Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) adoptados por las Naciones Unidas en 2015 para intentar acabar con la pobreza, proteger el planeta y que para el 2030 todas las personas disfruten de paz y prosperidad, son, a pesar del contexto, las incertidumbres y los miedos que nos acompañan más necesarios que nunca.
En estos dos últimos años estamos viviendo las consecuencias de dos grandes crisis: la crisis de la COVID-19 y la crisis derivada de la guerra de Ucrania. La pandemia, por un lado, ha provocado la muerte de más de seis millones de personas a nivel mundial y una contracción del PIB global que no se había visto en décadas.
Por otro, la invasión de Putin sobre Ucrania ha provocado una crisis humanitaria y de refugiados sin parangón en Europa desde la II Guerra Mundial y las consecuencias económicas en forma de inflación, de crisis energética y la amenaza de crisis alimentaria constituyen, sin duda, una preocupación para todos los países europeos y sus instituciones.
Todo ello ha provocado, de modo totalmente inédito, que el índice de desarrollo humano publicado recientemente por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) haya disminuido consecutivamente los dos últimos años.
Así, el incremento sostenido del índice desde la década de los noventa se ha visto truncado desde el año 2020, situándose en niveles de hace cinco años. Este dato es muy significativo, porque revela que en estos momentos que vivimos es mucho más necesario redoblar los esfuerzos entorno a la implementación de los grandes objetivos de la Agenda 2030.
Una Agenda que en sí misma constituye un hito global porque, entre otras cosas, fue capaz de concitar el acuerdo unánime en torno a una agenda común. Por eso, creo que es muy importante que subrayemos ese acuerdo, cada día, con las políticas que se llevan a cabo desde todos los gobiernos: gobierno de España, Comunidades Autónomas y entidades locales. Debemos sentirnos interpelados y vinculados con esos grandes objetivos.
Los ODS marcan el horizonte de nuestros intereses como humanidad. A veces se señala la dicotomía entre lo urgente y lo importante como reveladora de uno de los sesgos de nuestra racionalidad colectiva: nuestra atención se concentra demasiado frecuentemente en lo más inmediato, desatendiendo aquellas necesidades e intereses que nos afectan también en el presente pero que requieren una acción a más largo plazo.
Por eso, creo que también son importantes iniciativas como las que ha llevado a cabo el gobierno de España, poniendo el horizonte en la Agenda 2030, pero también en los objetivos y en el país que queremos, la España que imaginamos para 2050 y que tenemos que empezar a construir hoy.
La Agenda 2030 constituye un ejercicio de racionalidad de la comunidad global con el fin de afrontar los retos que a todos nos conciernen para que nuestro mundo sea más seguro, más justo, más inclusivo y más sostenible.
La racionalidad de nuestros intereses como humanidad nos obliga a hacer frente a cuestiones como el calentamiento global, el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y de ecosistemas, el agotamiento de los bancos de pesca, la deforestación, las necesidades de agua y la seguridad y contaminación marítima.
Por otro lado, nuestra “común humanidad” nos exige mantener un compromiso también global en favor del respeto de las bases de dignidad y consideración de los seres humanos.
Un compromiso que requiere la intensificación radical de la lucha contra la pobreza, el mantenimiento de la paz, la plena realización de la igualdad de género, la prevención de conflictos, el asegurar una educación para todos, la prevención frente a enfermedades infecciosas globales, la superación de la brecha digital o, en fin, la prevención y mitigación de los desastres naturales.
La articulación de esas metas en los 17 objetivos de desarrollo sostenible supone un auténtico programa mundial de actuación y mejora que exige el esfuerzo y la participación de todos, instituciones y responsables públicos, pero también actores económicos y sociales.
Y la perspectiva de esa acción no sólo es global, sino que los ODS exigen, y esa es su novedad en el enfoque, acciones dentro de cada uno de los Estados integrantes de la comunidad internacional, medidas dirigidas a la mejora de la justicia, la equidad y la sostenibilidad de las sociedades. En definitiva, de garantizar nuestro futuro como humanidad.
En este sentido, España ha tenido desde el principio una conciencia muy precisa sobre la importancia vital de los ODS. Mantener ese compromiso con la Agenda 2030 tiene hoy más significado y valor porque revela que los grandes retos que tenemos con nuestro futuro y con el planeta, no los estamos dejando de lado, a pesar de todas las dificultades; a pesar de las urgencias, de atender lo inmediato.
Vivimos tiempos de incertidumbre, donde las poblaciones se sienten inseguras sobre la estabilidad de las bases de su bienestar, donde aumentan los egoísmos en forma de nacionalismos excluyentes y proteccionistas, donde la polarización socava el terreno común que hace posible el debate abierto, constructivo y útil.
Pero, la constatación de estas líneas preocupantes de la evolución de nuestras sociedades no puede llevarnos al pesimismo, menos aún al derrotismo. Al contrario. Debemos perseverar en el optimismo racional que ha movido el progreso de nuestras sociedades en los últimos doscientos años, gracias al aliento de los valores de la Ilustración.
Debemos reivindicar que mediante el diálogo, la cooperación y la unidad podemos llegar más lejos sin dejar a nadie atrás. Podemos afrontar los retos que tenemos como país con mejores perspectivas de éxito si confiamos en nuestras capacidades, si nos atenemos a la verdad de los hechos y no nos dejamos contagiar por la ansiedad y el miedo.
La Agenda 2030 es un programa de acción para la esperanza. Como dijo Eleanor Roosevelt en su deliciosa biografía intelectual, A la luz de la historia es sin duda más inteligente la esperanza que el miedo, intentarlo que no intentarlo. Porque si algo sabemos con absoluta certeza es que nunca ha conseguido nada el que dice: ’no se puede hacer’”.
*** Meritxell Batet es la presidenta del Congreso de los Diputados.