La sostenibilidad es un concepto tremendamente vivo y dinámico que está evolucionando a gran velocidad, con un ritmo marcado por las demandas sociales. Las situaciones encadenadas que está viviendo la humanidad desde la crisis financiera de 2008 –también con aportaciones de tremendo valor, como la aprobación en 2015 de la Agenda 2030– han impulsado el crecimiento de la expectativa de la ciudadanía sobre la sostenibilidad.
Quisiera detenerme en tres ejes fundamentales de su evolución: campo de acción, trazabilidad y población que se siente concernida. Los tres están impulsados por una misma visión de que el compromiso con la sostenibilidad, para ser real y creíble, sólo puede ser integral.
Campo de acción
En cuanto al campo de acción, los aspectos ambientales siguen teniendo un papel predominante en la imagen de la mayoría de las personas sobre la sostenibilidad. Pero cada vez se abre mayor camino un enfoque ESG donde también se contemplan las consideraciones relativas a los aspectos sociales y de buen gobierno de las organizaciones.
Siguiendo el enfoque de la certificación AENOR de Atún de Pesca Responsable, no se puede considerar sostenible una pesca en la que no se han respetado los derechos laborales de los pescadores, además de los aspectos relativos a la forma en que se ha faenado y, por supuesto, el respeto al ecosistema y a la continuidad de la especie.
Trazabilidad
Respecto a la trazabilidad, implica que un producto o una organización es sostenible si lo son todas sus partes, es decir, toda su cadena de valor y de suministros. En este sentido, recientemente, Raül Blanco, secretario general de Industria del Gobierno de España, publicó junto a María Trallero un artículo sobre un argumento que gana adeptos de forma creciente: el Green Deal de la Unión Europea no es real si los productos se fabrican con materias y componentes elaborados en “condiciones ambientales y laborales muy alejadas de los estándares europeos”.
Un concepto que entronca con otro al que los acontecimientos de los últimos años ha devuelto toda su vigencia: la autonomía estratégica. Recientemente, Larry Fink, presidente de BlackRock, ha advertido que “la invasión rusa de Ucrania pone fin a la globalización”.
Implicación de la gente
En cuanto al tercer eje que mencionaba, la población que se siente concernida no sólo es cada vez más numerosa, sino que también lo es en un ámbito más integral y tiene impacto real en las decisiones de las empresas. ¿Podíamos pensar hace unos años que una gran cadena de supermercados sólo vendiera huevos de granjas con gallinas criadas en suelo?
La sociedad es cada vez más consciente de la importancia de las acciones individuales para lograr transformaciones de calado. Al mismo tiempo, considera que las empresas deben jugar un papel como agentes de la transformación, en la dirección de los valores más apreciados por todos.
La última edición del prestigioso estudio Edelman Trust Barometer arroja varios datos reveladores al respecto. El 63% de la población compra o aboga por marcas de acuerdo con sus creencias y valores. Cuando se pregunta por las entidades más capacitadas para coordinar los esfuerzos para la resolución de los problemas de la sociedad, el mayor dato, 53%, lo obtienen las empresas.
Estas expectativas de la sociedad apelan a todos los sectores. Pero quisiera poner el foco en el de la construcción. Se trata de un campo de actividad reconocido por su papel como motor económico de nuestro país, sin el que nuestra economía doméstica no puede salir de situaciones de crisis como la actual. Aunque también tiene un papel muy importante que jugar en el ámbito de la sostenibilidad.
En la actualidad, prácticamente todos los sectores fabricantes de productos para la construcción vienen desarrollando un importante esfuerzo en tecnologías y otro tipo de medidas para reducir el impacto ambiental de sus productos en todo su ciclo de vida.
Como afirman los distintos agentes del mercado, cada vez más los compradores de viviendas u oficinas ponen a la sostenibilidad como uno de los elementos que pesan en su decisión. Pero necesitan sentir confianza en la veracidad del compromiso con la sostenibilidad de una construcción. Como también indica el mencionado Edelman Trust Barometer, el 55% de los españoles tiende a no creer en algo hasta que tiene evidencias de su confiabilidad.
El entorno que he descrito hasta ahora ha llevado a AENOR a desarrollar la certificación Edificio Sostenible, que respalda una sostenibilidad con un enfoque ESG en toda la cadena de valor. Pone el foco no sólo en las prestaciones del edificio en el momento de la entrega, sino que valora también las prácticas sociales y de buen gobierno de las empresas que participan en la construcción.
Además, contempla el ciclo de vida completo tanto de los materiales –cómo se han producido, en qué condiciones, sus características, su durabilidad– como del edificio en sí mismo. La certificación reconocerá buenas prácticas tanto en obra nueva como rehabilitada.
Gracias al esfuerzo de organizaciones y de personas individuales, es en Europa donde está más presente el compromiso con un concepto avanzado de la sostenibilidad. Trabajemos todos para seguir haciendo de ello uno de los ejes de nuestra competitividad, con un enfoque integral y realista.
*** Rafael García Meiro es CEO de AENOR.