En la escuela de la maestra Elisa se rompió la cañería que daba agua a la huerta que cultivaba con sus estudiantes de quinto grado. De pronto, no tenían cómo regar las hortalizas que habían estado cuidando con esmero y dedicación por varias semanas mientras estudiaban sobre el crecimiento de las plantas en distintos tipos de suelo.
Buscando la solución, a Juana, una de las alumnas, se le ocurrió una idea: podían recoger el agua de lluvia que caía sobre los techos de la escuela y guardarla para usarla en su huerta.
Pusieron entonces manos y mentes a la obra. Empezaron por recorrer la escuela y dibujar en grupos un esquema del edificio, buscando en qué techos podía acumularse agua que pudieran recoger.
El proyecto duró varias semanas. Los niños tomaron fotos, midieron y construyeron maquetas de la escuela y prototipos de canaletas para recoger el agua de los techos. Aprendieron a crear filtros para que el agua no se ensuciara con las hojas y tierra que caían.
Estudiaron sobre cuánta agua iba a requerir cada tipo de cultivo para sostenerse en el tiempo. Construyeron sus canaletas finales, y, junto con el profesor de arte, armaron una película en video contando cómo había sido su proceso de invención, que mostraron al resto de la comunidad.
En 2015, Naciones Unidas aprobó la Agenda 2030 sobre el desarrollo sostenible. Una oportunidad para que los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar la vida de la población mundial, buscando no dejar a nadie atrás.
La educación de calidad es uno de los grandes objetivos de ese desarrollo sostenible. En particular, fortalecer la educación en ciencia y tecnología de todos los estudiantes, y especialmente, de las niñas y adolescentes, es hoy una prioridad. Aunque en muchas partes del mundo, es una deuda aún no resuelta.
Los proyectos como el de la escuela de Elisa que combinan ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas (o proyectos STEAM, por sus siglas en inglés) ofrecen una maravillosa opotunidad de acercar a los niños y niñas, desde pequeños, al conocimiento en ciencia y tecnología. Brindan terrenos fértiles para despertar vocaciones y animar a los estudiantes a pensarse como futuros profesionales en estas áreas.
Los desafíos locales y globales hacen que el compromiso con la comunidad sea un objetivo educativo urgente
En estos proyectos los niños son protagonistas en la resolución de problemas auténticos que los conducen a un camino de exploración, creación, debate, reflexión individual y colectiva de la mano de sus profesores.
En ese recorrido tienen que resolver problemas, aprender contenidos relevantes, discutir sobre posibles alternativas a seguir, evaluar los resultados, equivocarse y seguir adelante.
Así, van construyendo los saberes que van a necesitar para ejercer una ciudadanía plena en el siglo XXI. En tiempos en que los desafíos locales y globales hacen que la capacidad de pensar en otros, el compromiso con la comunidad y la creatividad sean objetivos educativos más urgentes que nunca.
Hemos visto una vez más en la pandemia de la covid-19 la importancia de la ciencia y la tecnología para resolver los grandes problemas de la humanidad. En particular, necesitamos inspirar a los niños y niñas de hoy en el estudio de carreras científicas y tecnológicas para el mundo en el que les va a tocar vivir.
La emergencia climática pone sobre la mesa la necesidad de seguir innovando para generar energías limpias a gran escala. Vamos a necesitar mucha inspiración y conocimiento colectivo para hacer frente a los problemas globales de energía, pobreza, alimentación y salud pública que siguen creciendo cada día.
Necesitamos más que nunca llenar las aulas de preguntas y de proyectos
Hoy, sin embargo, la ciencia que se aprende en muchas escuelas se parece muy poco a este escenario de nuestro ejemplo. Por el contrario, las clases suelen estar llenas de datos e información, de respuestas a preguntas que nunca ningún estudiante se hizo, de conocimiento acabado que los jóvenes repiten sin comprender del todo.
Diversos estudios muestran que los estudiantes, y especialmente las mujeres, no se imaginan a sí mismos en un futuro profesional relacionado con las ciencias o la tecnología porque no las consideran actividades apasionantes o sienten que no son para ellas.
En el mundo, las brechas de género de acceso a profesiones relacionadas con la ciencia y tecnología de a poco se van cerrando, pero aún queda mucho terreno por recorrer. En muchas áreas como la informática, las ciencias físicas o las ingenierías las mujeres aún tienen mucha menor presencia que los varones.
Por eso, necesitamos más que nunca llenar las aulas de preguntas y de proyectos. De invitaciones a desarrollar la curiosidad y el pensamiento crítico de cada estudiante. Un buen maestro, decía el filósofo inglés Alain de Botton, es alguien que logra quitarnos el miedo. El miedo de no poder.
Los desafíos locales y globales hacen que el compromiso con la comunidad sea más urgente que nunca
En el caso de la educación científica y tecnológica, tenemos la responsabilidad intergeneracional de ayudar a niños, niñas y adolescentes a que puedan ser y hacer más de lo que se imaginan para sí mismos.
A construir una plataforma de despegue para sus vidas. A darles herramientas para ser artífices de un futuro sostenible del que todos podamos ser parte.
***Melina Furman es bióloga, investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), profesora asociada de la Escuela de Educación de la Universidad de San Andrés en Argentina, y miembro del Consejo Asesor de la Organización de Estados Iberoamericanos.