Llueven químicos persistentes: el reciclado perverso y continuo de estas sustancias invisibles
Estas sustancias tóxicas creadas por los humanos se propagan de manera global por la atmósfera y superan los límites seguros para la salud.
13 septiembre, 2022 02:28Cuando las nubes cubren el cielo y el día ennegrece, las calles se bañan de un aroma peculiar: el olor a lluvia. Pero esto que percibimos y que asociamos a las gotas que caen del cielo es lo que se conoce como petricor, una mezcla de compuestos químicos aromáticos que desprenden las plantas y otros organismos. Esas partículas se liberan en forma de aerosol cuando llueve y viajan, invisibles, por el aire.
Con ellas también lo hacen otro tipo de sustancias. Se ha hablado largo y tendido de los microplásticos, partículas diminutas e imperceptibles que, al son del viento, las corrientes o las lluvias, recorren miles y miles de kilómetros, bajan a las profundidades de los océanos y llegan a las cimas de montes como el Everest. Sin embargo, científicos suecos ponen ahora la lupa en otras sustancias que tienen una importante presencia en el agua de lluvia.
Son los conocidos como sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas (PFAS), químicos persistentes muy peligrosos precisamente por eso, porque no desaparecen. De acuerdo a un estudio publicado recientemente en Environmental Science & Technology, eso que producimos y que puede encontrarse desde en una caja de pizza hasta en una camiseta o la leche materna, se propaga también de manera global por toda la atmósfera.
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Los investigadores han encontrado que, en la última década, los niveles de algunas de estas sustancias dañinas no están disminuyendo a pesar de que, en algunos países, se les está poniendo freno. Señalan que aunque a nivel industrial se está eliminando gradualmente la producción de estos químicos, su presencia en el ambiente sigue siendo importante.
La explicación puede estar en que, más allá de su característica persistencia, forman el tándem perfecto con fenómenos meteorológicos como la lluvia o la nieve. Según los expertos que han participado en los trabajos de laboratorio y de campo, se produce una especie de reciclado continuo de estas sustancias peligrosas, de manera que viajan a la atmósfera para después caer a la superficie, y volver a alimentar ese círculo perverso.
Martin Scheringer, coautor del estudio e investigador en la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH), asegura que su persistencia extrema y este ciclo global continuo nos conducirá a la superación de los límites ya establecidos como seguros para la salud humana y ambiental. De hecho, en algunas partes del planeta, ya “se ha superado”, sentencia el experto.
“Ha habido una disminución asombrosa en los valores guía para PFAS en el agua potable en los últimos 20 años”, añade Ian Cousins, autor principal del estudio y profesor del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Estocolmo. Cuenta que, por ejemplo, “el valor de referencia del agua potable para una sustancia muy conocida de la clase de los PFAS, el ácido perfluorooctanoico (PFOA, por sus siglas en inglés) –que puede provocar cáncer– ha disminuido en 37,5 millones de veces en los Estados Unidos”.
El problema de disminuir esos valores guía que miden los tóxicos persistentes está, sobre todo, en el impacto que tienen sobre la salud humana y medioambiental. Como recoge el estudio, los PFAS se han asociado a una amplia gama de daños graves para la salud, entre los que se encuentran algunos mencionados como el cáncer, pero también problemas de aprendizaje y de conducta en los niños, infertilidad y complicaciones del embarazo, aumento del colesterol y problemas del sistema inmunitario.
Jane Muncke, directora general de la Fundación Foro de Envasado de Alimentos de Zúrich, en Suiza, señala la injusticia que siembra la producción continua de estos químicos. “No puede ser que unos pocos se beneficien económicamente mientras contaminan el agua potable de millones de personas y causan graves problemas de salud”, denuncia Muncke.
Para la experta, “las grandes cantidades que costará reducir los PFAS en el agua potable a niveles que sean seguros según el conocimiento científico actual deben ser pagados por la industria que produce y usa estos químicos tóxicos. El momento de actuar es ahora”.
Cómo se regula en la UE
Este aspecto se debatió específicamente en el entorno de la Unión Europea este año. La propuesta debatida en sesión plenaria el pasado mayo se proponía iniciar la gran desintoxicación mediante el endurecimiento a los límites de los PFAS en el Reglamento 2019/1021, el que regula los contaminantes orgánicos persistentes.
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No fue hasta el mes de junio cuando el Consejo y el Parlamento, según informaron en nota de prensa, alcanzaron un acuerdo provisional acerca de la revisión de los anexos del Reglamento sobre contaminantes orgánicos persistentes encaminada a establecer nuevas restricciones a la presencia de estas sustancias en los residuos.
“Para alcanzar una economía circular, en la que los residuos se utilicen cada vez más como materia prima secundaria”, señalan, “es fundamental limitar la presencia de contaminantes orgánicos persistentes en los residuos”. Por ello, se han añadido nuevas sustancias químicas a la lista y se ha restringido su presencia en los residuos a través del refuerzo de los valores límite de concentración.
Son esfuerzos que tratan de reducir un problema que no desaparece y que trata de acompañar a los avances científicos focalizados en su eliminación. Algunos como el más reciente publicado en la revista Science, en el que investigadores de la Universidad Northwestern han encontrado el talón de Aquiles de estas sustancias químicas.
Mediante bajas temperaturas y reactivos comunes, los expertos han conseguido que dos clases principales de PFAS se descompongan en sustancias benignas. Esto es algo que, hasta ahora, se consideraba imposible.
Según recoge The New York Times, esta nueva técnica podría proporcionar una forma de destruir los productos químicos PFAS una vez que se hayan extraído del agua o el suelo contaminados.
No obstante, William Dichtel, químico de la Universidad Northwestern y coautor del estudio, aseguró que aún queda mucho por hacer para que funcione fuera de los límites de un laboratorio. “Solo entonces estaríamos en una posición real para hablar de practicidad”, concluyó.