El pasado septiembre los niños y las niñas que nacieron en 2020 llegaron a la escuela infantil. Ya con los tres años cumplidos o a punto, quienes no hubiesen pisado una guardería se enfrentaban por primera vez a la socialización con sus iguales.
Y las maestras, las psicólogas e incluso algunos estudios de expertos han coincidido en un diagnóstico: son más inmaduros, apegados a sus progenitores, con problemas de lenguaje y de apego. La buena noticia es que no es ninguna catástrofe, sino una consecuencia lógica del confinamiento a tan corta edad, y que precisamente por eso, corregirlo será más fácil.
Son conclusiones mezcla de observación a ojo y los pocos y primeros informes que van publicándose. En 2022, la Asociación de Pediatría de Atención Primaria de Baleares (Apapib) ya advirtió de que los niños y niñas de corta edad que habían vivido la etapa del confinamiento, no necesariamente nacidos en 2020 pero sí un año o dos antes, estaban aprendiendo a hablar un poco más tarde y con menos soltura de lo habitual.
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Teresa y Carmen, dos maestras de infantil del sistema público andaluz de municipios diferentes y que tienen este año cursos de 3 años, coinciden en ver una pauta al ser consultadas por EL ESPAÑOL. “Estos niños y niñas en general son más inmaduros y presentan problemas con el lenguaje, sobre todo en expresión oral. Los primeros años suelen ser cruciales en ese sentido, así que tampoco es inesperado ni raro: nacer en el confinamiento repercutió de forma directa en sus vivencias”, explica Teresa. “De todas formas la infancia es una etapa con una capacidad brutal de adaptación y eso irá cambiando”, añade.
“Se nota que es algo generalizado, no que dependa de unos padres u otros”, añade Carmen. “Los alumnos que han entrado al colegio este año, en general, tienen muchas características en común: poco socializados, sobreprotegidos, muy apegados a sus madres, caprichosos, con bajo nivel de frustración, poca autonomía y dificultades en la pronunciación. En casi todos los colegios con los que hablo han tenido un proceso de adaptación difícil”.
El año pasado se realizó otro estudio llevado a cabo desde el sistema de salud pública de Irlanda, ya directamente sobre los hijos de la pandemia en el que se comparaban hitos de desarrollo de anteriores generaciones y las suyas. Las conclusiones fueron que los bebés nacidos durante el aislamiento tuvieron una serie de déficits en la comunicación social: no sabían expresar palabras significativas para comunicarse o señalar o despedirse agitando la mano a los 12 meses de edad.
Las razones no eran demasiado rebuscadas: “En las fases tempranas de la pandemia perdieron la oportunidad de encontrarse con un círculo social normal de personas fuera del entorno familiar directo de la casa”. La pediatra española María Jesús Esparza fue una de las revisoras de este estudio e indica a ENCLAVE ODS que “este tema me recuerda a lo que ocurre cuando a los bebés se les tiene en andador o tacatá, algo nada recomendable".
Esos niños, explica, "empiezan a caminar más tarde y se les ha limitado la posibilidad de explorar el suelo, etcétera. Pero todo ello se recupera y desaparece, igualándose con los niños que no han usado andador. La plasticidad neurológica de los niños pequeños es muy grande, y puede compensar estos déficits si su entorno se recupera".
Esparza señala, además, que el estudio se realizó cuando esos niños, la mayoría de familias de Cork, en Irlanda, tenían apenas un año, “y sería de gran interés que se repitiera cuando tengan dos años”. La experta considera que “en situaciones de aislamiento social, sería aconsejable informar a los padres de que es de suma importancia estimular el desarrollo del bebé hablándole, mirándole directamente, variando en lo posible el entorno en el que se encuentran para estimular su iniciativa y curiosidad, para compensar en lo posible la falta de estímulo social”.
También hay expertas que creen que el confinamiento no ha hecho, sino acelerar tendencias que venían de antes, como en tantos otros aspectos la vida actual. Sylvie Pérez Lima, psicopedagoga del Departament d’Educació de la Generalitat de Cataluña y profesora en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), explica que “la pandemia lo que ha hecho es multiplicar y hacer más visibles procesos que venían de antes y que se intuían en el día a día". Dice, además, que "seguramente son generacionales y tienen que ver con pautas de crianza, entorno social y cierta dualidad extrema que no estamos encontrando a veces en los progenitores: o niños excesivamente protegidos o excesivamente dejados”.
La investigadora y docente quiere dejar claro que “no es un discurso contra las pantallas, sino constatar una realidad sobre su uso". Porque, dice, "en algunos casos se tendrían que haber creado vínculos mejores con los niños porque los progenitores han pasado más tiempo en casa. Pero en realidad eran padres y madres que estaban teletrabajando o enfermos o pendientes de un familiar enfermo, y en cualquier caso sometidos a una situación de estrés. Pero el componente de delegar en las pantallas el cuidado o la crianza está ahí”.
No se trata de culpabilizar a los padres y madres “porque son situaciones que han pasado, era un contexto. ¿Cómo vas a crear unos vínculos de confianza, seguridad y estabilidad con un bebé si tú mismo o misma no te sentías confiado, seguro y estable?”, dice.
Pero, añade: “Hay que tener en cuenta que el confinamiento sólo multiplicó prácticas que ya veíamos antes y que inciden en la adquisición del lenguaje, como gente que les pone el cuento en un vídeo de internet en lugar de contárselo ellos, o maestras con la canción de buenos días. A edades tan cortas, lo importante no es ni el cuento ni la canción, es que lo cuente la madre o el padre o lo cante el maestro o maestra. Lo importante es la vibración de la voz, los gestos de la boca, con los que el niño aprende a construir su lenguaje”.
También considera normal que se haya dado esa sobreprotección. "Tener un bebé en el momento de la pandemia, ir al hospital a dar a luz, todo el proceso, es una experiencia terrorífica". Y en estos pocos meses “se ha visto que la falta de autonomía, como el control de esfínteres, desayunar solos o ponerse y quitarse el abrigo, se corrige rápido, igual que la falta de socialización”, continúa Pérez Lima.
Y zanja que estos niños y niñas “se han tirado tantos meses sin tener interacción más que con personas de alta confianza, como padres o hermanos, que no han necesitado un esfuerzo de relacionarse, y por eso nos hemos encontrado niños con más miedo en este sentido, pero es cuestión de tiempo”.
Igual que Esparza lo comparaba con el andador, Pérez Lima recuerda que el primer año de guardería “siempre es el que los niños se ponen más enfermos, porque hasta entonces no habían estado tan expuestos". Que en algunas CCAA se haya instaurado la gratuidad de las guarderías con dos años ha acelerado ese proceso, dice, aunque recuerda que no es "la solución mágica".
Y concluye: "Además, los bebés se ponen malitos igual que nosotros, los adultos, que estamos más enfermos tras tanto tiempo aislados. Pues con otros efectos lo mismo: si el trauma aún nos remueve a los adultos, ¿cómo no va a afectar a los más pequeños?".