“Si se confirma lo que se está previendo, si llega un Niño severo, habrá un gran impacto en la migración desde el Corredor Seco Centroamericano”, afirma Adoniram Sanches, coordinador de la oficina subregional de FAO para Mesoamérica. Y es que mientras los migrantes se agolpan en la frontera sur de Estados Unidos por el fin de la vigencia del Título 42, una nueva oleada acecha en el horizonte.
Según anunció la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés) el pasado jueves, existe un 90% de posibilidades de que aparezca el fenómeno meteorológico de El Niño, algo que puede tener consecuencias devastadoras en la región de Centroamérica, principalmente en la región conocida como el Corredor Seco.
Por el momento, la NOAA predice que habrá un 80% de probabilidades de que se trate de un Niño moderado, mientras que hay un 55% de probabilidades de que sea un Niño fuerte.
Este territorio, que se extiende por 1.600 kilómetros a lo largo de toda la zona costera del Pacífico de Centroamérica —desde el sureste mexicano hasta Panamá, cruzando por El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Costa Rica—, es especialmente vulnerable a los efectos del calentamiento global y es una de las regiones que más se ha visto afectada por el cambio climático en todo el mundo.
Tradicionalmente, el clima de esta zona boscosa tropical se caracteriza por períodos prolongados de lluvias torrenciales y otros de sequía. Estas se acentúan dependiendo de cada fenómeno. “Cuando viene La Niña, hay más abundancia de lluvia. Ahora, cuando se instale El Niño, se acentuarán las características del Corredor Seco, habrá más sequía”, explica Sanches.
La llegada de El Niño, por tanto, trae ausencia de lluvias, lo que genera sequías y una disminución de la humedad, afectando directamente a la disponibilidad del agua y, por ende, a los cultivos. “Los efectos son directos porque afecta directamente al agua; las consecuencias que se dan es porque se eleva la temperatura significativamente, aumentan los vientos, lo que provoca resecamiento, una reducción de las lluvias y una reducción de la humedad”, señaló el ingeniero agrónomo Marco Chávez a La Nación.
A pesar de que la región está acostumbrada a la transición entre fenómenos climáticos adversos, los expertos advierten que el cambio climático ha acentuado la magnitud de estos. “Con el aumento de las temperaturas, se está calentando más esa masa de aire caliente. Y cuando el fenómeno El Niño llegue a Centroamérica, la sequía va a ser mucho más fuerte”, explica Sanches.
Según un informe de la oenegé Hábitat, la prolongación de épocas secas, lo que se conoce como canícula, ya se prolonga más allá de los tres meses que tradicionalmente duraba y la falta de agua predomina sobre los periodos de lluvias.
Una potencial crisis humanitaria
Esta región geográfica concentra el 90% de la población de Centroamérica y muchos de ellos dependen de lo que produce la tierra. “Más de la mitad de los 10 millones de habitantes de la zona […] se dedican a actividades agrícolas, y más del 73 por ciento de la población rural vive en la pobreza, con 7,1 millones de personas que sufren inseguridad alimentaria grave y 1,3 millones de niñas y niños menores de 5 años que sufren retraso en el crecimiento”, explicó Qu Dongyu, director general de la FAO el pasado mes de octubre.
La mayor parte de ellos producen granos básicos para la alimentación regional como es el maíz, el arroz o el frijol. “La producción está bastante concentrada en la región del Corredor Seco”, indica Sanches. Las recurrentes sequías, por tanto, afectan directamente a lo que se conocen como las ‘cosechas de verano’ —las que se realizan en el primer semestre del año—, mientras que las lluvias torrenciales afectan a las ‘cosechas de postrera’, esto es, los de la segunda mitad del año.
Al final, la menor capacidad de previsión, afirma Sanches, desorganiza por completo el calendario agrícola. La mayoría de las familias practican la agricultura de subsistencia y, cuando vienen mal dadas, la situación se vuelve extremadamente difícil.
“Al perder parte de los alimentos que llevarían a su mesa y que, además, sería el ingreso económico tras su venta, las familias suelen recurrir a estrategias de emergencia que comprometen su calidad de vida”, explicó Ernesto Castro, vicepresidente de área de Hábitat para la Humanidad en América Latina y el Caribe.
Según cifras de la FAO, el Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) y los gobiernos de 2019, hasta un 82% de las familias han tenido que vender sus herramientas de agricultura y sus animales para poder comprar comida. A veces, incluso se han saltado comidas o comen alimentos menos nutritivos.
¿Nuevas caravanas?
Sin nada más que poder hacer, muchas familias deciden vender lo poco que tienen y aventurarse a un peligroso viaje para llegar al ‘país de las oportunidades’, Estados Unidos. Precisamente en 2018, coincidiendo con el último periodo de El Niño, hubo un éxodo masivo de personas hacia las fronteras de Estados Unidos. “El 52% de los migrantes procedían del Corredor Seco”, explica Sanches.
Todo empezó con una caravana de unos mil hondureños que salieron desde la segunda ciudad más grande de Honduras, San Pedro Sula, el 13 de octubre de 2018. Después vinieron otras cinco caravanas más. Miles de personas huían de la violencia y el desempleo, pero también de las consecuencias del cambio climático. “Cuando se les preguntaba por qué lo hacían, muchos decían que en los últimos ocho años tuvieron cuatro cosechas frustradas”, indica el director de la FAO para Mesoamérica.
Sin embargo, no todos los que inician su viaje acaban teniendo éxito. De hecho, menos del 25% de los migrantes consiguen asentarse en los Estados Unidos. La mayor parte de ellos son devueltos a sus países de origen y regresan con unas condiciones socioeconómicas peores que las que tenían cuando partieron. Sólo en el año 2019, según Hábitat, casi 200.000 personas fueron devueltas por las autoridades migratorias estadounidenses.
“Los altos costos de la emigración suelen sustentarse en grandes sacrificios económicos (ventas de medios de vida, endeudamientos onerosos) que no llegan a compensarse debido al fracaso en el intento migratorio”, señala el informe de Hábitat. Aun así, pese a los peligros, siguen siendo muchos los que prefieren arriesgar lo poco que les queda para tratar de lograr un futuro mejor.
Invertir en adaptación
Adaptarse a unas nuevas condiciones climáticas no siempre es fácil, pero para los expertos, dotar de herramientas a los agricultores para que puedan desarrollar una mayor resiliencia a la alta variabilidad climática es la clave para poder hacer frente a estas nuevas condiciones.
La gran solución, por tanto, está en una mayor inversión en programas de adaptación al cambio climático y en sistemas más eficientes de producción de alimentos. “Los sistemas de riego tienen que cambiar, las especies de productos agrícolas que tienes que cultivar tienen que estar adaptados a un contexto de sequía y todo el sistema tiene que adaptarse a ese nuevo contexto”, afirmó Hivy Ortiz, oficial forestal de la FAO para América Latina y el Caribe, a la Agencia EFE.
Al final, como explica Sanches, se trata de aplicar la tecnología a la agricultura, esa misma que permite que en lugares con pocas precipitaciones como Israel puedan desarrollar cultivos. Por ello, “la FAO tiene varias iniciativas de microrriego, de almacenamiento de agua, de semillas adaptadas”, indica.
“El hecho de que esté aumentando la sequía no quiere decir que tenga que aumentar la pobreza, porque si tienes buenos programas de adaptación al cambio climático y sistemas eficientes de producción de alimentos adaptados a ese nuevo contexto puedes mejorar la calidad de vida”, concluyó Ortiz.