El azúcar está omnipresente en nuestras vidas. Echamos una cucharadita al café por la mañana, lo utilizamos para hornear nuestras galletas favoritas o simplemente lo tomamos con nuestro refresco favorito. Desde muy pequeños, los niños se acostumbran al sabor dulce y, muchas veces, se asocia a un premio. Por ejemplo, cuando los médicos regalan una piruleta a un pequeño por haberse portado bien en la consulta.
Pero, ¿realmente somos adictos al azúcar? Cada vez son más los estudios que consideran que sí. Por ejemplo, en 2007, una investigación realizada en ratas liderada por Magalie Lenoir, investigadora de la Universidad de Burdeos (Francia), mostró que estos animales preferían el azúcar por encima de la cocaína si les daban a elegir entre uno y otro.
“En la mayoría de los mamíferos, incluidas las ratas y los humanos, los receptores dulces evolucionaron en ambientes ancestrales pobres en azúcares y, por lo tanto, no están adaptados a altas concentraciones de sabores dulces”, señaló el estudio.
Por ello, con base en los resultados, los investigadores concluyeron que el azúcar generaría una “señal de recompensa supranormal en el cerebro”, lo que conduciría a anular los mecanismos de autocontrol y, por tanto, “conduce a la adicción”.
No obstante, no todos los científicos están de acuerdo con esta afirmación. Hisham Ziauddeen, psiquiatra de la Universidad de Cambridge, por ejemplo, considera esta afirmación como algo "absurdo". Para el investigador, los autores del estudio habían malinterpretado los resultados.
“Los estudios con roedores muestran que sólo se desarrollan conductas adictivas si se restringe a los animales a consumir [azúcar] durante dos horas al día. Si les permites tenerlo cuando lo deseen (que es realmente como lo consumimos), no muestran estos comportamientos similares a los de la adicción”, explicó a The Guardian.
Un producto omnipresente
A pesar de esta discrepancia, lo que sí que está claro es que consumimos demasiados azúcares refinados, algo que contribuye a la actual pandemia de obesidad que recorre casi todo el mundo. En España, por ejemplo, se consume una media de 111,2 gramos de azúcar al día, una cantidad que cuadruplica los 25 gramos que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), según datos del Colegio Oficial de Dietistas y Nutricionistas de la Comunitat Valenciana (CODiNuCoVa).
Para consumirlo, en realidad, no hace falta ser goloso. Los azúcares refinados han estado ausentes en la dieta de la mayoría de las personas hasta hace muy poco. El aumento, en este sentido, se debe principalmente a la aparición de los alimentos ultraprocesados. “En muchos de ellos, incluso se incorpora en grandes cantidades”, explica a EL ESPAÑOL Antonio Rodríguez Estrada, fundador del proyecto sinAzucar.org y autor del libro La vida es más dulce sin azúcar (Plataforma Editorial, 2022).
Y añade: “Eso hace que estemos consumiendo muchas veces azúcar sin saberlo. Hay productos en los que es bastante obvio, como en la bollería. Pero en otros no lo es tanto, como en algunas salsas o en las pizzas, que son productos que en principio no deberían contenerlo”.
Precisamente, su proyecto fotográfico, publicado en sinAzucar.org, trata de enseñar el azúcar libre que hay en muchos de los productos que consumimos habitualmente. Lo hace juntando el producto con los terrones de azúcar que contiene. Un bote de salsa de tomate frito pequeño, por ejemplo, puede llegar a contener diez terrones de azúcar.
Por qué nos gusta tanto lo dulce
Para muchas personas, comer algo dulce resulta extremadamente placentero. ¿Quién no ha escuchado aquello de que no hay nada mejor que el chocolate? Y es que comer el postre después de cenar o una chocolatina durante la jornada laboral son algunos de los caprichos que muchas personas se dan cada día.
“El placer que se siente al comer algo dulce se ve facilitado por los mismos sistemas bioquímicos del cerebro similares a la morfina que se cree que son la base de todas las actividades altamente gratificantes”, señala en un artículo Darra Goldstein, editora de The Oxford Companion to Sugar and Sweets.
Otro factor clave es que “da un chute de energía”, añade Patricia Nevot, dietista-nutricionista del Centro de Nutrición Júlia Farré de Barcelona. Según señala, consumimos azúcar en diferentes momentos de nuestras vidas: “Lo tomamos cuando tenemos ansiedad, nervios o incluso cuando tenemos mucha hambre para que nos dé un subidón de energía y para darnos un placer a nivel gustativo”.
