Entre los grandes retos a los que los seres humanos nos enfrentamos a diario está el de mantener la coherencia interna, incluso aunque para lograrlo recurramos al autoengaño. Cuando lo que pensamos entra en contradicción con lo que hacemos, con lo que sentimos o con lo que sabemos sobre el entorno, aparece una sensación de incomodidad, que en psicología es conocida como disonancia cognitiva.
Los seres humanos somos incoherentes por naturaleza, a pesar de que busquemos que todas las piezas de nuestro puzle interior encajen y de que necesitemos esa armonía para poder tener una buena salud y bienestar emocional.
Son miles las personas que dicen querer una cosa y dedicar su vida a perseguirla, pero que en el fondo no creen en ella y se autoboicotean o autoengañan, contándose un relato irreal sobre lo que realmente les pasa en sus vidas.
Como la zorra de la fábula de Esopo, que se hace la interesante y se autoengaña diciéndose a sí misma que ya no quiere las uvas al ver que no puede alcanzarlas, pasamos nuestra vida habitando conflictos internos, fruto de un quiero y no puedo o de un sí pero no, sino todo lo contrario.
Disonancia cognitiva: cuando lo que pensamos entra en contradicción con lo que hacemos
El psicólogo estadounidense Leon Festinger estudió este fenómeno en 1957, en su obra Teoría de la disonancia cognoscitiva, en la cual afirma que nuestra mente crea nuevas ideas y creencias para reducir la tensión interna ante la incompatibilidad de cogniciones simultáneas.
Por ejemplo, una persona con unos valores morales determinados puede verse envuelta en acciones que ella misma rechazaría, necesitando introducir nuevos valores que justifiquen su actitud ante sí misma y ante su entorno, como podrían ser el de la defensa de un bien superior, evitar males mayores o la obediencia debida.
La teoría de Festinger explica que la necesidad de que nuestros pensamientos, valores, sentimientos y creencias estén en armonía es tan grande, que para aliviar el sufrimiento que genera la contradicción, las mentes de quienes se engañan a sí mismos necesitan construir argumentos y aceptar mentiras como verdades, creando así la falsa ilusión de que no hay disonancia cognitiva.
Un ejemplo de cómo funciona la disonancia cognitiva lo hemos visto durante la pandemia, que ha puesto en colisión muchos de nuestros valores básicos. Pese a que en la sociedad occidental hay un gran consenso de que la libertad es un valor muy importante en nuestras vidas, durante el confinamiento y el estado de alarma nos hemos visto privados de nuestra libertad de movimiento.
Y más allá de aquellos meses de calles desiertas que vivimos como una distopía, la concatenación de sucesivas medidas restrictivas nos impidió realizar actividades tan normales como encontrarnos con nuestros amigos, viajar o salir por la noche.
Aquellos tiempos en los que a medianoche aceptábamos, cual Cenicientas, volver a casa a nuestro entorno covid free –como si a esa hora, mágicamente, se disparase el riesgo de contagiarse–, demuestran que son varios los argumentos disponibles para hacer encajar nuestras creencias con nuestra conducta, incluso recurriendo al autoengaño.
Algunos lo cumplían a rajatabla por temor al contagio, otros muchos directamente perdieron las ganas de salir, otros llegaban a casa a esa hora para cumplir las normas con mayor o menor grado de aceptación y malestar, y otros resolvieron la colisión de valores defendiendo la libertad como bien superior, con movilizaciones de protesta o simplemente celebrando fiestas clandestinas.
Las vacunas también han puesto en jaque nuestro sistema de creencias y valores. Confrontaron todo lo que nos habían enseñado hasta ahora acerca del método científico de validación antes de comercializar un nuevo fármaco, con la necesidad imperiosa de generar inmunidad de rebaño.
Y nos obligaron a construir argumentos para elegir entre el miedo a contagiarse y el riesgo de desarrollar efectos secundarios desconocidos. Aquí también cada uno ha ido construyendo una solución diferente en torno a este dilema.
Los cambios de normativas frecuentes y poco sustentados por la ciencia respecto al uso de mascarillas, el cierre de espacios o las distancias obligatorias no han contribuido a conseguir el cumplimiento de las normas.
Por ejemplo, el ritual de ir por la calle sin mascarilla, ponérsela al entrar en un restaurante, quitársela al sentarse en la mesa y volver a ponérsela para ir al baño, no parece muy sustentado en lo que el conocimiento científico nos enseña acerca de cómo prevenir los contagios.
Así, la irracionalidad del sistema y el miedo, no sólo ante la enfermedad, sino ante la incertidumbre, alimentaron la proliferación de teorías conspiranoicas, todo tipo de negacionismos y mil argumentos para enfrentar tantas incongruencias externas e internas.
"La irracionalidad del sistema y el miedo alimentaron la proliferación de teorías conspiranoicas"
Para colmo, las propias características de la covid facilitan el desarrollo de conductas irracionales. La amenaza es invisible, lo cual complica la percepción del riesgo. La vulnerabilidad al contagio depende de diversos factores, ya que algunos han ido contagiándose repetidamente y otros no, incluso con comportamientos muy similares.
Así que, en un escenario tan incierto, el que nuestra mente tienda a usar atajos mentales para afrontar incongruencias ha demostrado ser una forma normal de comportarse en la adaptación a este conflicto.
Ahora que ya parece que se ve la luz al final del túnel de la pandemia, podemos tomar perspectiva. En esta fase, podemos hacer consciente que la incongruencia es la normalidad en el entorno y en nuestro funcionamiento interno, y cómo la pandemia no ha hecho otra cosa que amplificarla.
También podemos ver cómo cada cual ha ido encajando todas estas incoherencias para tolerar la incertidumbre y cómo, a mayor autoengaño, mayores las reacciones extremas de pasividad y de ira. En cualquier caso, parece que, para recomponernos de tanto sufrimiento, aún tendremos que surfear unas cuantas olas de pandemia emocional.
La covid nos ha obligado a mirarnos en nuestras incongruencias como sociedad y en la pequeñez de nuestra humanidad contradictoria. Sólo en el caso de que durante la pandemia hayamos logrado transitar este camino de crecimiento interior, podremos decir que hemos salido más fuertes mentalmente.
*** Blanca Navarro es doctora en Psiquiatría, coordinadora de CSMA Granollers y profesora de Medicina UIC y Psiquiatría Forense. Alejandra Sánchez Yagüe es CEO de Mindtraining y profesora invitada de la UDIMA y de la UB.