Con la llegada de la covid-19, hace casi 20 meses, la salud ha pasado a estar en boca de todos y cada día, en la agenda política. Antes, casi pasaba desapercibida, era algo prácticamente privado. Ahora, la salud pública ha entrado en nuestras vidas transformándola de manera incuestionable.
Nos encerró en casa tres meses, nos puso frente al ordenador a trabajar muchas horas y juntó nuestra vida personal con la profesional. Tuvimos que explicarles a los pequeños, que en esos momentos dibujaban virus, que esto pasaría.
Vimos a nuestros mayores por la ventana (en el mejor de los casos) y nos despertamos de un mal sueño en el que muchos no habían dejado y nada volvería a ser igual.
En España, habíamos pasado de rechazar al Ministerio de Sanidad por considerar que tenía pocas competencias, pues como se sabe, son las Comunidades Autónomas las que gestionan esta competencia descentralizada en nuestro Estado de las Autonomías, a necesitar un mando único encabezado por el presidente del Gobierno y cambios de ministros y ministras por campañas electorales en plena pandemia.
Pero la salud ya estaba recogida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Los ODS marcados por la Agenda 2030 y por el Gobierno, se preocupaban por garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades. Es esencial para el desarrollo sostenible.
El objetivo número 3 (Salud y el bienestar) antes de la pandemia, establecía avances en la mejora de la salud de millones de personas. Por ejemplo, aumentar la esperanza de vida y reducir algunas de las causas de muerte comunes asociadas con la mortalidad infantil y materna.
Con la pandemia vivida, las emergencias sanitarias han demostrado un riesgo mundial y han puesto en evidencia que la preparación -y la prevención- es vital. Además de la concienciación y la cooperación ciudadana.
El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) señaló las grandes diferencias relativas a las capacidades de los países para lidiar con la crisis de la covid 19 y recuperarse de ella.
Cuando se ha perdido la confianza en los portavoces, la mejor opción es -probablemente-, cambiarlos
Sin duda, podemos afirmar que la pandemia constituye un punto de inflexión en lo referente a la preparación para las emergencias sanitarias y la inversión en servicios públicos vitales del siglo XXI.
La pandemia ha transformado la política y la comunicación. Ha sido y todavía es mucho más que una crisis sanitaria. Requiere una respuesta de los Gobiernos y la sociedad en su conjunto, equivalente a la determinación y sacrificio de los trabajadores sanitarios en primera línea.
Esto pasa por comunicar bien a los ciudadanos la aplicabilidad de las normas (mascarillas sí o no), los procesos de ensayos clínicos de las vacunas, los procedimientos a seguir y su incidencia -bien contada, con datos reales y fidedignos-.
Así como la necesidad de contar, cada vez más, con todas las partes que participan en los procesos de las tomas de decisiones.
Como establece el ODS 17, es necesario establecer alianzas para lograr objetivos a todos los niveles administrativos (mundial, regional, nacional y local). Basadas en principios, valores, y una visión y objetivos compartidos, que se centren primero en las personas y el planeta.
La pandemia ha transformado la política y la comunicación. Ha sido y todavía es mucho más que una crisis sanitaria
Los portavoces en tiempo de crisis también son imprescindibles. Deben tener firmeza y seguridad en los datos además de dar confianza al oyente, a los ciudadanos que escuchan preocupados. Y cuando se pierde esa confianza en ellos lo mejor es -probablemente-, cambiarlos. Está en juego la credibilidad de un país.
Para ello, hace falta posicionar en el tablero liderazgos valientes y humanistas que defiendan causas reales. Que sean de carne y hueso, que toquen el corazón. Comprometidos.
Desde los pacientes o asociaciones sociales que velan por necesidades como la alimentación, la obesidad, la necesidad urgente de velar por la salud mental de jóvenes y no tan jóvenes, o volver a confiar en el otro frente a un abrazo.
El sector de la salud se ha convertido durante esta terrible pandemia (que se ha llevado demasiadas vidas por delante) en la muestra necesaria y esencial de la relación en las Administraciones Públicas y los grupos de interés.
Porque cuando hablamos de salud, no sólo hablamos de la sanidad sino también del bienestar físico, social y mental de los ciudadanos. Y también de la prevención, la sostenibilidad del sistema público y el crecimiento y desarrollo de las empresas y organizaciones que velan por preservar la salud de los ciudadanos. Hablamos de comunicación y política, juntas.
Por todo ello, cada día es más imprescindible, no sólo en época de cirsis, la construcción y mantenimiento de un diálogo fluido, cercano y transparente entre los intereses públicos y los privados.
Debemos apostar por tener una única sanidad que vele por los ciudadanos de nuestro país (sin diferencias partidistas). Y de ahí también la creciente importancia de la función de los profesionales de las relaciones institucionales en el sector de la salud como forma de garantizar la participación social y empresarial en las políticas públicas.
Es momento de reconstruir: hace falta poner la Gobernanza sobre la mesa para remar todos juntos. Necesitamos una estrategia nacional de salud digital que gestione el reto de los datos sanitarios (especialmente sensibles) y que paciente y profesionales sanitarios caminen juntos evitando judicializar posibles conflictos.
La colaboración público-privada debe ser una prioridad para conseguir acercar posiciones y pensar más en el bien común de un mundo globalizado.
El 2020 colocó firmemente la salud en el centro de los valores sociales, incluida la equidad, la solidaridad y la participación ciudadana, además de visibilizar el dolor y sufrimiento compartido de todos.
Nos ha mostrado vulnerables, y a la vez, resilientes. Nos ha mostrado pequeños y poderosos para volver a creer en nosotros mismos. Queda mucho por hacer y por redecorar.
Hace falta posicionar en el tablero liderazgos valientes y humanistas que defiendan causas reales
Los retos que tenemos en el año cero son diversos. Como afrontar las secuelas que deja la pandemia, la financiación y reorganización del sistema sanitario, el impacto en la salud mental de todos -mayores y niños también que han aguantado y mucho-, o la necesaria e imprescindible adaptación de las Administraciones Públicas que deben, cada día más, ser cercanas y escuchar a los ciudadanos.
También construir personas en la globalización del siglo XXI. Estamos ante el concepto de one health, una salud única -humana y animal- que condiciona el mundo.
Y de este modo, hacer un mundo entendido como un ecosistema único en el que vivir, más sostenible y comprometido con su cuidado, con el agua, los plásticos. Para darnos cuenta de que tenemos una vida que debería ser vivida de manera plena, consciente y comprometida. Pero también responsable, en definitiva, con la salud y el bienestar de hoy y del mañana.
***Adriana Bonezzi es responsable del área de Asuntos Públicos de Weber Shandwick.