Lucía Lantero, la ‘madre coraje’ de Haití: “Los niños pasaban la noche en el techo de una discoteca”
La española ha creado un refugio, un remanso de paz para más de 100 niños que viven en un país asolado por las catástrofes climáticas y la violencia.
17 septiembre, 2022 02:55El pasado 15 de septiembre, Haití ardía en las llamas de las revueltas. Varias embajadas, entre ellas la española, cerraron sus puertas. Las manifestaciones para forzar la dimisión del primer ministro de Haití, Ariel Henry, son la tónica de los últimos días. Los saqueos se han apoderado de un país que vive gobernado por las gangs, las bandas.
El próximo día 26 septiembre se cumpliría un año de las últimas elecciones presidenciales en Haití. Si se hubieran celebrado. No fue el caso. El candidato a presidente, Jovenel Moïse, en el poder desde 2017, había sido asesinado el 27 de julio de 2021 mientras dormía en su residencia de Petion-Ville, Puerto Príncipe, la capital haitiana.
El pasado 14 agosto se cumplió un año del último gran terremoto en Haití. Hoy puede buscarse un hospital en el país que un día fue conocido como parte de la isla La Española, compartida con República Dominicana. Puede buscarse, pero no encontrarse. No hay ni uno abierto.
[Llueve sobre mojado en Haití: recuperarse de un terremoto en un país en emergencia continua]
En medio de todo ese caos endémico, en ese desierto de salud, existe un oasis de paz. Se trata de la escuela hogar Aymy, en Anse-à-Pitre, al este del país, en la frontera entre Haití y República Dominicana.
Es orfanato, escuela, enfermería, refugio y fortaleza para más de cien niños hijos de una sola madre: la española Lucía Lantero. En 2010 descubrió este país cuyo nombre significa tierras altas, tan montañoso como pobre; un lugar que podría ser paradisíaco, convertido en un infierno real; un lugar que podría ser de playas, sin más, playas hermosas, convertido en mar de pobreza.
No conocía a Lantero cuando apareció en Haití en aquel año del terremoto en el que fallecieron 300.000 personas. Pero siento que sigue con la misma pasión. Llegaba como voluntaria, para trabajar en reforestación y contra la desforestación, ya que allí cortan los árboles para obtener madera, casi como única energía para cocinar.
“La desesperación es tal, que a veces las madres dan maíz crudo a sus bebés o hacen galletas de barro”, cuenta Lantero. Con esas palabras llega el primer nudo en la garganta. Hablamos con ella en la cafetería de la Fundación Botín, en Santander, porque es cántabra y vive en su tierruca –también mi lugar de escape– cuando no está en Haití.
China, como es conocida familiarmente, tenía programados tres meses como cooperante, tras licenciarse en la Universidad de Ciencia Gastronómica (en Pollenzo, en el Piamonte italiano), cuando llegó a la isla la tormenta tropical Thomas. Los cascos azules peruanos que protegían la zona les aconsejaron que cruzaran la frontera hasta Pedernales, en República Dominicana, a diez minutos andando. Y así lo hicieron.
De las primeras cosas que llamaron su atención fue ver a niños solos deambulando, “mal vestidos, cogían la comida de los basureros, se metían en una casa y comían la comida del perro… Pensé que eran dominicanos, empecé a hablar con ellos, les compré algo de comer, alguna bebida. Conocí especialmente a seis. Todos los días los veía en el parque, cada vez se acercaban más y yo les iba preguntando más y me vacilaban muchísimo", cuenta.
Y continúa: "Un día curé una herida en la pierna al que era un poco como el jefe, Toni, el mayor, de diez años más o menos. Me lo gané. Y ahí empezaron a preguntarme si yo sabía dónde vivía su mamá, si sabía su nombre y comenzaron a contarme sus historias… Alguno de ellos había tenido dueño".
Lantero concluye su historia: "Me fui a ver a un sacerdote español, el padre Antonio, que estaba en Pedernales y era como mi punto de referencia, y le pregunté si me estaban vacilando o si podía ser que de verdad estos niños hubieran sido esclavos. Y él me contó que a veces los padres en vez de ver morir a sus hijos los regalaban y muchos acababan como sirvientes en casas, cortando el carbón o en prostíbulos". Unicef, recalca, calcula que por aquel entonceshabía unos 500.000 menores afectados afectados por la esclavitud y el trabajo infantil en un país de poco más de diez millones de habitantes.
Segundo nudo en la garganta.
Pregunta: ¿Y las niñas?
