Es el único producto del mundo donde en el propio envoltorio se recomienda que no se consuma y se avisa explícitamente de que es perjudicial para la salud. En los años 50, empezaron a publicarse los primeros estudios científicos sobre los efectos que tiene en el organismo, y desde entonces ha habido un resultado invariable: el tabaco, tal y como él mismo anuncia, mata.
Su incidencia negativa en las personas es incontestable, sobre todo en lo que a la aparición de cardiopatías y diversos tipos de cáncer se refiere. No obstante, más allá de su impacto en la salud individual, el tabaco también es altamente nocivo para el medio ambiente, y la reducción de su consumo conlleva un desafío a escala global.
Uno de los esfuerzos de los países firmantes de la Agenda 2030, donde se recogen los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para esta década, es precisamente el de mitigar las muertes prematuras por enfermedades ligadas al tabaco. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren unos ocho millones de personas en el mundo por causas relacionadas directamente con él, y más de un millón de esas muertes se producen entre fumadores pasivos.
“Al menos la mitad de las personas que entran en un estanco a comprar tabaco acaban muriendo a causa de él”, sentencia Andrés Zamorano, el presidente del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT). Y confirma que, en España, el tabaquismo mata prematuramente más de 60.000 personas todos los años.
Desde su colectivo pide que se endurezca la legislación, por ejemplo, prohibiendo fumar en los coches, ya que “el humo de tercera mano, ese que se queda incrustado en la tapicería, en la ropa o en el pelo, también contiene sustancias tóxicas que provocan enfermedades”.
La epidemia de los pobres
En los planes de actuación de múltiples gobiernos, el tabaquismo está definido directamente como una epidemia. Y aunque es cierto que la adicción al tabaco no es un virus que se transmita de una persona a otra, sí está demostrado que hay factores socioeconómicos y culturales que inciden en las probabilidades de que alguien adquiera el hábito de fumar.
Hace unos años, el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos y la OMS publicaron un estudio donde queda patente la relación directa entre pobreza y tabaquismo, la mayor brecha de salud entre ricos y pobres.
Tal y como refleja el documento, más del 80% de los fumadores de todo el planeta viven en países en vías de desarrollo o integran núcleos familiares con ingresos bajos. En aquellos países donde la Sanidad no es pública, la desigualdad es todavía mayor: enormes bolsas de población no tienen acceso a terapias, tratamientos o programas de prevención.
Zamorano asegura que “el negocio de las tabacaleras no es el tabaco, es la nicotina”, y reafirma los datos de la OMS: “Hay gente que tiene menos posibilidades de acceder a programas y recursos que los ayuden a dejar de fumar. Por eso los tratamientos farmacológicos deben estar totalmente financiados todos, como lo están los de la diabetes, por ejemplo. Y la gente debe tener acceso a profesionales de la salud cuando lo necesiten”.
Los pobres son quienes más tabaco consumen, pero también quienes lo cultivan y lo cosechan. Como el resto de multinacionales, las de la industria tabaquera también participan de los grandes beneficios económicos que supone deslocalizar fábricas en zonas donde la mano de obra es muy barata. Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 10 millones de personas en todo el mundo —sobre todo en países en vía de desarrollo— trabaja en el cultivo de tabaco, y muchos de ellos esos cultivos compiten directamente con los de alimentos.
Conforme recoge el informe, en seis de los principales países productores de tabaco, gran parte de la población sufre desnutrición, ya que las multinacionales se adueñan de enormes superficies de tierra, haciendo desaparecer a los agricultores locales. La OIT también pone énfasis en el trabajo infantil relacionado con la industria del tabaco. Y concluye que para los niños el cultivo de esta planta, además de vulnerar derechos, es especialmente peligroso: la nicotina es una neurotoxina que produce intoxicación y puede dejar secuelas graves en el organismo de los pequeños.
Un mar de colillas
Una vez se ha acabado el cigarro, el gesto más habitual es el de tirar el filtro en cualquier sitio. De por sí, los filtros son difíciles de reciclar, ya que la mayor parte de su composición es acetato de celulosa (plástico), a la que se le suman residuos de tabaco y sus sustancias nocivas (más de 7.000).
Al no ser biodegradables, los filtros se descomponen en microplásticos que acaban en el mar, como gran parte de los plásticos que no se reciclan. En los bosques también son muy peligrosas, y no solo por los materiales que contienen, sino porque los cigarrillos mal apagados pueden desencadenar incendios.
Según datos del CNPT, cada año en España se tiran más de 32 millones de filtros, de los que el 75% acaban contaminando el entorno. Uno de los ejemplos más claros es el que se produce cada verano en las playas de nuestro país, donde la arena está minada de colillas.
El Comité advierte que no sólo es contaminante el plástico que contiene, sino que el filtro de un cigarrillo lleva restos de sustancias como arsénico, níquel, cadmio, cobre, y otros metales pesados, altamente tóxicos. Todo eso hay que multiplicarlo por los millones de filtros que se entierran cada año en la arena de las playas. Un problema que se agrava toda vía más cuando el resto del cigarro acaba en el agua y se disuelve.
Hace unos años, la ONG ambiental Ocean Conservancy hizo público un informe donde aseguraba que una sola colilla era capaz de contaminar hasta 10.000 litros de agua, y que muchas veces son ingeridas por error por peces y aves. La investigación del organismo también revela que la presencia de los residuos plásticos del tabaco en los océanos supera a las botellas los tapones y las bolsas.
A mediados de 2021, el Centro Oceanográfico de Vigo publicó una investigación en la que se cuantificó cómo los metales pesados presentes en los filtros de los cigarrillos acababan en el organismo de diversas especies de peces y moluscos como las ostras. La esponja de los filtros absorbe todas las sustancias nocivas de los aditivos del tabaco, y al contacto con el agua del mar esas sustancias se liberan y acaban siendo ingeridas por animales y plantas del lecho marino.
Publicidad irresponsable
Uno de los puntos clave de la ley antitabaco que se aprobó en España a finales de 2005 fue la prohibición de la publicidad en los medios de comunicación, que posteriormente se amplió a redes sociales. Aunque históricamente fumar ha sido un hábito mayoritario entre los hombres, desde hace décadas la tendencia ha cambiado, y el marketing de las empresas tabaqueras ha sido especialmente agresivo, orientándose hacia las mujeres y las niñas adolescentes.
Junto a un enfoque que asocia fumar con comportamientos deseables, las marcas de tabaco comercializan otros productos, como tabaco de cachimba o vapeadores, a los que le imprimen una imagen más saludable, pero cuyos efectos en la salud son igual de devastadores.
Según un informe de la Comisión Europea, el cultivo de tabaco en la UE no ha dejado de caer desde 1991, aunque los países productores han aumentado en estas tres décadas —pasando de 8 a 12—. Después de Italia, España es uno de los principales, pese a que el consumo de tabaco se ha reducido significativamente en el continente y, en consecuencia, las superficies de cultivo destinadas a esta planta también han mermado.