Las consecuencias por no tomar medidas a tiempo contra las sequías pueden ser devastadoras en países como el nuestro. El último informe de Naciones Unidas asegura que, en 2030, más de 700 millones de personas de todo el mundo corren el riesgo de ser desplazadas y hace un llamamiento urgente para prepararse ante estos episodios extremos que amenazan al planeta en el corto plazo.
Ibrahim Thiaw, secretario general de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (UNCCD), asegura que los datos y cifras recopilados en el informe demuestran “una trayectoria ascendente” de las sequías. Es decir, cada vez son peores y duran más.
Desde el año 2000, estos episodios han aumentado en un 29%. Ya hoy, representan el 15% de los desastres naturales y se han llegado a cobrar miles de vidas humanas. Según los datos recogidos en el informe, entre 1970 y 2019, las sequías han provocado unas 650.000 muertes.
Esta estela continúa en la actualidad. En lo que llevamos de año, hasta 2.300 millones de personas enfrentan estrés hídrico y en torno a 160 millones de niños viven expuestos a sequías severas y prolongadas. Una situación que, además, no parece que vaya a mejorar, porque, a menos que se tomen medidas estrictas, se estima que, para 2040, uno de cada cuatro niños vivirá en áreas de escasez extrema de agua.
Asimismo, de seguir la tónica actual, el informe apunta que, sólo en 30 años, las sequías pueden afectar a más de las tres cuartas partes de la población mundial. El panorama que dejan estas predicciones es que, para la década de 2050, entre 4.800 y 5.700 millones de personas vivirán en áreas con escasez de agua durante al menos un mes cada año.
“Estamos en una encrucijada”, asegura Thiaw, que añade que “necesitamos orientarnos hacia las soluciones en lugar de continuar con acciones destructivas”. Propone medidas como la restauración de la tierra, que aborda muchos de los factores subyacentes de los ciclos degradados del agua y la pérdida de fertilidad del suelo.
“Debemos construir y reconstruir mejor nuestros paisajes, imitando la naturaleza siempre que sea posible y creando sistemas ecológicos funcionales”, asegura el experto. Más allá de la restauración, agrega, está la necesidad de un cambio de paradigma de enfoques reactivos y basados en crisis a otros proactivos centrados en la gestión de sequías.
Entre otras medidas, el informe contempla apostar por técnicas de gestión agrícola sostenibles y eficientes que producen más alimentos en menos tierra y con menos agua; establecer sistemas efectivos de alerta temprana que funcionen más allá de las fronteras, o también el despliegue de nuevas tecnologías como el monitoreo satelital e inteligencia artificial para guiar decisiones con mayor precisión.
Por el momento, hasta 128 países han expresado su voluntad de lograr o superar la degradación de la tierra. Y casi 70 países participaron en la iniciativa de sequía global de la UNCCD, que tiene como objetivo pasar de enfoques reactivos a la sequía a un enfoque proactivo y de reducción de riesgos.
Las tres caras de las sequías
Las sequías, desde el siglo pasado, han afectado a países de todo el mundo. Las más severas se han producido en el continente africano, con más de 300 episodios en los últimos 100 años. Sobre todo, y más recientemente, África subsahariana ha experimentado las dramáticas consecuencias de los desastres climáticos cada vez más frecuentes e intensos.
No obstante, otros continentes, como el europeo, tampoco se han librado. En el siglo pasado, se produjeron 45 sequías importantes en Europa, que afectaron a millones de personas y provocaron pérdidas económicas por valor de más de 27.800 millones de dólares. En la actualidad, una media anual del 15% de la superficie terrestre y el 17% de la población de la Unión Europea se ven afectados por la sequía.
El impacto sobre la sociedad es enorme y las pérdidas económicas son innegables. Eso sin contar con las consecuencias de estos episodios sobre los ecosistemas. El porcentaje de plantas afectadas por la sequía se ha más que duplicado en los últimos 40 años, con alrededor de 12 millones de hectáreas de tierra perdidas cada año debido a la sequía y la desertificación.
Estos mismos ecosistemas, en períodos prolongados de sequía, se convierten progresivamente en fuentes de carbono, algo que se ha detectado en los cinco continentes. Hay que recordar que un tercio de las emisiones globales de dióxido de carbono se compensa con la absorción de carbono de los ecosistemas terrestres.
La fotosíntesis en los ecosistemas europeos llegó a reducirse en un 30% durante la sequía del verano de 2003, lo que resultó en una liberación neta de carbono estimada de 0,5 gigatoneladas.
Además de esto, otros casos como el de la megasequía en Australia, por ejemplo, son paradigmáticos. Se sabe que contribuyó a los megaincendios en 2019-2020, lo que resultó en la pérdida de hábitat más dramática para especies amenazadas en la historia poscolonial. Alrededor de 3.000 millones de animales murieron o fueron desplazados en los incendios forestales de Australia.
No obstante, uno de los casos que más preocupa es el del Amazonas. Durante las dos últimas décadas, experimentó tres sequías que desencadenaron incendios forestales masivos.
Y lo peor es que los eventos de sequía son cada vez más comunes en la región amazónica debido al uso de la tierra y el cambio climático, que están interrelacionados. Según alerta el informe, si la deforestación en regiones como la amazónica continúa, probablemente el 16% de los bosques restantes de la región se quemarán para 2050.
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