Respuesta: Es más complicado verlas por la calle. O las protegen en las familias o algunas son víctimas de trata. He conocido casos de todo tipo: a dominicanos de muy buen corazón que pensaban que estaban ayudando criando a un niño, algunos que los llevaban al cole… pero sin papeles, sin legalidad de ningún tipo. También he leído sobre niños a los que están utilizando para peleas, como las de gallos pero con menores. Creo que lo publicó The New York Times.
P.: Se puede decir que esos niños cambiaron tu vida.
R.: Yo no quería cambiarla, pero estos niños dormían en el techo de una discoteca en Pedernales para poder saltar si venían a violarles por la noche y siempre pillaban al más pequeño. Cómo iba a dejarles expuestos una noche más sabiendo lo que pasaba. Hablé con el padre Antonio y le dije 'Mira, tengo 6.000 euros ahorrados y debo hacer algo para que estos niños no duerman ahí'.
Ya en aquel momento él me habló de que a esta zona de Pedernales iba a llegar el turismo y no querían que se viera a chavales haitianos en la calle porque era mala imagen. Hubo una reunión de oenegés. Pero se llegó a la conclusión de que había un vacío legal, con lo cual los niños se iban a quedar en la calle. Lo pasé fatal porque además me decían 'Lucía, no seas arrogante, tú no puedes asegurar que les vayas a mantener para siempre. Qué pasa si te cansas y lo dejas y se vuelven a quedar en la calle'.
Tercer, cuarto, quinto nudo en la garganta…
Lucía tenía entonces 25 años y estaba segura de su compromiso. “Yo no quería que durmieran en la calle y que les violaran por la noche. Era mi obsesión”, insiste.
Tampoco es que su vocación fuera la maternidad: “Los niños no me han interesado específicamente; cuando tenía 17 años y me castigaban mis padres sin paga y hacía de canguro, no me volvían a llamar en la vida porque les dejaba tomar Coca-Cola y acostarse a las tantas. Pensaba que vendría alguien, no sé, Unicef, el Estado, o carmelitas, pensaba que alguien vendría y se quedaría con ellos porque yo solo quería sacarles de la calle".
Así que alquiló una casa. Con la ayuda de Alexis, un francés que había ido a Haití en el grupo de reforestación. Era una simple estructura, sin ventanas, sin puertas, sin nada, con el suelo de gravilla. "Compramos material de construcción. Prometí a los niños que construiría la casa, pero que mientras tanto todos los días cruzaría la frontera y les daría de comer…", explica.
Y continúa: "Teníamos nuestras tiendas de campaña, nuestras hamacas, más una que nos había dejado una francesa que había venido con nosotros para la reforestación pero había contraído la malaria y se había marchado. Estaba la dueña de la casa y dos chavales que se quedaban a la intemperie para vigilar que no nos robaran".
Y de pronto, una familia
Lantero cuenta que la primera noche, a eso de las once, estaba en el techo de la casa mirando a las estrellas y preguntándose "qué voy a hacer yo aquí". Y de repente escuchó “¡Lucía, Lucía!”. Eran cinco de los niños –uno había tenido miedo y no había cruzado la frontera– que la habían seguido porque pensaban que igual no volvía a buscarlos.
"Los acoplamos como pudimos en las tiendas de campaña y, al día siguiente, pues ya está, te despiertas y eres madre de cinco niños a los que hay que cuidar, para los que hay que cocinar. Críos que no iban ni al aseo a hacer pipí, que se lo hacían encima mientras caminaban. Nunca nadie les había enseñado", cuenta. Y añade: "Al día siguiente había seis, y después de un mes eran 15".
Al principio, asegura, era "una locura; había cuchillos, machetes, rompían botellas… como una guerra. No entendían el concepto de dormir porque estaban acostumbrados a recoger botellas por la calle por la noche para venderlas. No había horarios, no había un plato, no entendían lo que era sentarse a una mesa, ni el concepto de cuarto de baño".
Comida, educación, colegios… y una casa perfecta que no cumplía con los estándares en cuanto a metros cuadrados, camas o cuartos de baño por niños para ser considerada orfanato oficialmente, también porque no llevaban zapatos en casa, que los reservaban par ir al colegio, pero contentos porque Unicef les había regalado cinco balones y unos conos para jugar al fútbol.
“Gracias a Dios tenemos muy buenos embajadores tanto en Dominicana como en Haití y nos protegieron muchísimo y en alguna ocasión me tuvieron que sacar en helicóptero a Puerto Príncipe por amenazas, ya que yo era muy naíf y pensaba que si se denunciaban las cosas la situación iba a cambiar", reconoce.