“Así, para el próximo día, si buscas sentirte mejor, es probable que vuelvas a buscar ese efecto. Este punto de adicción viene desde las sensaciones que nos está produciendo y el motivo por el que muchas veces comemos este tipo de alimentos”, explica Nevot.
Por otro lado, recuerda la dietista-nutricionista, el consumir productos con azúcares añadidos nos ha hecho aumentar el umbral del sabor. Esto es, los azúcares naturales ya no nos sacian. “No nos vale el dulzor de una fruta, que es el que tendría que ser el natural”, indica. “Cada vez necesitamos más azúcar para saciar nuestro paladar”.
El gran problema de esta 'adicción' es que el placer de lo dulce no sale gratis. El consumo desmedido del azúcar, según han demostrado ya numerosos estudios científicos, está asociado con diversas enfermedades que van desde la obesidad o la diabetes a enfermedades cardiovasculares y caries dentales.
Medidas anti-azúcar
No son pocos los países que han decidido limitar el consumo de azúcar en la población a partir de políticas desde el Estado. La OMS, en este sentido, recomienda a todos los países a aplicar impuestos a las bebidas azucaradas para reducir el consumo de estos productos. España, por ejemplo, aumentó el año pasado el IVA de las bebidas azucaradas y edulcoradas del 10 al 21%.
Otros países, en cambio, han decidido ir más allá de los impuestos. Chile fue uno de los países pioneros al adoptar la ley más restrictiva del mundo contra el azúcar.En vez de poner impuestos a los productos azucarados, el país sudamericano optó por unas medidas mucho más drásticas.
Por un lado, se impuso un sistema de etiquetado que advierte al consumidor de los peligros de la comida ultraprocesada y las bebidas azucaradas. En la parte frontal de los envases, los fabricantes se vieron obligados a añadir unos enormes octágonos negros para alertar al consumidor de los altos niveles de azúcar, grasas saturadas, sal o calorías.
Otra medida fue prohibir los dibujos en las cajas de cereales para hacer menos atractivos ese tipo de alimentos para los niños. En cambio, los envases pasaron a ser simples y, además, con grandes etiquetas para alertar de los altos niveles de azúcar. En definitiva, un producto poco atractivo a los ojos de los niños.
La ley parece que tuvo éxito. Según las autoridades chilenas, seis meses después de que entrara en vigor esta medida, la venta de cereales azucarados disminuyó un promedio de un 14%, tal y como informó El Comercio.
Un informe realizado tres años después, en 2019, por la Universidad de Chile, la Universidad Diego Portales y la Universidad de Carolina del Norte de EEUU, descubrió que, desde la aplicación de la medida, el contenido promedio de azúcares en las bebidas azucaradas, lácteos y cereales de desayuno de mayor venta se había rebajado considerablemente (entre un 20 y un 35% del contenido original).
Además, según el mismo estudio, las madres de preescolares y adolescentes (las decisoras de compras) comenzaron a valorar más los ingredientes que pudieran contener estos alimentos gracias a los octógonos. El éxito de esta medida ha hecho que varios países latinoamericanos como Perú, Uruguay o México hayan decidido adoptar el mismo sistema para alertar a sus ciudadanos del riesgo de consumir este tipo de alimentos.
En Europa, en cambio, no se ha sido tan valiente como en otros lugares del mundo. “Todavía se está debatiendo el sistema”, explica Rodríguez. En el caso de España —que debe ajustarse a la normativa europea—, el sistema que por el momento se ha escogido es el de Nutriscore, que los fabricantes pueden poner voluntariamente en sus envases. Este sistema de etiquetado nutricional funciona básicamente como un semáforo de cinco colores y letras, en el que A es el más saludable (de color verde oscuro) y E la menos saludable (de color rojo).
Sin embargo, este sistema no convence nada al fundador de sinAzucar.org, ya que considera que es fácilmente manipulable. “Por ejemplo, si añades fibra a un producto, esto hace que automáticamente mejore la puntuación, de tal forma que unos cereales con mucho azúcar pueden tener la letra A verde, que se puede asociar como saludable. Pero lo han conseguido a base de añadir fibra, no a base de reducir azúcar”, concluye.