Bishop es (o, más bien, era) una de las pocas ballenas de los vascos (Eubalaena glacialis) que quedan en el mundo. Cuando apenas tenía 1 año, allá en 2015, un grupo de científicos estadounidense la identificó y etiquetó con un trasmisor satelital a su paso por Florida. Desde entonces, han seguido su peligroso periplo por el Atlántico norte.
Gracias a este minucioso monitoreado, la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) ha podido analizar los desafíos a los que se enfrentan las también conocidas como ballenas francas glaciales. Y, sobre todo, responder a una pregunta clave: por qué su población está cayendo en picado.
En la actualidad, este cetáceo está catalogado en la lista roja de las especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como 'en peligro crítico'. Y es que, aseguran, habría entre 200 y 250 individuos viviendo entre América del Norte y las costas europeas.
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Cifra que, sin embargo, queda lejos de las 356 que se llegaron a contabilizar en 2022. Aunque aún más lejano se encuentran los 481 ejemplares que se llegaron a registrar en 2011. Allá en 1935, las ballenas de los vascos estuvieron a punto de desaparecer por completo (sobrevivieron apenas un centenar), pero su salvación llegó con la prohibición de la caza de cetáceos.
Desde aquel año, su población fue aumentando tímidamente… hasta hace una década. En aquel momento, esta tendencia comenzó a revertise y la población de esta ballena empezó a caer en picado. En la actualidad, tal y como indica la NOAA, se pierden cerca de 10 ejemplares al año.
Podría decirse que para estos animales vivir cerca de los seres humanos se ha convertido en su propio infierno que les aboca a la extinción. El cambio climático, apuntan desde NOAA, tiene buena parte de culpa del descenso de la población de ballenas de los vascos. Aunque otro culpable son las embarcaciones humanas, contra las que chocan estos animales, provocándoles traumatismos.
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Con las temperaturas oceánicas en aumento, explica la entidad en el Washington Post, las ballenas se mueven a zonas en las que no hay controles de velocidad para las embarcaciones. Ahí es donde están, ahora, sus "presas". Y también donde se encuentran barcos recreativos cada vez más numerosos y rápidos.
Asimismo, recuerdan en el medio estadounidense, los choques contra embarcaciones no son el único peligro directo al que se enfrentan las ballenas francas glaciales. Las redes de los pescadores, que se despliegan en las profundidades marinas, para atrapar langostas y cangrejos, tienen a estos animales en jaque. Los cetáceos se enredan en ellas y, en ocasiones, les va la vida en ello.
La triste historia de Bishop
Para ilustrar la vida y precoz muerte de las ballenas de los vascos, el Washington Post relata la vida de Bishop, ese ejemplar con el que se arrancan estas líneas, y su familia. Como ya se ha mencionado, en enero de 2015, un grupo de científicos 'marcan' a esta ballena con un rastreador satelital. Pronto, el animal se embarcó en su migración invernal rumbo al norte.
En ese camino hacia aguas más frías, se topó con cientos de navíos a alta velocidad, entre los que había pesqueros, barcos de mercancías y de recreo. Todo su periplo por la costa estadounidense mostró cómo el cetáceo se pasó días, incluso semanas, nadando junto a centenares de embarcaciones que pusieron en riesgo su vida. Y es que este tipo de ballenas se sumerge durante minutos, pero se pasa la mayor parte del tiempo nadando en la superficie.
En 2017 se realizó el último avistamiento de este cetáceo. Ahora, no se sabe si está vivo o muerto, pero los científicos no tienen muchas esperanzas. La ruta migratoria de estas ballenas las hace vulnerables a sufrir accidentes y perder la vida. Bishop es solo un ejemplo, como lo es su árbol genealógico.
Explican en el Washington Post que Insignia, la madre de Bishop, quedó atrapada al menos tres veces en redes pesqueras a lo largo de su vida. La última vez que se supo de ella fue en 2015. Su abuela, Slalom, ha sobrevivido a al menos 6 enredos.
La matriarca del 'clan' de Bishop, su bisabuela Wart, fue avistada por última vez en 2014 y se cree que está muerta. Ella, explican en el medio estadounidense, es el claro ejemplo del peligro que supone la muerte de una hembra de ballena franca glacial para toda la especie: su descendencia cuenta con al menos 31 cetáceos conocidos. Sin duda, la muerte prematura de una hembra puede hacer que toda la población 'tiemble'.
Ballenas vascas en España
La ballena franca, explican en una publicación de la Secretaría de Estado de Medio Ambiente del Ministerio de Transición Ecológica y Reto Demográfico (Miteco), "era común a ambos lados del Atlántico Norte" y llegaban a avistarse en las Bahamas, Canadá, Islandia o Noruega. Hay registros, incluso, de su caza en el golfo de Vizcaya en el siglo XI.
Su desaparición del Cantábrico, aseguran desde el Miteco, viene marcada por la intensa captura de este animal. Es más, su sobrenombre es ballena de los vascos porque entre los siglos XVI y XIX era la preferida entre los balleneros con amarre en puertos de Euskadi. Eso sí, fue en el siglo XVIII cuando el descenso en esta zona fue notable.
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Debido a este pasado, actualmente "no existe una población estable en el Atlántico nororiental y los animales observados en las últimas décadas podrían proceder del oeste del Atlántico", insisten en el documento. A pesar de ello, hubo varios avistamientos entre los años 60 y los 90 del siglo pasado. Son especialmente reseñables los sucedidos en Estaca de Bares (A Coruña, 1993), Cabo San Vicente (Portugal, 1995) y Canarias (La Gomera y Tenerife, 1995).
El plan para recuperarlas
Según el documento del Miteco, la ballena de los vascos están consideradas "extintas" en el lado europeo del Atlántico. Por eso, el mayor afán para recuperar esta especie está en el Nuevo Continente más que en el Viejo.
Desde NOAA alertan de que, en la actualidad, hay menos de 70 hembras en edad reproductiva en todo el Atlántico norte. Esto, junto al evento de mortalidad inusual que llevan sufriendo desde 2017 estos cetáceos, ha llevado a la entidad estadounidense a crear un plan de acción para la recuperación de la especie.
Este consiste en reducir las colisiones entre barcos y ballenas y los enredos en las redes de pesca. Todo a través de campañas de concienciación, especialmente con patronos de barco y pescadores, e incidencia política para que se modifiquen las normativas de navegación.
Además, desde NOAA puntualizan que las amenazas de las ballenas pueden variar con el paso del tiempo, la evolución de las actividades humanas y el cambio climático. Por tanto, su labor consiste en detectar los posibles nuevos peligros para ponerles freno antes de que lleguen. Asimismo, dentro de su plan de recuperación está también la observación de la salud y de la conservación de esta especie en peligro.