Dos años después, tras una larga travesía y con una casa aceptable, la dueña les pidió una suma importante de dinero, “como siete veces más el precio de la casa”, lo que era imposible. “Nos quedamos sin casa. Los cascos azules nos dejaron unas tiendas de campaña y allí nos fuimos a vivir. Yo me cogí mi tercer dengue. Parecía que se acababa todo, que se acababa el proyecto, porque no nos iban a dejar mantener a los niños en tiendas. Yo estaba muy enferma, me repatriaron a España”, dice.
El milagro
Llegó entonces el milagro en forma de familia. Porque Ignacio Lantero, primo de nuestra protagonista, que estaba grabando un documental, tuvo la idea de organizar una campaña de crowdfunding que movilizó literalmente al mundo.
“Yo estaba recuperándome en la cama y me emocionaba ver que llegaba dinero de Chile, de Rusia, de España… y pudimos construir un orfanato a prueba de huracanes, antisísmico, con todos los estándares marcados por Unicef y por el Estado haitiano", explica.
"Compramos el terreno y construimos para los 50 niños que teníamos en aquel momento. Lo flipaba la gente. A partir de ahí hemos ido creciendo y creciendo”, añade.
Al hablar de familia a Lantero le gusta contar que fue su tía Marta quien, en un viaje, le ayudó con la educación de los niños, enseñándoles a comer sentados a la mesa. “Yo les dejaba hacerlo en el suelo. Ella me enseñó que los niños necesitaban límites y que yo tenía que convertirme en esa persona que ellos necesitaban, una mamá fuerte que les pusiera límites claros y que dijera mira, a partir de aquí bien, y si no, no puedes estar. Me enseñó a mostrarles ese encuadramiento, donde ellos se sintieran seguros", reconoce.
Los milagros se le han ido sucediendo a Lantero en forma de personas dispuestas a ayudar, como un chico de Málaga que la escuchó en una conferencia de la Fundación Lo que de verdad importa y le escribió un email explicándole que no tenía dinero, pero que podía ayudar poniéndole en contacto con la Fundación Real Madrid.
Me habría gustado asistir a aquella reunión tras la que la responsable de la fundación para América Latina acompañó a Lantero a terreno. “Flipó, porque llevaba muchos años en América y de repente cruzó la frontera y se encontró con África. Nos adoptaron como su proyecto en la zona. Fue la pera, porque a mis niños les ha cambiado la vida".
Lantero cuenta que "antes, iba caminando con ellos por la calle y tenía que ir cantando para que no oyeran los insultos. Y de repente eran Real Madrid. Se ha dado la vuelta a la tortilla completamente y obviamente es por el colegio que tenemos pero también mucho por la Fundación Real Madrid, que entre otras cosas permite a muchos niños acceder al deporte, aparte de que nos aportan algo de dinero. Pero es muy importante la marca. He tenido que decir que soy contraparte del Real Madrid y es importante, porque si ellos se fían de ti eso puede abrirte otras puertas".
La nueva "fortaleza"
Lantero define la casa actual como una fortaleza. A prueba de catástrofes naturales, pero también como una fortaleza de amor y de seguridad a todos los niveles, incluida la alimentaria.
Una fortaleza inexpugnable porque cuenta además con el respeto de la gente que “nunca entraría, a no ser que fuera en caso de muchísima necesidad". Como un terremoto o un huracán.
Además, tiene el apoyo de la Fundación Lo que verdad importa y sus conferencias que no solo funcionan como posibles generadoras de entrada económica, sino como terapia. “Imagínate que salgo de un avión, que llevo un año sin mirarme al espejo y que de pronto tengo que prepararme para dar una conferencia ante 1.500 personas, 3.000…, pues eso, una terapia”, confiesa.
P.: Y próximamente llegará por fin el turismo a Pedernales.
R.: Hay un proyecto turístico que va a ayudarnos a ser autosuficientes. O sea, que no dependamos de venir a Europa a pedir dinero siempre para mantener el proyecto, sino que ahí mismo, a diez minutos del orfanato, pero en República Dominicana, tengamos una actividad económica que cubra los gastos. Nuestro sueño es hacer un centro cultural haitiano junto al lugar en el que se van a construir hoteles de gran lujo, con el segundo aeropuerto más importante de República Dominicana, que abrirá dentro de dos años, a veinte minutos del orfanato, un centro cultural que pueda visitarse para entender mejor el pueblo y cultura haitianos, pero sin cruzar la frontera, es decir en República Dominicana.
Será a finales de septiembre cuando les entreguen un estudio del Instituto Empresa, con el mejor y el peor escenario económico, tras el que buscarán financiadores o inversores.
