Las ideas y conceptos que tenemos sirven para analizar la información que recibimos, interpretar opiniones de terceros y crear teorías propias. Las ideas son los ladrillos con los que construimos nuevas ideas y doctrinas.
A veces, las estructuras lógicas que usamos son tan propias y están tan integradas en nuestra forma de pensar que no las percibimos, como el viejo rodaballo sabio que se encuentra a un rodaballo adolescente y le pregunta “¿qué tal está el agua hoy?” y este le contesta “¿qué es el agua?”.
Otras, tampoco es obvio ser consciente de hasta qué punto las ideas de los demás han influido en nuestra forma de entender la realidad. Esto es particularmente aplicable a las diferentes revoluciones intelectuales que han existido.
El calentamiento global, la covid y la pobreza no cambiarán en función de lo que creamos, pero sí en función de lo que hagamos
Por ejemplo, Steven Pinker explica que, en el año 1600, el inglés medio con estudios creía que las brujas podían hundir barcos, que en Bélgica había hombres lobo y que los arcoíris eran señales de Dios. Y actuaba en consecuencia. Sólo doscientos años después, pasada la Ilustración, un gentleman consideraría absurdo ese supuesto conocimiento.
Han existido evoluciones igual de radicales sobre el entendimiento de lo que es moralmente aceptable y lo que no. Por ejemplo, en la antigüedad, la esclavitud era una parte íntegra de la sociedad, tanto que ni uno sólo de los filósofos de la Grecia clásica -los mismos que se preguntaron por el origen del cosmos o teorizaron sobre la existencia de los átomos- la cuestionó.
Otras prácticas que en su día también fueron habituales, como la venta de hijos, el infanticidio o la tortura pública también han sufrido cambios fundamentales de aceptabilidad. Una vez fueron consideradas inaceptables, también fueron desterradas de la cotidianeidad.
Por todo esto se puede decir que es el entendimiento de los humanos, y no otra cosa, lo que dirige su actividad. Ya lo resumió Keynes con su característica elocuencia intelectual: “Son las ideas las que dan forma al curso de la historia y son las ideas, no los intereses creados, las que son peligrosas para bien o para mal”.
Si se convenciese a la población mundial de que cambie algunas de sus prioridades, se podría cambiar el mundo
A la vez, es útil remarcar cómo las ideas en sí no cambian las leyes de la física, el funcionamiento de la biología o la realidad económica. El calentamiento global, la covid y la pobreza no cambiarán en función de lo que creamos. Pero sí lo harán en función de lo que hagamos.
Por tanto, uno de los proyectos de mayor impacto positivo que puede generar un organismo internacional como la ONU es el de tratar de convencer a los ciudadanos del mundo para que cambien su forma de actuar para bien.
Todo sobre la base de unos postulados científicamente rigurosos y moralmente saludables, y con el objeto de que la nueva forma de actuar genere mayor riqueza, igualdad y sostenimiento ambiental en beneficio de todos. Si se convenciese a la población mundial de que cambie algunas de sus prioridades, se podría cambiar el mundo.
Esto sería un proyecto intelectual asombrosamente ambicioso. Quizás -solamente quizás- el mundo está listo para ello. O al menos así lo parecen indicar las voces de muchos jóvenes, activistas, inversores, raperos y programas de partidos políticos.
Es bajo este filtro analítico que es bueno considerar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que tienen la ventaja de ser una estrategia universal igualmente aplicable en Jaén, Johannesburgo y Juneau. Así, cada Estado, administración, empresa y persona saben hacia dónde es bueno dirigir sus esfuerzos sin que cada uno tenga que reescribir El Quijote.
Habrá quien explique que sí se puede cambiar el mundo sin esfuerzo e inconvenientes. Desconfiemos de ellos
Para esta contienda de las ideas necesitaremos el apoyo de todos, particularmente de aquellos que son intelectualmente influyentes, como líderes políticos, académicos, articulistas, medios, inversores y empresarios. Si se consiguiera, es posible que en trescientos años los ciudadanos se rasquen la cabeza sin entender por qué no cambiamos antes.
Uno de los adversarios a batir será el marketing. Es difícil que se implementen los ODS sin cambios de hábitos, incomodidades y costes relevantes. Habrá quien hará marketing y explique que sí se puede cambiar el mundo sin esfuerzo e inconvenientes para así autopromocionarse y generar seguidores. Desconfiemos de ellos como desconfiaríamos de una dieta a base de hamburguesas, salchichas y horchatas.
No es esperable que haya cambios epicúreos. De hecho, es muy difícil para un ingeniero, como este articulista, creer que la energía puede ser a la vez más asequible y más limpia. La realidad tecnológica es que en los países pobres es mucho más barato producir electricidad quemando carbón que con placas solares.
También habrá que alinear los costes para que estos estén razonablemente repartidos y se generen incentivos correctos. Recordemos que los incentivos influyen en el comportamiento diario. Ya lo dijo Larry Summers: “En la historia de la humanidad, nadie ha lavado un coche de alquiler”.
Es muy difícil para un ingeniero, como este articulista, creer que la energía puede ser a la vez más asequible y más limpia
También habrá que encontrar la forma de abordar el problema del polizón, personas y entes que se beneficiarían de los cambios traídos por los ODS, pero que no participarían en sus costes. O todos empujamos de esta cuerda o el buey no se moverá.
El meliorismo de los ODS no es perfecto, claro está. Por ejemplo, no aborda temas tan importantes como la libertad de expresión o las dictaduras, pero es un esfuerzo intelectual admirable que quiere cambiar nuestra forma de entender el futuro.
Trabajemos en ello. Si no, corremos el riesgo de que la humanidad se derrote a sí misma. Recordemos que la historia y los acontecimientos son crueles con los derrotados, es por esto que los romanos avisaban con su “¡Ay de los vencidos!”.
***Marc Mutra es presidente de Indra