Cuando las balas, las bombas y las malas intenciones de Vladimir Putin centraron su mirada en Ucrania, la vida no paró. Como en tantos otros lugares del mundo, formar una familia sigue siendo la ilusión de muchas parejas. Aunque ahora están rotas por la guerra, no por ello han cesado en su empeño: muchas parejas deciden congelar el esperma de aquellos soldados que tienen que ir a combatir al invasor ruso.
En los últimos meses, muchas clínicas de fertilidad han vuelto a la vida, pero de una forma muy distinta a la anterior. Antes de la invasión, esta floreciente industria tenía principalmente clientes extranjeros. Ahora son parejas ucranianas que están ansiosas porque el marido tiene que ir a luchar.
Algunas clínicas como Mother and Child, la clínica de fertilidad más grande del país, incluso han ofrecido un servicio gratuito para congelar el esperma u óvulo durante un año para todos los “héroes nacionales”, tal y como señalan en sus redes sociales. A los socios también les han ofrecido grandes descuentos en los programas de concepción asistida que generalmente cuestan entre 1.300 y 4.000 dólares estadounidenses.
Vitaly Radko, médico de 37 años de una sucursal de la clínica en la capital, Kiev, señaló a The Economist que no estaba seguro de que su personal mantuviera su trabajo cuando inició la guerra, pero a medida que se afianzaba esta tendencia, vio aumentar el número de pacientes. Según contó a la revista británica, entre 30 y 40 parejas de militares atraviesan sus puertas todos los meses.
Antes del inicio del conflicto, la mayor parte de sus pacientes, explicó el doctor, eran extranjeros. Principalmente de China, aunque también de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Italia y España. Ahora, solo quedan ucranianos, de los cuales el 40% son militares.
Radko siente una gran responsabilidad y considera su trabajo como algo fundamental para el devenir de su país. “Cuando hay una guerra en tu país y no estás en el frente, tienes que hacer lo que mejor sabes hacer, y somos más capaces de dar vida a los nuevos ucranianos”, dijo a la revista británica.
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“Tengo la esperanza de tener hijos suyos”
El caso de Nataliya Kyrkach-Antonenko es una de los cientos de historias trágicas que han ocurrido en la impasible guerra en Ucrania. Su marido, Vitaly, falleció en batalla y, con ello, se desvanecieron los sueños conjuntos de formar una familia. Sin embargo, estaban preparados. Tres meses antes, durante una rotación del militar en casa, la pareja congeló esperma ante cualquier eventualidad.
En una emotiva publicación en las redes sociales, Kyrkach-Antonenko señaló que las esperanzas de formar una familia no desaparecían con la muerte de su marido: “El mundo moderno nos permite nacer y criar a los hijos de nuestros seres queridos caídos”. Y animó a las parejas a seguir con su ejemplo: “Considere y, por favor, no posponga esa decisión 'para más tarde' si ambos todavía quieren aprovechar esa oportunidad, con urgencia”.
No obstante, para algunos psicólogos, este tipo de decisiones podrían entrañar sus riesgos. “Tener un hijo de un padre muerto no es un yeso para cubrir una herida… y puede exacerbar el trauma”, explicó Inna Tikhonova, psicóloga que asesora a varias parejas de militares a The Economist.
Por el momento, esta preocupación no existe en Kyrkach-Antonenko, que tiene hasta 20 años para decidir qué hacer con el esperma de su difunto esposo. “Vitaly puede no estar vivo, pero su capacidad para convertirse en padre sí lo está. Mientras viva, tengo la intención de tener tantos de sus bebés como pueda”, afirmó a la revista británica.