La idea, cuenta, es "encontrar financiadores sociales, que por supuesto buscan un beneficio económico, pero cuyo propósito no es forrarse con este tipo de proyectos sino invertir en algo en lo que creen. Ahora estamos buscando artistas y también arquitectos porque pretendemos hacer algo muy chulo ya que Haití es culturalmente uno de los países más ricos del Caribe; el arte haitiano en los años 60 y 70 era una bomba. Para diciembre queremos empezar a comprar la tierra y construir".
P.: Me sorprende que siga habiendo movimiento cultural.
R.: Sí, sí, especialmente en la musica y en el arte. Y además hay que contar con el vudú, del que en Occidente tenemos una imagen horrorosa. Cuando lo conoces, es un poco como la mitología griega, con espíritus que trajeron de África los esclavos y otros que vivían ya en la isla y se les unieron, espíritus que se casan entre ellos, pero no son demonios. Obviamente existe el espíritu del inframundo, pero también buen Dios, que es el espíritu supremo. El vudú en sí es rico culturalmente y maravilloso a nivel artístico con sus bailes y ceremonias que son muy solemnes.
Allí hay muchas religiones, especialmente a raíz del terremoto, cuando llegaron tantas y tantas oengés…, si hay hasta una mezquita en Puerto Príncipe. A veces son directamente sectas y les dicen que son satánicos… y ellos que no saben qué es eso…
Obviamente hay cosas oscuras dentro de ellos, pero también cosas maravillosas y súper bonitas. Por ejemplo, a nivel etnobotánico, es muy interesante cómo utilizan las plantas de forma curativa. Es una pasada, sobre todo en un país donde llevamos seis meses con todos los hospitales cerrados, todos. No hay médicos, tampoco…, no hay nada. El país es un caos. Llámalo como quieras, sacerdotisas, sacerdotes, el caso es que a mí me han curado la tiña, que me contagiaron los niños y no me curaba con nada.
Ahora, aparte de la construcción del centro cultural, el nuevo gran empeño de Lantero es conseguir pasaporte y visa para que los mayores de 16 años puedan cruzar a República Dominicana para formarse y encontrar trabajo, cerca de casa. Eso significa 500 euros por niño.
“¿Sabes lo que me parte el alma y algo que sufro?", confiensa. Es que "los niños que tienen mejor cabeza y más capacidades y aptitudes se van. Generalmente los mayores son los que tienen ambición, los que quieren vivir y experimentar, claro. Imagínate que llegan todos los voluntarios contándoles cómo es el mundo y ellos deciden irse a Santo Domingo, a la Romana, a Punta Cana a trabajar como migrantes ilegales y, claro, a mí me afecta… porque soy mamá".
"Están estigmatizados", lamenta. "Se van a un sitio donde son inmigrantes negros ilegales y cada vez que les pasa algo, a quién van a llamar… Llaman a su madre…, ‘que me he caído de un tercer piso, me he roto las dos piernas y no me acepta el Hospital Dominicano’. Además lo de emanciparse a los 18 años es un concepto europeo aplicado a un lugar donde la gente no tiene acta de nacimiento, te dicen ‘yo nací entre este presidente y este’. A veces identificamos una edad aproximada por los dientes".
P.: Te escucho y siento que los percibes como auténticos hijos.
R.: Son mis hijos y los quiero. Por eso movilizamos nuestras energías para intentar que en ese lugar donde no tenemos ningún contacto a estos niños se les trate con la mínima dignidad posible. La idea de que ahora cuando se construya ese polo turístico tan importante puedan quedarse en la zona, tener trabajo bien pagado y que puedan vivir bien, con dignidad, es como un sueño.
La fundadora de Aymy busca euro a euro la financiación de esta inmensa familia para la que necesita 8.500 euros mensuales, sin drama, sin un accidente, sin un hospital, sin un huracán, inmersos en la tragedia global que es Haití, la vergüenza del mundo.
En este lugar en el que prima la supervivencia, Lantero es consciente de que enseñar y trabajar con sensibilidad es complicado. "No cuentan con una religión que les diga lo que está bien y lo que está mal o que les diga no matarás, y sin embargo es increíble su empatía, su manera de compartir. Y en momentos de necesidad son súper generosos y tienen una resiliencia brutal".
P.: A nivel internacional se está como de perfil con Haití.
R.: Haití es la mayor vergüenza de la cooperación mundial. Estudiar la cooperación en Haití te enseña lo que no hay que hacer. Yo no tengo ni idea de cooperación pero sí creo que es algo que está decadente y uno de los mayores deberes que tenemos en la lista de 2022 es no seguir con un sistema de cooperación al desarrollo tan poco efectivo, que no funciona. Tiene que mejorar.
