Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 314 millones de personas viven con algún tipo de discapacidad visual y el 90% lo hace en países en desarrollo. En lo clínico, la mayoría de estas patologías son tratables y no suponen una limitación grave en la vida de quienes las padecen. Pero la práctica, para buena parte de la población mundial, y en particular, para muchos países del África central, no resulta tan optimista.
La Constitución de la OMS establece que el acceso a una atención sanitaria asequible y de calidad es derecho fundamental de todo ser humano, lo que compele a los gobiernos a crear las condiciones necesarias para garantizar el bienestar de su población. El continente africano sufre el 25% de la carga global de enfermedades, pero, pese a ello, en países como Malaui apenas cuentan con 1.4 oftalmólogos por cada millón de habitantes, según datos publicados por la World Health Organization en 2018.
La falta de recursos, los retos para su distribución en zonas rurales y la prevalencia de enfermedades contagiosas como la oncocercosis —también denominada 'ceguera del río'— son algunos de los factores que hacen que en estos países se concentre la mayor tasa de discapacidad visual del mundo. La primera causa de ceguera, tanto a nivel global como en la región subsahariana, es la catarata.
En España, este proceso gradual de opacificación del cristalino es una manifestación natural del envejecimiento poblacional, pero en países como Kenia o Nigeria, en los que la Fundación Elena Barraquer ha organizado algunas de sus expediciones médicas, la malnutrición y la falta de protección ante la exposición continua a los rayos UV también son factores de peso que hacen crecer la estadística.
El doctor Gonzalo Bernabéu es uno de los sanitarios que han viajado este año junto a la Fundación hasta Kinsasa, capital de República Democrática del Congo (RDC). El especialista en cirugía refractiva, al frente del HM Eye Center de Madrid y el servicio de oftalmología de los hospitales universitarios HM Madrid y HM Montepríncipe, narra su experiencia como voluntario en estas misiones y explica cómo se procede al despliegue del equipo en países en vías de desarrollo.
Montar quirófanos de cero
"Solemos acudir a regiones en las que la infraestructura es prácticamente nula; nosotros lo llevamos todo, desde pijamas, colirios y gasas hasta los microscopios y todos los aparatos necesarios para operar", explica. Los voluntarios se costean el viaje ellos mismos, asegura, y, una vez en tierra, "el lugar donde dormir y los recursos los conseguimos a través de la Fundación y sus patrocinadores".
Solamente necesitan "cuatro paredes" y, sobre todo, "rapidez" para trabajar. "Todos los cirujanos que vamos a operar allí tenemos que ser muy ágiles, porque hay que sacar adelante el mayor número de intervenciones posible. Al día, podíamos llegar a operar a más de 50 pacientes", asegura Bernabéu en su conversación con ENCLAVE ODS.
Además de sanitarios, el grupo de voluntarios también puede estar formado por otras personas, desde ingenieros a vecinos sin formación, que "tengan ganas de trabajar y de crear un equipo con objetivos comunes", explica el especialista, quien principios de este año viajó a Dakar (Senegal) y en su agenda trata de ubicar un hueco para realizar estas misiones "al menos una vez al año".
El pasado mes de octubre, colaboró a través de la Fundación con el hospital Monkole, en Kinsasa. El centro abrió sus puertas en la capital congoleña en 1991, en un barrio en el que vivir en una situación distinta a la de pobreza extrema es más una excepción que una norma. Hoy, sus instalaciones dan asistencia a centenares de personas al día y sirven como espacio donde desplegar estos quirófanos temporales.
Las operaciones, explica Bernabéu, "se hacen a través de contactos con otras organizaciones, con los gobiernos, a los que indicamos lo que tenemos que llevar; aunque luego hay países más complejos en los que no es tan fácil y vas como puedes", expone.
La utopía de la autosuficiencia
"Estar ciego en África supone no trabajar, no poder dar de comer a una familia, que un niño tenga que quedarse cuidando del ciego y, por ello, sin ir al colegio", reflexiona Gonzalo Bernabéu. Asegura que la gravedad de las carencias asistenciales con las que viven en las regiones del África central son "imposibles de imaginar hasta que uno va allí y las ve con sus propios ojos. Para mí es muy frustrante hacer el cambio de continente y ver cómo la vida a 5.000 kilómetros de distancia puede ser tan diferente".
El cirujano, uno de los más reputados en su especialidad nacionalmente, lamenta que "en determinados países, aun con dinero, no se accede a una medicina de calidad por la falta de medios". No se equivoca. África importa el 94% de sus medicamentos, y con el equipamiento de los hospitales ocurre más de lo mismo.
Ya en 2020, la pandemia y el consecuente bloqueo en la cadena de suministro en países como RCD pusieron sobre relieve la crisis de las infraestructuras y la dependencia de productos médicos procedentes del exterior que existen en África. "Aunque les dejáramos los aparatos para operar, el problema estaría en el acceso a los fungibles, que vienen de empresas que no tienen suministro aquí", lamenta Bernabéu.
"No podemos jugarnos la vida"
Al margen de lo técnico, el voluntario destaca la capacidad y el talento sanitario que hay en África —"Monkole, sin ir más lejos, tiene un centro de formación de enfermería muy bueno"— pero también alerta de que las condiciones en las que trabajan los profesionales de la sanidad están, en muchos casos, lejos de ser las deseadas.
En la República Democrática del Congo, país que en los últimos siglos ha sido el escenario de crisis políticas, económicas y sociales, los trabajadores humanitarios corren el riesgo de convertirse en el blanco de ataques, sobre todo en las provincias del este, según un informe de Amnistía Internacional de 2022. Estas son las regiones más afectadas por el conflicto armado y también las que más cooperación reclaman actualmente.
Gonzalo Bernabéu explica que en las expediciones que realizan siempre se cuenta "con un contacto interno, porque muchas veces se hacen en países en los que suele haber cierta inseguridad. Nosotros vamos a ayudar, pero tampoco podemos jugarnos la vida", insiste el especialista al respecto.
[Estos son los 15 cooperantes españoles asesinados en misiones desde 1990]
Operar contra reloj
Una vez en quirófano, asegura, la carga de trabajo es mayúscula: "Son trece horas operando sin parar y en una posición muy incómoda, porque, bueno, no son las mismas instalaciones que tenemos en España". Se trata de un trabajo "agotador para el cuerpo, pero que en lo psicológico también da un refuerzo constante" cuando los pacientes comparten su alegría con los médicos y voluntarios.
En la conversación con este periódico, recuerda el caso de una mujer joven ciega desde hacía veinte años a la que intervinieron en Kinsasa: "Cuando la operamos se alegró muchísimo y se levantó rápidamente, tanto que casi se marea al principio; lo que más quería y lo primero que hizo al salir del quirófano fue buscar a su marido. Iba a verle el rostro por primera vez".
El doctor Bernabéu, portador de todos estos recuerdos que han cruzado un continente junto a él en su regreso a España, asegura que no tardará mucho en volver a hacer las maletas para viajar con la fundación Elena Barraquer al corazón del continente africano, porque, asegura, "es una experiencia realmente enriquecedora para cualquiera que quiera vivirla".