La luz artificial de las ciudades lleva unos años ganándole espacio a la oscuridad. Las estrellas apenas pueden verse, ocultas tras una capa anaranjada que tiñe cada vez más los cielos nocturnos. Y es un resplandor que preocupa a la comunidad científica porque está aumentando rápidamente y tiene graves consecuencias para la salud humana y el medioambiente.
Una gran revisión publicada ahora en Science resume en cuatro artículos de investigación toda la literatura al respecto sobre los efectos nocivos de la contaminación lumínica. Desde la luz de las farolas y los vehículos hasta la de la publicidad o la doméstica -entre otras-, este tipo de polución ya afecta al 83% de la población mundial.
No ha dejado de crecer, y en concreto, a un ritmo de casi un 10% anual durante los últimos 12 años. Para hacernos una idea de lo que supone, y como señalaba otra investigación publicada en la misma revista, un niño nacido hace 18 años en un área donde eran visibles 250 estrellas, ahora vería probablemente menos de 100 estrellas en el mismo lugar.
Amplias zonas habitadas de nuestro planeta nunca se oscurecen por completo. Es más, según apunta la última revisión, en muchos lugares la luz artificial que emiten las ciudades supera a la iluminación que desprende la Luna. Son unos niveles a los que ninguna especie de este planeta está acostumbrada, y el riesgo es que se espera que aumente aún más y se duplique en los próximos 35 años.
Entre los culpables de ese bum de luz artificial están las luces LED. Muchos tipos de esta iluminación tienen temperaturas de color inapropiadas, con grandes fracciones de luz azul que se dispersan con mucha fuerza. Sin embargo, según recoge la investigación, las ventas de LED tuvieron una tasa de crecimiento anual compuesta de más del 18 % entre 2017 y 2022 y se estima que crecerán otro 15 % entre 2022 y 2027, alcanzando los 141 millones de dólares por año.
Le hemos ganado horas de luz a las noches. Ya no solo por la luz exterior, sino también a la que nos exponemos en nuestras casas con los ordenadores, la televisión o los teléfonos móviles. Vivimos en entornos sin oscuridad, y eso tiene un efecto nocivo sobre nuestra salud.
Como pronto, ese fogonazo constante incide en nuestro ciclo del sueño. Nos mantiene en estado de alerta, lo que tiene también un efecto sobre nuestro estado de ánimo. En el artículo que publican Karolina Zielinska-Dabkowska y sus colegas describen cómo el hecho de que influya en nuestro propio ritmo circadiano puede aumentar el riesgo de sufrir enfermedades como el cáncer de mama.
Y no es la única. Por ejemplo, recogen cómo la exposición a la luz artificial de los trabajadores nocturnos se ha descrito no solo como una causa probable de varios tipos de cáncer, sino también como un factor de riesgo de enfermedad cardiovascular, diabetes tipo 2, hipertensión, obesidad o depresión, entre otras.
Unas consecuencias de las que tampoco escapan el resto de especies del planeta. Otro del artículo publicado en Science por Annika Jägerbrand y Kamiel Spoelstra analiza cómo afecta la contaminación lumínica a multitud de animales y plantas.
Ese nuevo brillo artificial nocturno está haciendo que muchas aves se sientan atraídas por la luz y se desorienten, lo que hace que colisionen con edificios, farolas o cualquier infraestructura humana. Además de inducirles un estado de estrés y una pérdida de sueño.
De igual forma sucede con otras especies de mamíferos como murciélagos, roedores u otras especies más grandes como los ciervos y sus depredadores; insectos; especies de anfibios como sapos o ranas; reptiles como las tortugas marinas o lagartijas, e incluso los peces. Todos ellos pueden sufrir episodios confusos sobre cuándo salir a alimentarse, por ejemplo, y cambios en su ciclo reproductivo, lo que se traduce en una pérdida importante de sus poblaciones.
Toda esa cantidad de luz, además, nace de un consumo de energía exacerbado que no hace más que liberar grandes emisiones de gases de efecto invernadero, los mismos que atrapan el calor del sol y calientan la atmósfera en un momento límite y de emergencia climática.
