Toda la vida en la Tierra está interconectada. Lo hemos aprendido gracias a la ciencia y gracias a nuestra propia experiencia como habitantes de ella. El cambio climático quizá sea la prueba más relevante y, a la vez, más sangrante, del efecto que tiene la acción humana, con sus “capilares” irrigando todo el cuerpo del planeta.
Cambiar el paradigma, trabajar con y no contra la Tierra, es ya no una opción sino una obligación, aunque aparentemente eso conlleve un esfuerzo económico de una época en la que las prioridades se superponen unas a otras en una velocidad de vértigo. Basta recordar cómo la pandemia ha trastocado muchas de las actividades que creíamos inamovibles.
Hay quien cuestiona lo sostenible en función de su rentabilidad, es cierto. Nuestra experiencia en el Teatro Real es que no es mucho más caro y que, siendo sostenibles, se abren nuevas vías de financiación, tales como subvenciones o patrocinios, que son muy valorados por las organizaciones alineadas con la sostenibilidad.
El Teatro Real está convencido de que sólo la acción nos puede salvar de nosotros mismos. Impulsar el debate y la reflexión es tan necesario como apremiante. Por eso ha promovido en su sede las primeras jornadas de sostenibilidad, El compromiso real con el medioambiente, con las que pretende generar un debate que pone a los artistas, a los creadores, a los gestores culturales, patrocinadores, empresarios, instituciones y administraciones frente a la necesidad de asumir un papel no sólo como receptor sino como productor de conocimiento alternativo que posibilite la búsqueda de modelos de sociedad sostenibles.
La creatividad y la innovación son motores de la actividad de las instituciones culturales. Sin embargo, es sustancial que todos asumamos la responsabilidad del liderazgo para estimular un mundo en el que vivir en armonía y no en distopía. Bajo esa premisa, en las jornadas organizadas por el Real se han desarrollado mesas con la museística, la moda, la arquitectura, la gastronomía, las artes escénicas, la música, el cine y la financiación como ejes del diálogo entre referentes en cada una de esas disciplinas.
"La cultura debe [...] tener la capacidad de contagiar la pasión necesaria para que las personas incorporen a su vida la ética de la sostenibilidad"
La cultura es también una industria y su actividad genera coste ambiental. Por eso es urgente que las instituciones culturales, dando ejemplo, reduzcan su huella de carbono y midan, con datos que puedan compartir, su impacto ecológico. El Teatro tiene como objetivo en esa materia conseguir un edificio de consumo nulo en el plazo máximo de 5 años y tiene registrada una huella de carbono prácticamente nula gracias al consumo de energía renovable.
La cultura, el arte, debe ser, gracias a los artistas y a los creadores, universalmente comprendido y tener la capacidad de contagiar la pasión necesaria para que las personas incorporen a su vida la ética de la sostenibilidad, que descansa también en el respeto por la comunidad en la que se desenvuelven. La lógica, basada en la tecnología colaborativa y comprometida, resuelve muchos de los escollos que aparecen, indefectiblemente, a cada paso.
"Con la población implicada las ideas prosperan"
Entender el lugar que ocupamos, su topografía, nos permite idear mejores soluciones para resolver algo que es común a todos: la habitabilidad del mundo que ocupamos. En esa limitada aunque titánica tarea es esencial convencer para vencer. Promover pequeños hitos; realizar grandes gestos que abren nuevos rumbos; involucrar a la gente; abandonar el egocentrismo y, finalmente, poner en un lugar preeminente a la cultura como vía para solucionar problemas y aportar alternativas.
Con la población implicada las ideas prosperan. El mejor remedio es el entusiasmo, como dice el primer africano que ha conseguido el premio Pritzker de Arquitectura, Francis Kéré, y al que cambiar los esquemas de un mundo caracterizado por su dureza y en el que el beneficio económico comanda la actividad, le parece, simplemente, un deber para con el ser humano.
No sólo hay que ponerle remedio a los problemas ecológicos que conllevan las infraestructuras de las instituciones culturales y sus actividades, sino que también es necesario un compromiso del mundo cultural con la sostenibilidad, en el sentido de responsabilidad social, y la utilización del arte como instrumento para buscar alternativas sostenibles en su campo.
"Ojalá que el pensamiento vaya en alas doradas, que nos infunda valor y que nos aleje del sufrimiento"
Se trata, por tanto, de que los artistas contemporáneos asuman, en una prolífica cadena de difusión, el papel de productores de conocimiento alternativo que permita la búsqueda de modelos de sociedad sostenible y que las instituciones culturales asumamos la responsabilidad del liderazgo para estimular la creatividad y la innovación que conduzcan a esa deseable forma de entender.
Remedando la frase del coro de Nabucco, la ópera de Verdi con la que concluirá la temporada 2021-2022 del Real: ojalá que el pensamiento vaya en alas doradas, que nos infunda valor y que nos aleje del sufrimiento.
*** Ignacio García-Belenguer es director general del Teatro Real