Un despliegue de más de 400.000 ingenieros, técnicos y científicos. Tres hombres aislados de cualquier forma de vida terrestre durante 22 horas. Una retransmisión que reunió frente al televisor a 600 millones de personas. Y, aun así, bastó con que alguien levantara la mano para que medio siglo después sigamos cuestionando la veracidad de uno de los hitos más importantes de nuestra historia: la llegada del ser humano a la Luna.
Lo que para Bill Kaysing comenzó como una 'corazonada' que le iba acechando al observar los primeros pasos de Neil Armstrong, Michael Collins y Buzz Aldrin, pronto acabó convirtiéndose en toda una conspiranoia ideada por el escritor estadounidense.
We never went to the moon: America's Thirty Billion Dollar Swindle (1976) fue el título bajo el que el autor despertó un debate a escala mundial tras de las misiones del programa Apolo.
Un hombre sin ningún tipo de formación científica, pero que llegó a colaborar con Rocketdyne y observó, según defiende en su obra, las dificultades que presentaba el desarrollo de los motores del cohete Saturno V.
Entre sus argumentos podían encontrarse ideas como la de que la NASA carecía de los recursos necesarios para colocar a un hombre en la Luna. O que el accidente del transbordador Challenge, en el que murieron los tres astronautas que tripularían la primera nave en 1967, fue en realidad un asesinato para garantizar su silencio.
De ahí en adelante, la popularidad de Kaysing subió como la espuma, y, mientras este llegaba, incluso, a hacerse con supuestos informes que alertaban de las irregularidades del Centro Espacial Kennedy, otros escépticos se le sumaban con libros, documentales y bulos que negaban la evidencia.
En realidad, no se necesita una investigación demasiado exhaustiva para comprobar que estas afirmaciones no se sostienen por sí mismas. Tampoco llegaron a calar en la sociedad estadounidense entonces: dos encuestas realizadas en 1995 y 1999 revelaron que solo el 6% de la ciudadanía creía que aquel "pequeño paso para el hombre, pero gran avance para la humanidad" nunca llegó a ocurrir.
Física, cine y los primeros bulos
Con el cambio de siglo y la cada vez más mermada confianza de la sociedad en los gobiernos occidentales —recordemos el escándalo Watergate—, las teorías de conspiración lunares resurgieron con fuerza y con un nuevo blanco al que apuntar: los directores de cine.
En 2002, Stanley Kubrick estrenó Operación Luna, un falso documental en el que aseguraba que la NASA había contactado con él tras el rodaje de Una odisea en el espacio (2001). ¿El objetivo? Encargarle una producción similar para la misión del Apolo XI.
Incluso, llegó a conceder entrevistas ficticias en las que admitía haber grabado la llegada a la Luna, algo que, en un principio, no debería haber trascendido los límites de la comedia, pero que acabó formando un revuelo que todavía hoy perdura y que nos vemos obligados a desmontar en medios como este.
Atendamos a lo técnico. ¿Habría sido posible falsear los alunizajes con la tecnología disponible en aquel momento? Lo cierto es que "en 1969 era más lógico ir a la Luna que crear un montaje de televisión". Lo explica Eugenio Fernández Aguilar, licenciado en física y autor de La conspiración lunar, vaya timo (Laetoli, 2009), un libro que recopila y refuta las afirmaciones más descabelladas en torno a la conspiración lunar.
"Hoy lo vemos fácil con las IA, pero en aquella época los medios audiovisuales no eran los de ahora", comenta el divulgador. Sería imposible haber logrado un hito audiovisual de tal calibre, teniendo en cuenta que "el vacío no podía recrearse en un plató por aquel entonces, al igual que tampoco ocurría con la gravedad lunar".
El autor cuestiona con ENCLAVE ODS algunas de las hipótesis más conocidas. "La bandera no debería ondear, pero según estos teóricos de la conspiración sí que se ve en movimiento. Lo que estaba ocurriendo realmente es que la tela de la bandera estaba construida de tal manera que se le pudiese dar forma para que no cayese y no perdiera lustre".
Otra de las cuestiones más debatidas ha sido, desde entonces, la supuesta ausencia de estrellas. "El tiempo de exposición de las fotografías era corto, así que no daba tiempo a que la película recogiese la luz débil de estas, no tiene más", apunta Fernández Aguilar.
"La mayor prueba de que hemos estado en la Luna es que los soviéticos nunca pusieron objeción. Eran los mayores interesados en demostrar que era un bulo, pero ni se esforzaron porque sabían que aquello había ocurrido de verdad", añade, poniendo de relieve la cuestión política que, en realidad, mucho tiene que ver con que no hayamos vuelto a la Luna desde 1972.
"La visitamos siete veces, un total de 14 hombres anduvieron por el regolito lunar, pero no fue por motivos científicos... Estábamos en mitad de una guerra propagandística". Ahora, medio siglo más tarde, la batalla a librar es otra: la de las fake news y las conspiraciones virales. Algunas, tan excéntricas como la de que la Luna está hueca o que esta no existe y en realidad es un holograma, las recopila @stefaniehrs en su cuenta de TikTok.
Pese a que quienes creen en ellas son tan pocos como los argumentos que las sostienen, estas teorías ponen de relieve la necesidad de fortalecer la cultura científica. Para que la tecnología solamente nos ayude a avanzar y no a dar pasos hacia atrás en la historia. "La única forma de combatir los bulos es a través de la educación, la información y la divulgación científica. Una persona formada no se creerá jamás que la Tierra es plana, porque no analizará el mundo según sus creencias", concluye Fernández.