Tras doce años se trabajo en Aymy cuidan a 78 niños. A veces desde bebés. Cuentan con el único colegio gratuito de la zona, donde se les provee de libros y uniforme, un elemento curioso e importante en el país. En las casas, los niños pueden estar desnudos, pero a la escuela se va con uniforme.
“Es algo que ha quedado de los franceses. Van con uniformes perfectos, con el calcetín blanco impoluto. De hecho, muchas veces las familias compran un uniforme y el niño que cabe en él es el que acude al colegio. Y por eso muchos van un año al cole, el año en el que pudieron tener esos zapatos y ese uniforme…, es brutal. Un cura nos dejó una iglesia en desuso, empezamos a crear una escolarización gratuita donde además no se les pega…, al principio, los profesores no lo entendían", especifica.
Y añade: "Y luego tuvimos la suerte de conocer una institución educativa que había hecho un proyecto piloto de escolarización acelerada, es decir que en vez de dar primaria en seis años, lo daban en tres. Nos pareció la pera. Empezamos con el único proyecto de educación acelerada, gratuita y el primer año en el que los niños pasaban de primaria a secundaria en el liceo, que solo había 360 plazas, todos aprobaron el examen de acceso. Tenemos la mejor media histórica del liceo".
P.: Tenéis un panel solar gracias a una voluntaria que corrió media maratón en París y recaudó 1.000 euros, y seis bombillas, bajo las que estudian los niños de Amy y otros que llegan de fuera. Sueñas con ampliar el colegio con secundaria… Háblame de otros sueños. Aprovecha, por si alguien que pueda ayudaros lee esta entrevista.
R.: Agua potable, una potabilizadora. Tenemos que ir a comprar agua a República Dominicana. Y hay problemas de seguridad en la frontera. Pero además sigue habiendo cólera. En el río Pedernales se lavan las motos, se lavan las mujeres, se lavan los bebés… La gente va a por agua con su galón, con su recipiente donde podría ponerse el cloro. Pero es complicado que aprendan a usarlo.
Y eso que tenemos un convenio con las enfermeras de la escuela de enfermería de Cantabria. Vienen muchas al año y con ellas vamos a los campamentos y damos formación sanitaria básica. Pero no entienden de contabilizar litros, ni centímetros cúbicos, ni mililitros… es muy difícil que aprendan a usar el cloro. Así que uno de nuestros sueños es hacer dentro del hogar o en un sitio seguro una potabilizadora.
P.: ¿De cuánto dinero estamos hablando?
R.: Costaría entre 8.000 y 9.000 euros. Habíamos barajado la posibilidad de hacer un pozo que era más barato, eran 2.000 euros, y teníamos incluso un donante, pero decidimos no hacerlo porque la maquinaria tiene que venir de República Dominicana y no se atreven a pasarla.
A todo esto, el tiempo no solo ha pasado para Aymy, sino también para Lantero y su vida. Un tiempo que le ha dado para casarse –“yo pensé que nadie querría casarse conmigo, entre otras cosas porque el dinero que tuviera iba a ir para Haití”–.
También para ser madre de un niño y una niña, de siete y cinco años –“necesitaba abrazar sin ninguna cortapisa”–, para divorciarse… Cuando nació Valentina, la mayor, vivieron allí los tres dos años.
“Pero con Carlo nos volvimos. Y luego tuve la mala suerte de que se acabó y me divorcié. Y ahí se me complicó mucho la vida, porque la habíamos diseñado para poder estar entre Haití y Cantabria y mantener el hogar con los beneficios de un restaurante que abrimos en Somo… Pero bueno, todo pasa por algo. Yo siempre había soñado que fueran los niños quienes lucharan por la supervivencia del hogar y que se empoderaran. Ellos saben lo que es mejor para ellos mismos. Y lo importante es haber dejado una estructura que les faltaba. Yo seguiré siendo la mamá, pero el hogar marcha al cien por cien aunque no esté. Aunque, bueno, siempre sigo, porque cuando estoy en España tengo tres reuniones semanales online con ellos de las diferentes proyectos, pero gestionan el dinero, los proyectos, saben exactamente lo que hay que hacer”.
P.: El último sueño.
R.: Conseguir un proyecto sostenible. Mi sueño es que se genere dinero en Pedernales para poder cubrir los gastos, dar puestos de trabajo a los mayores que van acabando los estudios y que así se queden en la zona. Si eso se cumple yo ya me puedo morir tranquila.