Hacer frente a los grandes retos globales requiere cifras de inversión billonarias. Según Naciones Unidas, son necesarios entre 5 y 7 billones de dólares al año, hasta 2030, para lograr las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Poner fin al cambio climático global requiere, en promedio, entre 3 y 5 billones de dólares anuales adicionales hasta 2050. Sólo los países en desarrollo necesitan alrededor de $300 mil millones al año hasta 2050 para inversiones de adaptación al cambio climático (sin contar las inversiones en mitigación).
Estas cifras tienen número, pero no dueño. Con el nivel actual de inversión tanto pública como privada, los países en desarrollo se enfrentan a un déficit de financiación anual medio de 2,5 billones de dólares. La reciente COP26 fue incapaz de movilizar los acuerdos necesarios para asegurar los 100.000 millones de dólares anuales para potenciar la acción climática de los países en desarrollo comprometidos en 2009.
Sin estas inversiones, las soluciones a los grandes retos sociales y económicos de nuestro tiempo: el cambio climático y la desigualdad, se nos escapan.
El problema no es el dinero, al menos no en el ámbito privado. En un entorno de sobreabundancia de capital, donde los activos bajo gestión han pasado de 80 billones en 2016 a 110 billones actualmente, tan sólo, un 10% del capital, bien canalizado, podría tener un impacto determinante en la consecución de los grandes objetivos globales.
Por eso, la inversión responsable o sostenible nunca ha sido más crucial. Creciendo de forma exponencial en los últimos años, la inversión responsable representa en la actualidad un tercio de los activos bajo gestión a nivel global. Sin embargo, hoy por hoy, no sabemos si están teniendo un impacto real en los indicadores que más nos importan. Nos faltan los datos.
Los datos ESG (Environmental, Social and Governance) que sustentan la inversión responsable, se focalizan en proteger las inversiones de los riesgos financieros asociados con el cambio climático, el buen gobierno o el ámbito social. Indirectamente, asumimos que la buena gestión de estos riesgos, medida como buen desempeño ESG, es equivalente a un impacto positivo y medible en la sociedad, pero no siempre es así.
Los países en desarrollo se enfrentan a un déficit de financiación anual medio de 2,5 billones de dólares
Además, los datos ESG carecen de una definición común y globalmente aceptada de sus principios, metodologías de cálculo y estándares de reporte. A su vez, esto genera varios problemas importantes.
En primer lugar, existe una gran variedad e inconsistencia en los datos que se utilizan para medir una variable tipo. Un estudio de Harvard Business School identifica, por ejemplo, que las empresas utilizan más de 20 formas diferentes para reportar datos de salud y seguridad sobre sus empleados.
En segundo lugar, dado que partimos de métricas diferentes, no es sorprendente que la correlación entre métricas de distintos proveedores para una misma variable ESG sea mínima. De hecho, hay estudios que demuestran que las empresas que brindan más divulgación de ESG tienden a tener más variaciones en sus calificaciones de estos factores.
Y por último, la opacidad de las métricas finales y metodologías de cálculo de los proveedores de datos ESG crean inconsistencias difíciles de discernir y solventar para inversores, empresas y otros stakeholders.
Los datos ESG carecen de una definición común y globalmente aceptada de sus principios y metodologías de cálculo
En los próximos años empezaremos a ver, impulsados por el tibio progreso de la COP26, a reguladores e inversores impulsar el impacto de las inversiones financieras en el mundo real, incorporando una doble materialidad.
Hasta entonces, es necesario mejorar las métricas ESG para dotarlas de mayor claridad, consistencia y transparencia, de forma que sean verdaderamente confiables, comparables y, sobre todo, relevantes. Armados de mejores datos, será posible orientar mejor la inversión sostenible hacia el cumplimiento de los ODS, complementando la inversión pública y movilizando los billones de dólares necesarios para hacer frente a los grandes retos que tenemos por delante.
***Paloma Baena es directora sénior de la Unidad Next Generation EU en LLYC y experta en sostenibilidad.