La gente dice que no usará el transporte público, reducirá el consumo de carne o reciclará si al final las grandes empresas van a seguir haciendo lo mismo de siempre. Pero el mejor activismo se hace con la cartera. Financiando proyectos éticos en línea con valores morales y ayudando a planes que valen la pena que puedan despegar.

En los últimos años, ayudado por los avances de la tecnología, ha nacido el crowdfunding —o micromecenazgo— como sistema de financiación habitual. Pequeñas empresas y proyectos buscan el apoyo económico de particulares. Son proyectos que trascienden la especulación financiera e intentan tener, además, un impacto positivo. No todo es ganar dinero. A este tren se suman todo tipo de ideas, hasta las más esperpénticas, que buscan apoyo, como la campaña que consiguió replicar Moby Dick con emoticonos.

Luego están los que se preocupan que su dinero además sirva para algo. La plataforma Goparity se compromete a que todos los proyectos en su web se encuadren dentro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS); algunos de energías renovables, otros de transporte comunitario o de alimentación. Esta empresa nació en Portugal, ha abierto una oficina en España y tiene proyectos en una veintena de países. Nuno Brito, su fundador y CEO, pone como ejemplo el proyecto de una comunidad energética al que han podido ampliar el objetivo una vez que llegaron a la cantidad que pusieron en primer lugar.

[Más allá del beneficio económico: por qué los inversores se fijan cada vez más en los criterios ESG]

Comunidad Solar es uno de los proyectos que busca financiación para ampliar a través de Goparity. Empezó una campaña de crowdfunding para instalar una granja fotovoltaica en Murcia. La empresa quiere comprar la totalidad de un parque solar, del que ya es propietario del 49,9%. Los particulares que se sumen a la comunidad, tendrán acceso a la electricidad a coste 0, durante 30 años, suministrada por Comercializadora Eléctrica, una compañía eléctrica propiedad de Comunidad Solar. Esto ayuda a la descentralización e independencia energética.

Goparity no se centra sólo en empresas energéticas, aunque es su mayor activo. También tienen otros proyectos como uno de movilidad compartida en Kenia, otro de agricultura regenerativa en República Dominicana y otro en Indonesia, con el que hacen pozos alimentados con energía solar.

En cuanto a Comunidad Solar, “su logro ha sido superar el reglamento y que permitan conectarse a todo el mundo, y no sea necesario estar en un radio de 2 km”, dice Brito. Ahora dan la misma posibilidad a todos los usuarios “en remoto”. Empezaron con un objetivo de 600.000 euros y lo ampliaron a 800.000. Y lo alcanzaron. 

Estas plataformas de finanzas se basan en la tecnología; lo que llaman fintech. Es una forma de democratizar el mundo de las inversiones y alejarlas del sector bancario tradicional, que concentra el poder económico cada vez en menos manos, como se ha visto con la reciente OPA hostil del BBVA al Banco Sabadell. “Al final esa es un poco la belleza del mundo fintech, que hemos sido capaces de deconstruir lo que antiguamente era una oferta totalmente integrada en un banco: los préstamos para la casa, los seguros, los ahorros…”, dice Brito.

Comunidad Solar quiere comprar una parque solar a través de crowdfunding. Goparity

Aun así, todo tiene su contingencia, dice este empresario. Los proyectores tienen una rentabilidad de entre el 5% y el 7% en función a un análisis de riesgo hecho previamente por Goparity. “Al final esto es un instrumento de capital de riesgo”, recuerda Brito. Y añade: “Si la empresa en la que has invertido no va bien, pues te puede retrasar los pagos o al final puede incluso cerrar. Por eso tenemos una garantía sobre los equipamientos comprados con el préstamo”.

Banca sostenible

El crowdfunding, dice Brito, es un sistema rápido y flexible para buscar financiación. Pero aún quedan los bancos, y estos son, al fin y al cabo, grandes motores de la economía y los que financian las grandes empresas. Aun así, hay algunos que intentan tener un impacto positivo con los activos financieros con los que cuentan. El ejemplo más extendido es el Banco Triodos. 



2023 fue un año excepcionalmente bueno para las entidades bancarias. La situación geopolítica internacional les benefició, dándoles un saldo positivo de miles de millones. Mientras que Santander y BBVA, los más grandes de España, consiguieron 11.076 millones y 8.000 millones respectivamente, Triodos España consiguió 10,9 millones. Pero a cambio financiaron los proyectos que entraban dentro de su código de valores.

[500 euros de ahorro al año en la factura de la luz: la ‘revolución’ energética de un pueblo de Gipuzkoa]

Desde Triodos explican que buscan ideas con propósito: "Elegimos respaldar a empresas transformadoras de la economía real porque creemos en su capacidad para generar un cambio positivo y duradero en el mundo, alineando los valores financieros con los valores éticos y medioambientales".

Es evidente que el beneficio neto es menor, pero a la vez el impacto no económico es inversamente proporcional. Aunque no es lo mismo, la sostenibilidad y los valores no son incompatibles con la rentabilidad económica. A un nivel más alejado de la voracidad por beneficios que abunda en los mercados de valores, Triodos es la prueba de ello. Se pueden complementar en la búsqueda de un crecimiento sostenible y equitativo a largo plazo. 

Sin daño colateral

Aunque hecha la norma, hecha la trampa, las inversiones tienen control por parte de instituciones y organismos. En el mundo de las finanzas, los proyectos están sujetos a la taxonomía y los ratings ASG (Ambientales, Sociales y Gobernanza). Esto no se refiere a cuanto contamina o no, sino a la transparencia y las buenas prácticas. Por ejemplo, una petrolera puede contaminar mucho, pero mientras tenga un plan de inversión transparente, una auditoría constante, la susodicha tendrá una buena marca para buscar financiación en los mercados. 

Otro concepto que cada vez tiene un mayor peso es el de que no haya un daño colateral; do not significant harm (DNSH). Con este valor, se intenta que no dañe un valor ambiental en favor de otro. Ana Rodríguez, consultora de la escuela de finanzas AFI, explica que se intenta reducir los otros impactos que tenga: "Nos interesa saber los impactos, pero también queremos saber cómo se desarrolla esa actividad para no seguir generando efectos a futuro y, en otros objetivos ambientales, otros impactos que ya se tienen identificados". 

Y zanja: "Ya no nos interesa hacer las actividades como las hacíamos antes. Ya no vale lo de 'las hacemos, causan impacto y luego las compensamos'. Lo que se está buscando es no generar ese daño". Esta es, concluye, otra forma de intentar acabar con el greenwashing.