Nos da sensación de seguridad
Una de las cuestiones que ha motivado este bum de luz nocturna en los países desarrollados es el miedo a la oscuridad y la percepción asociada que la iluminación proporciona seguridad y protección. Asimismo, la falta de luz también es signo de injusticia social. En las poblaciones rurales de los países en desarrollo de bajos ingresos no hay electricidad en la mayoría de las escuelas y hogares. Es otra de las perspectivas que se abordan en este conjunto de artículos que publica ahora Science sobre la contaminación lumínica.
Sin embargo, como reconocen los autores, la literatura científica al respecto es insuficiente. De hecho, según recoge un artículo publicado en The Conversation por écnico Superior de Astronomía de la Universitat de València, "la relación directa entre luz y seguridad, con la que nos bombardean constantemente, es falsa. Existen numerosas investigaciones policiales y de expertos que la desmienten".
El experto subraya además el caso francés, también nombrado en la revista científica. En muchas localidades se pueden encontrar carteles en los que advierten del apagado total o parcial del alumbrado desde las 23 horas hasta las 6 horas de la mañana.
Como apunta, son las villes et villages étoilés, un conjunto de 12 000 pueblos y ciudades con un sello de calidad ambiental para recuperar la noche, para volver a admirar la Vía Láctea y para evitar la intromisión lumínica humana en los ecosistemas nocturnos. Y, sin embargo, comenta que "los estudios estadísticos y registros policiales demuestran que ni la delincuencia ha aumentado ni los talleres de reparación de coches hacen su agosto".
De hecho, la enorme cantidad de luz está teniendo otras consecuencias sobre nuestras vidas, más allá de las descritas sobre la salud humana y la de las especies y ecosistemas.
Antonia Varela Pérez analiza cómo los astrónomos profesionales y aficionados también se ven afectados por la contaminación lumínica. En gran parte proviene de las grandes constelaciones de satélites en órbita, así como del despliegue de iluminación LED que produce más luz azul que las tecnologías anteriores. Esto tiene un importante impacto económico tanto sobre los costosos observatorios -presentes en Australia, Chile, China, India, Sudáfrica, España, Rusia y Estados Unidos- como sobre el turismo.
El problema va más allá de la luz
Algo en lo que insiste la revisión publicada sobre contaminación lumínica es en que el problema no es tanto la luz, sino que en muchos casos sea inadecuada. Aunque no existe ninguna solución que sea la panacea, los autores explican que un enfoque pragmático puede ser mantener los niveles de luz por debajo de los niveles más bajos de iluminación de la luz de la Luna, que oscilan entre 0,05 y 0,1 lux.
Además, la composición de color de las fuentes de luz debe elegirse con cuidado, porque, por ejemplo, las luces blancas tienen un componente de luz azul muy alto y muy dañino.
Sin embargo, Miroslav Kocifaj y sus colegas escriben en un cuarto artículo que los investigadores necesitan mejores formas de medir y monitorear la luz artificial durante la noche para mejorar nuestra comprensión de las causas de la contaminación lumínica y desarrollar estrategias de mitigación. De hecho, argumentan que las prácticas actuales de recopilación de datos se ven afectadas por las condiciones meteorológicas, y que se podría extraer más información de ellas si esto se tuviera en cuenta.
Como resultado, otro de los artículos publicados por Martin Morgan-Taylor examina las regulaciones existentes sobre contaminación lumínica en varias jurisdicciones. Sugiere que una mejor comunicación de las emisiones de carbono y el desperdicio económico de la contaminación lumínica, junto con un énfasis en niveles seguros, pero no excesivos de iluminación exterior, podría convencer al público y a los usuarios comerciales de reducir la contaminación lumínica que generan.
Para los autores, un diseño cuidadoso, el uso apropiado de la tecnología y una regulación eficaz pueden garantizar que conservemos los beneficios de la luz artificial durante la noche y minimicemos sus efectos nocivos. Concluyen: "Si no lo hacemos, perderemos la poca oscuridad que queda".