Los incendios forestales del último año en España fueron los peores registrados en este siglo. El de Tábara, en Zamora, arrasó más de 32.000 hectáreas, dejando tras de sí un territorio devastado por el fuego con un importante impacto socioeconómico donde ya se producía una paulatina pérdida de población. Tampoco se quedó atrás el de Bejís, en Castellón, con más de 20.000 hectáreas quemadas. Pero las cenizas y los terrenos calcinados de estos terribles episodios revelan otra huella difícil de borrar.
Con el humo negro de los incendios se escapan toneladas de dióxido de carbono que contribuyen al calentamiento del planeta y que ecosistemas como los bosques son capaces de capturar y almacenar. De media, una hectárea de arbolado secuestra unas 200 toneladas de CO2. O lo que es lo mismo, en 40 años acumula el equivalente a lo que emiten 15 coches a lo largo de su vida útil. Por no hablar de otros ecosistemas como los océanos, capaces de captar el 93% del carbono de la Tierra.
El problema es que, según revela ahora un análisis publicado en Nature, parte de estos ecosistemas están en riesgo de desestabilizarse en ciertas zonas del planeta, lo que puede llevar a cambios bruscos en grandes áreas naturales y a una pérdida de su capacidad para secuestrar el CO2 presente en nuestra atmósfera. Entre esas regiones, la cuenca mediterránea vuelve a situarse en el ojo del huracán.
Para llegar a estas conclusiones, y como explica a EL ESPAÑOL Marcos Fernández, investigador del CREAF y primer autor del estudio, se han basado en dos modelos de inversión atmosférica (CAMS y CarboScope). Estos sistemas simulan la cantidad de carbono emitido o absorbido por cada región del planeta en base a una red de estaciones que miden la concentración de CO2 atmosférico.
De esta forma, y a gran escala, los investigadores han comprobado cómo las regiones en las que el secuestro de carbono se ha vuelto más variable, no solo han capturado menos CO2, sino que también se ha visto mermada su capacidad para hacerlo. “Las regiones con más riesgo a desestabilizarse tienden a ser regiones más cálidas, donde la temperatura anual se ha vuelto también más variable (por un aumento en la frecuencia de olas de frío y de calor), y tienen un mayor porcentaje de agricultura y menos bosques”, apunta Fernández.
Teniendo en cuenta estos hallazgos, además de la cuenca mediterránea, las zonas más expuestas a este riesgo son la zona este de África oriental, las costas occidentales del centro y norte del continente americano, India y Pakistán o el sureste asiático.
En estas zonas, comenta Fernández, “podríamos esperar un cambio de ecosistema”. Que se desestabilice quiere decir que “funcionará de forma muy diferente a la anterior, y eso, a priori, sólo es posible si el ecosistema deja de ser lo que era (un bosque) y pasa a ser otra cosa (un matorral)”, explica el investigador.
Por otra parte, en el estudio se analiza otra premisa importante de la ecología: que los ecosistemas más biodiversos, es decir, con mayor diversidad y riqueza de especies, son más estables y productivos, y por tanto tienen más capacidad de secuestrar carbono.
Los hallazgos reflejan que, en lugares tropicales, la respiración del ecosistema se beneficia más de la biodiversidad que la fotosíntesis, lo que hace que la captura de carbono baje con respecto a zonas de diversidad intermedia. No obstante, como aclara Fernández, “los resultados no sugieren, de ninguna manera, que para aumentar la captura de carbono debamos reducir la biodiversidad del planeta”.
Jordi Sardans, investigador del CREAF y coautor del estudio, “poder predecir el ciclo del carbono es clave en la lucha contra el cambio climático”. Además, añade que “aunque todavía no sabemos si estos cambios abruptos traerán cambios en el clima o en la capacidad de las plantas de secuestrar carbono, una potencial desestabilización de grandes regiones de la biosfera nos hace las predicciones más difíciles porque aumenta mucho la variabilidad”.
Obligar a capturar las emisiones
Que los ecosistemas puedan perder capacidad para secuestrar el carbono que calienta nuestra atmósfera no es una buena noticia. Sobre todo cuando la ciencia nos dice que la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero como el CO2 es urgente y debe ser drástica en esta década. El objetivo es evitar superar el límite seguro de 1,5 grados acordado en París en 2015 por la comunidad internacional.
Ante la falta de acción necesaria que reflejan los datos –en 2022, el planeta ha vuelto a aumentar los niveles de gases de efecto invernadero en un 1% más con respecto a 2021, según Global Carbon Project–, las técnicas de captura de carbono despiertan como un apoyo ante unos ecosistemas más debilitados.
Marta Rivera, profesora de investigación del CSIC en el centro mixto INGENIO (CSIC-UPV), comentó a este periódico en conversaciones anteriores cómo la captura de carbono puede hacerse con “un cambio de manejo, con un enfoque agroeconómico” mediante, por ejemplo, policultivos, estrategias para mezclar ganadería y agricultura o los acolchados verdes.
Con ese cambio de enfoque, “lo que haces es mantener la materia orgánica del suelo”, explica la experta. “Con la ganadería extensiva lo que ocurre es que los animales comen la planta donde está el carbono, luego las defecan, esas heces son abono para el suelo y permiten el crecimiento de las plantas. De esta manera, se va cerrando el ciclo y va manteniendo el CO2 en el suelo”.
Estrategias como esta son interesantes para ayudar a paliar los efectos del cambio climático. Hay investigadores que plantean ir un paso más allá para dar un empujón a este tipo de medidas de secuestro de carbono, como este de Environmental Research publicado recientemente.
En el trabajo, los investigadores plantean un nuevo enfoque: que las compañías de combustibles fósiles, y como condición para operar, paguen una cantidad de dinero equivalente al carbono que emiten para que pueda ser almacenado bajo tierra.
Sería algo así como convertir un impuesto al carbono en "una responsabilidad extendida del productor", como ocurre con aquellas empresas que se ven obligadas a pagar una indemnización si se detecta un episodio de contaminación.
El único hándicap de obligar a estas compañías a capturar su propio carbono es que la tecnología de captura y almacenamiento de carbono es aún muy costosa y de momento está poco desarrollada. No obstante, hay grandes posibilidades de que los precios bajen considerablemente en los próximos años a medida que se avance en su implementación.