Con temperaturas superiores a los 30 grados, el asfalto puede llegar a alcanzar hasta 70, el cemento, 60 y los tejados, unos 50. No es solo el aire caliente; los propios materiales de las ciudades emanan un calor insoportable y peligroso para la salud.
Ocurrió el pasado 16 de julio, cuando los termómetros llegaron a marcar los 40 grados. Uno de los principales damnificados fue José Miguel González, un barrendero fallecido en Madrid por un golpe de calor mientras barría una calle del distrito de Vallecas. Aquel día, el hombre de 60 años fue tan solo una de las 5.876 personas que murieron en nuestro país a causa de las altas temperaturas del último verano.
Ante este vía crucis inevitable que presentan las temperaturas cada vez más intensas, las zonas verdes ofrecen una pasarela hacia la adaptación al clima extremo. Un nuevo estudio publicado ahora en The Lancet –el mayor realizado al respecto hasta la fecha– sitúa el incremento de la cobertura arbórea en las ciudades como una medida para evitar un importante número de muertes asociadas al calor que sufrimos en verano.
Jofre Carnicer, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), explica a EL ESPAÑOL que los árboles generan "una reducción de la temperatura por el simple efecto de sombreado de las copas de los árboles, que evitan la radiación directa sobre el suelo y los edificios de las ciudades". Pero, además, también calman el calor por "la evapotransporación de agua de las hojas y sus estomas, los orificios regulables por donde transita el agua".
"Finalmente, los árboles, con su gran estructura y tamaño, pueden modificar un poco las corrientes locales de aire, cambiando así también los gradientes espaciales de temperatura y alterando de maneras complejas las islas de calor en las ciudades", añade el investigador del CREAF.
Después de analizar un total de 93 ciudades europeas –entre las que se encuentran nueve españolas–, los autores que publican en la prestigiosa revista científica proponen la siguiente fórmula: aumentar un 30% la cantidad de árboles por ciudad (en áreas de 250m x 250m) para enfriar las temperaturas un promedio de 0,4 grados y reducir en un tercio las muertes por calor. Al menos, en las ciudades, afectadas por lo que se conoce como efecto isla.
La rápida urbanización, la alta densidad de población, la modificación antropogénica de los paisajes naturales y la falta de vegetación y cuerpos de agua hace que las urbes alcancen temperaturas muy superiores a las demás áreas circundantes. Unos niveles que suben aún más durante la noche.
A lo largo del día, todos los edificios, las carreteras y toda la infraestructura urbana absorbe el calor, lo retiene y se va liberando durante la noche. Después de la puesta de sol, el calor urbano es tres veces mayor: de 0,6 grados en el día pueden llegar a aumentar hasta los 1,9 grados en horario nocturno.
Pero es que, además, en el período estudiado por los investigadores, de junio a agosto de 2015, también se encontró una importante diferencia de temperatura diaria promedio entre el campo y la ciudad: de 1,5 grados. Un nivel que puede traducirse en mayores decesos y problemas de salud.
En Palma de Mallorca, por ejemplo, con aumentar la masa arbórea un 30%, se podrían evitar hasta 63 muertes por cada 100.000 habitantes (un 90% atribuibles al efecto isla); en Málaga –que ya cuenta con una superficie arbórea mayor al resto de urbes españolas–, 22 muertes (el 20%), y en Barcelona, hasta 215 muertes (un 60%). Y así ocurre en las demás ciudades estudiadas en España (Madrid, Valencia, Sevilla, Murcia, Bilbao y Alicante) y otras 84 europeas entre las que se encuentran algunas como Berlín, Roma o Ámsterdam.
Faltan el doble de árboles
De media, las urbes analizadas cuentan con una cobertura arbórea del 14,9%. No obstante, como apunta Tamara Iungman, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio, a pesar de ser de las más afectadas, casi todas las ciudades españolas presentan una cobertura de árboles “bastante baja” en comparación con las europeas incluidas en el estudio, con excepción de Málaga que llega a un 16%. El resto presentan un 10% o menos, y asociado a esto, son ciudades que presentan impactos altos en la mortalidad atribuible al efecto isla de calor urbana.
Barcelona ocupa el número dos en el ranking de más muertes por altas temperaturas, con casi un 14,8% de mortalidad en verano. También Madrid y Palma de Mallorca, con un 12%. “Estos son valores bastante más altos que la media de las ciudades europeas, que es de un 4%”, lamenta Iungman.
