Hay lugares en medio de la nada donde los aviones esperan su turno para morir en el desguace. El mayor cementerio aeronáutico del mundo, como lo bautiza desde hace años la prensa internacional, es la base de la Fuerza Aérea de Estados Unidos Davis-Monthan, a algo menos de dos horas en coche desde Phoenix (Arizona). Muchas de las 4.000 aeronaves que hoy descansan sobre ese paraje lo hacen porque ya ha terminado su vida útil y se han convertido en gigantescos residuos. La pregunta es, ¿y ahora qué se hace con ellos?
Dentro de esas estructuras que surcan los cielos hay una variedad de materiales, desde el aluminio y los plásticos a las fibras de carbono, pasando por los textiles de los asientos. Unos son simples y otros compuestos; incluso también están los que carecen de una fórmula de reciclaje adecuada. Actualmente, se estima que entre el 80 y el 85% de los aviones se puede recuperar, pero la industria es ambiciosa y quiere avanzar hasta el 100%. Aquí ha encontrado el escenario idóneo una empresa tecnológica nacida como spin-off del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC): EvoEnzyme. Su misión es comercializar y diseñar enzimas customizadas.
Proteínas a la carta, en pocas palabras. Proteínas que están en la naturaleza, pero ellos dirigen su evolución en tiempo récord "emulando la evolución natural de Darwin a escala de laboratorio", cuenta su CEO, María Urbano (Madrid), porque "para poder utilizarlas a nivel industrial es necesario modificarlas genéticamente". En este sentido, la empresa utiliza una tecnología que "somete las enzimas a determinadas condiciones; aquellas que resisten pasan a un nuevo ciclo, y así hasta que nacen unas mucho más robustas que pueden aplicarse" a un amplio abanico de ámbitos, desde el medioambiental a la industria cosmética.
"Conseguimos en meses o incluso semanas de trabajo lo que normalmente tendría lugar en millones de años", explica a este periódico en el marco de Mujeres emprendedoras en transición ecológica, evento organizado el pasado 8 de mayo por la Fundación Repsol para visibilizar negocios exitosos en materia de sostenibilidad liderados por ellas. EvoEnzyme tiene a Urbano en la dirección ejecutiva. Su tecnología 'estrella' se inspira en el trabajo de la Nobel de Química Frances Arnold, premiada en 2018 por sus esfuerzos desde 1993 por aprovechar el poder de estas moléculas para proporcionar beneficios a la humanidad.
Arnold fue mentora de Miguel Alcalde, fundador del proyecto y del grupo que lleva su nombre en el Instituto de Catálisis y Petroleoquímica de Madrid. Este consiguió "uno de sus primeros proyectos" tras el desastre del Prestige —el derrame de petróleo en Galicia provocado por el hundimiento del buque homónimo en 2002—. "Aplicaron las enzimas para que se comieran el chapapote", recuerda su compañera. Esto, la limpieza de las aguas, "es uno de los múltiples usos que pueden tener estas proteínas en el medio ambiente", ejemplifica.
También tienen su nicho en la industria farmacéutica: "Pueden emplearse para desarrollar nuevos medicamentos con métodos de producción más sostenibles, porque la alternativa está en otros catalizadores químicos altamente contaminantes y en algunos casos no tan eficientes", apunta al respecto. "Hay grandes farmas que nos contactan, o bien porque buscan la enzima para un determinado proceso, o bien porque ellas mismas tienen una, pero quieren evolucionarla para que sea más potente".
Asimismo, la start-up ha creado una venda inteligente que "envía la información sobre la herida para que el aparato suministre una cantidad determinada de tratamiento en función de cómo se encuentre". Actualmente coordinan la primera venta. "La idea es que el proyecto continúe y se pueda implementar posteriormente a nivel hospitalario. De hecho, en esta primera fase de estudio se están recogiendo los datos de todos los entes, regulatorios, de la medicina y fabricantes, para empezar a desarrollar el primer prototipo".
En el radar de los 'grandes'
La cartera de clientes de EvoEnzyme se distribuye fundamentalmente entre Europa y en Estados Unidos. En España, al margen de este ámbito, trabajan con el apoyo de 'gigantes' como Repsol en la degradación y valorización de los plásticos.
Esta última aplicación es prioritaria para la start-up, que en 2020 pasó a formar parte del proyecto Bizente, coordinado por Aitiip Centro Tecnológico con la participación de la Universidad de Cádiz. Este continúa desarrollando una tecnología pionera capaz de biodegradar con enzimas compuestos termoestables que hasta ahora no eran reciclables. Su objetivo es reducir en un 40% las emisiones generadas por estos, dándoles una segunda vida para que no acaben acumulados en vertederos.
Bizente, con una duración estimada de 48 meses (2020-2024), es un proyecto pionero financiado por la Unión Europea en el marco de la Iniciativa Horizonte 2020. Los polímeros que pueden ser degradados por las enzimas con las que trabajan son principalmente "las resinas epoxi, el viniléster y el poliéster", tres resinas termoestables que no han sido abordadas anteriormente en la cadena de valor del plástico. Teniendo en cuenta que el mundo genera cada año unas 430.000 toneladas de residuos compuestos, la tecnología podría descomponer al menos el 27% del total de estos.
Además, al sustituir la incineración por la biodegradación, el impacto se reflejará también en una reducción de las emisiones de CO2 liberadas durante el proceso. Una “alternativa revolucionaria que responde a los retos de economía circular y sostenibilidad a los que se enfrenta Europa”, explican sobre desde la Universidad de Cádiz sobre el proyecto. EvoEnzyme participa en él con otras nueve empresas.
Pero eso no es todo: su tecnología ha llegado hasta la Comunidad de Madrid, que ha contado con ellos para crear un hub de innovación tecnológica para el desarrollo de combustibles menos contaminantes destinados a la aviación, lo que podría suponer una reducción de emisiones de CO2 superior al 90% en el caso de los producidos a partir de residuos, y hasta del 100% si se trata de productos sintéticos.