgo de escasez por una demanda más reducida.
Según recoge el diario británico The Guardian, los precios del gas en Europa han caído a niveles solo vistos antes de la invasión rusa de Ucrania. El contrato de futuros de gas europeo a un mes cayó hasta los 76,78 euros por megavatio hora el pasado miércoles, el nivel más bajo en 10 meses; y aunque después volvieron a subir por encima de los 80 euros, siguen lejos de los máximos de agosto, cuando se superaron los 340 euros el megavatio hora. Unos precios motivados por la escasez de suministro y las temperaturas extremas que se sufrieron en verano.
Una ‘calma’ temporal
Esta especie de oasis de tranquilidad que está viviendo la Unión Europea con respecto a sus preocupaciones energéticas puede ser la calma que proceda a la tormenta. Confiarse a la estabilidad de las temperaturas cálidas en un contexto de cambio climático es peligroso, y no se puede esperar lo mismo en las próximas semanas.
La relación entre energía y clima es casi fraternal, y nada aventura que después de estas temperaturas cálidas no venga una bajada de temperaturas que pueda llegar a comprometer las reservas de gas. De hecho, al mismo tiempo que Europa vive un clima más templado y zonas como los Alpes llegan a superar los 10 grados a 1.500 metros de altitud, Estados Unidos y Canadá se han sumido en una de sus mayores heladas conocidas como consecuencia de una rotura del vórtice polar, una masa de aire frío procedente del Ártico.
Pero incluso en el mejor de los casos, en un escenario en el que continúen las temperaturas templadas, hay otros sectores que pueden acabar resintiéndose. Sin ir más lejos, las anomalías de los termómetros impactan sobre los cultivos, recursos como el agua o provocan situaciones como la floración de almendros y cerezos en puntos de Cataluña en este último mes de noviembre (cuando suele darse en febrero). Es un desbarajuste para los ritmos naturales del planeta y los recursos que estamos acostumbrados a obtener de él.
El verano de 2022 fue un ejemplo del efecto que puede llegar a tener el clima sobre los recursos energéticos. Vimos como en Alemania los buques que transportaban cargas de carbón por el Rin tuvieron que reducir su actividad por los bajos niveles de agua en el río. En Francia, llegaron a paralizar varios de los reactores porque, en un contexto de temperaturas extremas, no eran capaces de enfriarlos. Por no hablar del impacto negativo que tuvieron sobre la generación de energía hidráulica.
Es difícil prever qué se avecina este 2023. Las revisiones más recientes apuntan a la llegada de El Niño, un fenómeno meteorológico periódico –alternado con el de La Niña– que como apunta José Miguel Viñas, meteorólogo de Meteored, “potenciará el calentamiento global” y tenderá a calentar más las temperaturas. Esto, no obstante, no excluye que podamos tener días fríos.
Ante la incertidumbre, el ahorro energético se vuelve una especie de seguro al suministro. Sobre todo en un escenario en el que, como reveló en su último estudio la Organización Meteorológica Mundial (OMM), las temperaturas han aumentado en Europa más del doble de la media mundial de los últimos 30 años.