"Evaporar los plásticos que contiene el flujo de residuos actual" y convertirlos en "bloques de construcción de hidrocarburos". Aunque suene a una peculiar subtrama que podría desarrollarse en el Departamento de Ingeniería de la USS Voyager, o en la en cualquier capítulo de Star Trek, nada más lejos de la realidad: son unos científicos de la Universidad de Berkeley, en EEUU, los que han conseguido que este proceso químico se convierta en realidad.
En un artículo publicado en la revista Science, el equipo liderado por John Hartwig, profesor de Química en la prestigiosa universidad estadounidense, asegura que son capaces de "degradar de manera eficiente" los dos tipos de residuo de plástico predominantes en el mercado y que salen directamente de la basura de los consumidores: el polietileno y el polipropileno.
El primero se trata del componente que se puede encontrar en la mayoría de las bolsas de un solo uso, por ejemplo. El segundo es el plástico duro con el que se fabrican las maletas o los productos aptos para el microondas. Además, asegura la investigación, también son capaces de procesar mezclas de ambos.
Lo que ha conseguido Hartwig, dice el propio científico, podría ser toda una revolución circular "de escalarse", pues le daría una nueva vida a todos esos plásticos que, ahora, al tirarse a la basura no la tienen. Y es que el proceso catalítico que ha desarrollado su equipo convierte los residuos de este material en "los monómeros utilizados para fabricar polímeros". Es decir, los transforma en la materia esencial del plástico, lo que reduce sustancialmente los combustibles fósiles utilizados para producir nuevos plásticos.
Es algo similar a lo que ocurre, desde su diseño en la década de los 80 del siglo pasado, con las botellas de agua transparentes. Fabricadas con un poliéster llamado polietileno tetraphtalato (PET), cuentan los autores de la investigación que desde su concepción se crearon para ser recicladas de esta manera. Sin embargo, matizan, el volumen de los plásticos de poliéster es minúsculo comparado con el de los de polietileno y polipropileno, conocidos como poliolefinas.
Y de ahí buena parte de los problemas que encontramos a la hora de reciclar y gestionar adecuadamente este tipo de residuo. Pues estas poliolefinas se encuentran en "cualquier objeto cotidiano", lamenta Hartwig. Y pone como ejemplo los botes de detergente o los briks de leche.
"Lo que podemos hacer ahora, en principio, es coger esos objetos y devolverlos a su punto de inicio, al monómero inicial, a través de reacciones químicas que hemos ido ideando y que descomponen los enlaces carbono-carbono estables", asegura Hartwig. Y explica por qué esto es importante: "Al hacerlo, nos hemos acercado más que nadie para conseguir que el polietileno y el polipropileno tengan la misma circularidad de la que ya disponen los poliésteres de las botellas de agua".
Evitar los montes de plástico
Los plásticos para los que están buscando solución Hartwig y su equipo son esos mismos que, tarde o temprano, acaban montando las montañas de este material que copan, muy de tanto en tanto, los titulares. Son esos mismos, además, que se cuelan en las corrientes marinas y contaminan, en forma de microplásticos, los océanos.
Y es que el polietileno y el polipropileno conforman aproximadamente dos tercios de los residuos plásticos postconsumo de todo el planeta. Además, cerca del 80% acaba en vertederos, se incinera o termina en las calles, arroyos y mares. El resto, recuerdan los investigadores, se recicla como "plástico de bajo valor" y acaba convertido en "materiales para cubiertas, macetas y sporks (una forma híbrida de cuchillería que combina la cuchara y el tenedor)".
Ahora, con el proyecto en el que Hartwig y su equipo llevan trabajando más de dos años, parece que estos residuos plásticos podrán tener una nueva y valiosa vida. Pues el resultado de la 'evaporación' a la que se someten los materiales permiten fabricar nuevos plásticos de cero, pero sin utilizar nuevos recursos derivados del petróleo.
Plástico nuevo con material usado
Lo que descubrió Hartwing durante su investigación fue que los catalizadores de tungsteno son más eficaces y baratos que los de sodio —los primeros con los que experimentó— a la hora de romper las cadenas de polipropileno. "El tungsteno es un metal abundante en la Tierra que se utiliza ampliamente en la industria química", indica el científico para explicar el porqué de usar este material en vez de otro.
La ventaja de estos nuevos catalizadores, dice, es que "evitan la necesidad de eliminar el hidrógeno para formar un doble enlace carbono-carbono que se pueda romper en el polímero". Esto, explica, era lo común hasta ahora a la hora de deconstruir el polietileno.
Eso sí, Hartwig recuerda que el suyo es un parche hasta que se elimine por completo el uso de polietileno y polipropileno: "Deberíamos utilizar únicamente nuevos materiales circulares, pero se tardará décadas en conseguirlo". Las poliolefinas, recuerda el científico, son "baratas y tienen buenas propiedades".
De ahí que su misión es hacer que sean mucho más circulares. Ahora, dice el estadounidense, su objetivo es que se escale su iniciativa. "Me puedo imaginar perfectamente una planta de reciclaje utilizando este método", concluye.