La falta de datos actualizados de temperaturas y de masa arbórea ha limitado el estudio al año 2015. Así las cosas, tomando de base aquellas cifras, los científicos han encontrado que en todas las ciudades, el 75% de la población total vivía en áreas con una diferencia de temperatura media en verano en comparación con las áreas rurales superior a un grado, y el 20% con una diferencia de más de dos grados.
Esto se traduce en que de las 6.700 muertes prematuras en personas mayores de 20 años que podrían atribuirse a temperaturas urbanas más altas durante los meses de verano, se podrían haber evitado 2.644 decesos; o lo que es lo mismo, al menos una de cada tres muertes nunca se habrían llegado a producir de haber incrementado las zonas verdes.
Mark Nieuwenhuijsen, director de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), cuenta que los resultados a los que han llegado muestran “grandes impactos en la mortalidad debido a las temperaturas más altas en las ciudades” y cómo “pueden reducirse parcialmente aumentando la cobertura de árboles para ayudar a enfriar los entornos urbanos”.
“Los espacios verdes pueden tener beneficios adicionales para la salud, como reducir las enfermedades cardiovasculares, la demencia y la mala salud mental, mejorar el funcionamiento cognitivo de los niños y los ancianos y mejorar la salud de los bebés”, subraya Nieuwenhuijsen, también coautor del estudio.
Las sequías, un desafío
El estudio revela que la combinación del calentamiento global debido al cambio climático y la expansión de las construcciones urbanas dan como resultado la intensificación de las islas de calor urbanas en la próxima década, acompañadas de los efectos adversos en la salud de la población nombrados en este artículo.
Los árboles y la vegetación, en general, ayudan a calmar las altas temperaturas. Pero, ¿qué ocurre cuando se resecan? Lo vimos este verano, cuando un enclave tan emblemático como el Hyde Park, en medio de un episodio de calor extremo y falta de lluvias acumuladas, se convirtió en un pajar. En esos casos, lo que antes ayudaba, se vuelve en contra.
Como explica Carnicer, la reducción de temperatura ambiental ligada a la evapotranspiración de las hojas del dosel arbóreo puede verse interrumpida por problemas de disponibilidad hídrica, sequías y olas de calor. "En épocas de sequía se puede llegar a producir incluso una amplificación o aumento del efecto de las olas de calor", asegura. La vegetación y el suelo resecos, con una situación de sequía precedente, elevan aún más la temperatura en superficie.
En este punto, por tanto, es importante incidir en la importancia de una buena política que compagine el aumento de la masa arbórea en las ciudades con una estrategia de irrigación. Como apunta Iungman, esto “es todo un desafío en zonas semiáridas” como España, donde tenemos una mayor previsión de sequías por el cambio climático.
La experta subraya la importancia de una planificación que maximice el riego, pero que a su vez contemple un ahorro de agua en un contexto de sequía o incluso teniendo en cuenta las futuras consecuencias del cambio climático. “Diseñar ciudades que puedan mitigar el cambio climático, ser inteligentes y basar sus soluciones en la naturaleza van a ser más sostenibles en el tiempo y más habitables para su población”, apunta.
Por ello, la investigadora insiste también en que el aumento de la cobertura de árboles debe acompañarse de otras medidas complementarias importantes. Se pueden introducir techos y paredes verdes en las áreas donde escasea el espacio abierto; reemplazar superficies impermeables como el asfalto por otras vegetales u otros materiales menos impermeables, y todo lo relacionado con una política para disminuir el uso de vehículos motorizados, porque “emanan calor y, además, se les dedica un montón de espacio, como los parkings, que deberían ser sustituidos por espacios verdes”.
El experto del CREAF propone combinar la promoción del uso de sistemas de riego eficientes en la jardineria urbana, incluyendo también sistemas de recuperación de aguas pluviales, sistemas adicionales de reutilización de aguas y, si es necesario, de desalinización. Además, añade que también puede ayudar optar por especies de árbol resistentes a la sequía y a las olas de calor, y con características favorables en fenología de las hojas, con poco mantenimeinto y seguridad, pocos efectos alergénicos en la población y buenos efectos de sombreado y regulación térmica.
Esto se vuelve cada vez más urgente a medida que Europa experimenta fluctuaciones de temperatura más extremas causadas por el cambio climático, apunta Iungman. Por este motivo, asegura que “a pesar de que las condiciones de frío actualmente causan más muertes en Europa, las predicciones basadas en las emisiones actuales revelan que las enfermedades y muertes relacionadas con el calor supondrán una mayor carga para nuestros servicios de salud durante la próxima década”.